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Aquele Querido Mês
De Agosto (Portugal, 2008. Dirigida por Miguel Gomes). Cine que habla de
cine, que reflexiona inteligentemente sobre sí mismo. Cine que busca la
masividad, lo popular en su recurrencia a los géneros, en su apelación a los
sentimientos y en la conformación de su banda sonora. Extraña y refrescante
mixtura que consigue remover las aguas y derribar el mito de una crítica que
confunde profundidad con aburrimiento. Un equipo cinematográfico que filma
una película sobre unos integrantes de una banda musical, una historia de
amor de dos jóvenes, y los eternos chismes de pueblo chico sobre mujeres
infieles y maridos abandonados a cargo de hijos pequeños.
Ensamblada de tal manera que uno
no logra distinguir si la secuencia musical es interrumpida, suspendida,
cortada por el relato ficcional o es al revés, Aquele querido mês de
agosto nos muestra en primera instancia la búsqueda de los actores, el
"trabajo" del equipo de filmación, los entredichos entre el productor y el
director por un guión que no se respeta y un casting que no se realiza,
mientras hilvana entrevistas a los habitantes de Arganil (Portugal) que
cuentan historias y muestran lugares que serán resignificados y utilizados
en la película que luego veremos crecer ante nuestros ojos (sin evitar los
signos que nos advierten a cada paso que es una película: cámaras,
micrófonos, operadores, etc.).
Así
como el humor se derrocha, la música se vuelve esencial como enlace y
descripción de unas situaciones que denotan pura sensibilidad. No hay
mirada superior, ironía moderna ni cinismo posmoderno. Ni siquiera
apropiación sino una (re)presentación de la cosmovisión de su autor. Ni la
forma ni el contenido son marcas de originalidad, sino signo de los tiempos,
pero Miguel Gomes consigue entretener y hacer reflexionar con un producto
honesto, que vence la propia mostración constante del artificio, que fluye
sin que pesen sus 147 minutos y encuentra en todo ello su singularidad. Inolvidable
la escena del beso en el puente entre Tania y Hélder. Javier Luzi
Derrière Moi
(Canadá, 2008. Dirigida por Rafael Ouellet). Una chica llora, un hombre
intenta consolarla. Al rato la vemos en un auto viajando por carreteras. La
joven morocha de ciudad de vacaciones en el pueblo chico. Donde encuentra a
la rubiecita rebelde (más joven aun). Betty y Léa transitarán esos días
construyendo una relación extraña. Las imágenes de modelo a seguir parecen
tomar preponderancia y entre el cálculo interesado de una y la admiración
de la otra bascula su interdependencia que uno ya intuye llegará a
experimentaciones "transgresoras": del maquillaje y la ropa a la droga y la
sexualidad.
La película habla de legados, de ubicaciones espaciales reales y simbólicas,
de posiciones de sometimiento, de huellas a seguir y lo más rescatable es
que para ello no trepida en construirle a su protagonista una personalidad sin escrúpulos,
medida, valores ni ética. El problema es la obviedad,
la previsibilidad de este relato, su imposibilidad de escapar de los clisés y
su desinterés por meterse con el origen de los males que expone, y que no
pasan de anécdota privada en un film que descree de la
incumbencia pública. Javier Luzi
Everyone
Else
(Alemania, 2009. Dirigida por Maren Ade). Una
pareja feliz, o al menos así parece, viaja a Italia (Cerdeña, más
específicamente), porque a él, Chris, arquitecto, le salió un trabajo de
restauración de una villa. Ella, Gitti, lo sigue. Trabaja en una disquera de
renombre como manager de bandas. Jóvenes, lindos, exitosos: "la" pareja. La
fórmula de la felicidad a la mano. Los vemos
lúdicos y divertidos: inventando palabras, haciendo muñequitos, bailando a
pura dramatización, escondiéndose como chicos para escapar de vecinos
molestos. Pero de repente algo empieza a hacer ruido. Una palabra esquiva,
una mirada a destiempo, una discusión por pequeñeces y en la casa se instala
la presencia de un cierto malestar... de un aire irrespirable. Ella le echa en
cara estar detenido en la vida, sin poder tomar decisiones mínimas, como
paralizado. Se discute sobre los éxitos y los fracasos. Sobrevuela cierta
necesidad de la paternidad nunca explicitada. La felicidad burguesa se
agrieta. Y cuando aparezca otra pareja ya estarán creados los espacios donde
se asentarán las diferencias.
La
directora se toma su tiempo (demasiado) para adentrarse en lo que
quiere contar y lo que quiere contar es un tanto remanido a veces. Casi todo el peso
cae sobre unos actores que salen airosos de la prueba, lo cual no disimula cierta
inconsistencia en la construcción de los personajes por parte de un guión
que los hace dar vueltas en falso. Ciertas repeticiones y alargamientos
resultan poco productivos. Uno llega a preguntarse de dónde salen
actos de personajes que jamás se habían mostrado capaces de ello (los
cambios en Gitti son el más claro ejemplo de esto). Mucho para poco.
Javier Luzi
Gasolina
(Guatemala, 2008. Dirigida por Julio Hernández Cordón). Nano, Raymundo y Gerardo son jóvenes en un mundo de marginalidad y
marginación sus vidas serán el reflejo y la superficie donde se hará carne
semejante universo. El robo de gasolina será el motor de la acción y el
encadenante de una serie de sucesos en la noche guatemalteca para conseguir
que el auto llegue finalmente a la playa. Así se encontrarán frente a un
guardia de seguridad, al padre de uno de ellos, a la tía de otro, a la madre
del tercero en esta especie de road movie (real y simbólica) como camino
"moral" de iniciación. Burlándose o ignorando las reglas y leyes se va
llegando paso a paso al clímax del disvalor supremo: el asesinato.
Película chiquita, deudora de mucho cine latinoamericano de los últimos
años, excedida de tomas en picado y contrapicado y complicada en una
comprensión cabal de los diálogos recreados en un lenguaje muy coloquial y
"provinciano" y por los evidentes problemas de sonido, Gasolina es un
primer pinino para una cinematografía casi inexistente. Javier Luzi
März
(Austria, 2008.
Dirigida por Händl Klaus). Si de por sí la muerte se vuelve difícil de
superar, de comprender, de asimilar, la muerte decidida
–el suicidio–
suele dejar secuelas más profundas y complejas para la psiquis de los que
sobreviven al suicida. ¿Cómo no me di cuenta? ¿Por qué no contó conmigo?
¿Quién era en verdad? ¿Qué fui para esa persona que ya no está? Los seres
queridos perturbados, atontados, heridos, sin respuestas, vagan en una
especie de limbo del que no pueden salir. Niegan la ausencia, actúan como si
los muertos en cualquier momento fueran a regresar, se llenan de culpas,
mantienen en orden las cosas y los sitios que fueron de ellos, no pronuncian
la acción cometida como si fuera tabú, se enojan si los demás siguen
viviendo. Esas y otras situaciones más se desarrollan en März, la opera
prima de Händl Klaus, que retrata la vida de un grupo de personas en un
pueblo de Austria, casi de tarjeta postal, luego del suicidio de tres
jóvenes amigos.
Fragmentariamente, como quien se pone a juntar los pedazos que quedaron en
pie luego de un terremoto, el film va mostrándonos como intentan sobrellevar
el tema cada uno de aquellos a los que la muerte les tocó de cerca y en esa
sutileza de los pequeños detalles crece el resultado final. Cierta morosidad
que se confunde con recato va mermando la atención pero en general el tono
de melancolía que tiñe todo el relato se aúna con las actuaciones para
conseguir sostener esa tristeza que todo lo patina. Javier Luzi
Parque
Vía (México, 2008.
Dirigida por Enrique Rivero). Hay un hombre que está cuidando una casa en
venta. La propietaria es una señora de clase acomodada en la sociedad
mexicana. Beto es un típico exponente de la clase baja. Simple, rústico,
sumiso, conservador hasta la médula, hiperreligioso y con una violencia en
ciernes. Si observamos con atención desde el comienzo mismo de los títulos
el film nos está adelantando el final. Y en ese preanuncio es que cualquier
sorpresa se ve sobrepasada.
Protagonista que hace de sí mismo mostrando su historia, el film recurre al
tan de moda docuficción. El director construye al protagonista con pequeñas
acciones y detalles de la cotidianeidad: bañarse, pesarse, planchar, comer,
cepillarse los dientes, tener sexo. Y ese mismo recurso lo aplica con mayor
o menor puntillosidad para los otros personajes según lo requiera un guión
demasiado calculado.
En un
ámbito cerrado y asfixiante, oscuro y lúgubre, a pesar de la suntuosidad de
la mansión en donde transcurre la historia, la televisión trae el afuera
lleno de violencia, muerte y destrucción. La televisión y sus noticiarios y
esas revistas que el chofer de la señora le alcanza a Beto para que lea.
Cuando la casa finalmente se venda un mundo se verá alterado y eso es lo que
no puede ocurrir.
En
algún momento uno recuerda a El custodio por encuadres, temática,
situaciones, en algunos otros uno extraña la crudeza de un Ripstein y en
algunos planos uno se pregunta ¿para qué? (la mostración de la vagina o el
desnudo femenino frontal no son más que la mirada falocéntrica de su
director). Un corto demasiado alargado. Javier Luzi
The
Blessing (Dinamarca,
2009. Dirigida por Heidi Maria Faisst). Una pareja joven tiene un hijo. Se
los ve felices y acomodados económicamente. El regreso al hogar empezará
reforzar ciertos instersticios en la mujer que uno ha comenzado a
vislumbrar. La relación con su madre es evidentemente enfermiza (la
aparición sin ser invitada en la recepción luego del hospital, los llamados
cortantes o no atendidos) y si esa es la base modélica sobre la que
construir la suya propia con la beba recién llegada, está claro que las
cosas no irán del todo bien. Katrine la necesita pero a la vez se vuelve una
niña con su presencia y en esos días en que su esposo debe, por trabajo,
ausentarse, cada nueva situación será una acumulación de rechazo a su hija y
un creerse incapaz a la maternidad.
La
película recurre al uso de planos cerrados, de zoom y cámara en mano y
fotografía con un color como apagado o casi quemado que remite bastante a
los 70. Como un reflejo de conflictos en espejo, algo del vínculo materno
filial se ve cuestionado sobre todo cuando pareciera que no hay posibilidad
de recrear ningún tipo de accionar y todo debe hacerse según digan los otros
(la madre, la asistenta social, el esposo) por eso el final (con la toma de
decisión propia a pesar de los miedos planteados) puede leerse como la
reinvención posible de ese vínculo que es cultural y social antes que
biológico. A pesar de los aciertos, cierta morosidad y alguna repetición
innecesaria opacan, como la luz usada, el resultado final. Javier Luzi
Um Amor
De Perdiçao
(Portugal, 2008. Dirigida por Mario Barroso). Un amor imposible entre dos
adolescentes. Romeo y Julieta falado en portugués y vivido en el siglo XXI.
Simao es un rebelde en una familia de padre adinerado y madre protectora
(progenitores en eterna disputa de poder). Su hermano, gay, vive en los
opuestos y su hermana pequeña lo adora. Un sirviente joven, negro, de la
casa será también su cómplice en sus eternas escapadas y trapisondas. Cuando
conozca a Teresa, hija del enemigo de su padre, algo "tocada" de la cabeza,
caerá perdidamente enamorado a sus pies hasta el previsible, anunciado y
trágico destino final. A esto deberá sumársele un mecánico que le dará asilo
y su hija febrilmente apasionada por el joven.
Basada
libremente en una novela de Castelo Branco del mismo nombre, Mario Barroso
da agilidad al relato o al menos eso parece en su comienzo hasta que la
historia de amor prohibido comienza a teñirse de sangre y a ralentar la
narración que se encuentra puntuada por una voz en off (de la hija menor).
Usufructuando de los artificios propios del melodrama decimonónico (sobre
todo de la literatura) el director quiebra la tersura con notas disonantes
ya en la banda sonora (más cercana al policial o al film de intriga), ya en
el uso realista de la luz que construye espacios y figuras altamente
estéticas en sus claroscuros y cercanía televisiva en los primeros planos.
Lamentablemente todo se va convirtiendo de supuesta tragedia shakesperiana a
culebrón latinoamericano sin escalas ni excusas sumando planos inauditos (el
llanto de Mariana es uno de ellos, la herida de Simao es otro, los desnudos
de ambos una concesión adolescente, por no decir masturbatoria). Javier
Luzi
Blind Pig Who Wants
To Fly
(Indonesia, 2008. Dirigida por Edwin). "I Just
Want To Say I Love You", de Stevie Wonder, suena como mínimo cinco veces a
lo largo de esta película indonesa. Algo de su melódica melancolía impregna
el espíritu del film, de a ratos historia de amor infantil retomada una
década más tarde, crítica social sobre la discriminación sufrida por los
inmigrantes chinos entre desvaída y grosera, y ejercicio de estilo calculado
en demasía. El desorden temporal introducido deliberadamente en el flujo
narrativo, la perversión sexual, el ostentoso uso del fuera de campo visual,
algún que otro moroso ralenti y la milimétrica disposición de ciertos
planos-detalle, entre otros recursos nada inocentes, suenan a pose suntuosa,
a virtuosismo en busca del premio festivalero. Sospecho que a un Walsh, a un
Dwann, a un Hawks, no les hubiera interesado en lo más mínimo. Por suerte,
al jurado tampoco. Marcos Vieytes
Hunger
(Reino Unido, 2008. Dirigida por Steve McQueen). El título responde a la huelga de hambre del militante irlandés Bobby
Sands, fallecido a causa de ella en 1981. La película de McQueen se propone
ser un objeto físico contundente y, en vistas de ello, elude todo tipo de
afirmación política explícita, más allá de la decisión de identificarnos
emocionalmente con dicha figura más que con cualquiera otra (coquetea con la
de un guardia y tal coqueteo es parte del problema central del film). Esa
materialidad es el punto fuerte de la película y también su límite. Más que
una toma de posición sobre los hechos, están los hechos mismos o, mejor
dicho, la espectacularización concisa y consistente de esos hechos brutales.
Como tal, como espectáculo, funciona pero sabe a poco, a punto de vista
sesgado e incompleto, a performance nada riesgosa. En una película cuya
primera parte transcurre íntegramente en una celda cubierta de mierda y cuya
tercera y última exhibe un cuerpo menoscabado por el hambre hasta ser solo
piel y huesos, sorprende que pueda ser más memorable una larguísima
conversación en plano fijo que hace de puente pavimentado entre las partes
violentas del relato. Como ella, Hunger es una barbarie puesta en
escena quizá demasiado civilizadamente.
Marcos Vieytes
Todos
mienten
(Argentina, 2009. Dirigida por Matías Piñeiro). Si el
deseo es lo que circula, la segunda película de Piñeiro (El hombre robado)
es la mejor película erótica filmada en la Argentina en muchos años. Por
ella circulan con precisión coreográfica cuerpos (nunca desnudos ni
exuberantes), citas, nombres (Sarmiento y Rosas) y lecturas de la historia,
el sentido de la misma o la falta de él, ideas sobre el arte y, sobre todo,
voluntades que se nos imponen con una potencia sexual que emana sobre todo
de la inteligencia. Cuatro chicas y otros tantos muchachos conspiran
encerrados en una quinta sin que sepamos bien contra quiénes o qué. Las
ganas de dejarse llevar que impone la película no disimulan su condición
manipuladora. Algo del goce de entregarse es ineludible para que se la
disfrute. También es cierto que la entrega no cuesta cara porque tampoco
parece que nos estemos jugando nada demasiado serio, a menos que le
otorguemos a la cultura como valor de cambio un sentido absoluto. No parece
hacerlo Piñeiro, que baraja literatura, cinefilia y artes plásticas con sana
ligereza, con melancólica conciencia de su relatividad. Acaso eso –y/o el
shortcito de Julia Martínez Rubio- hace que sea una película feliz, rara,
fascinante.
Marcos Vieytes
El último verano de la boyita
(Argentina, 2009.
Dirigida por Julia Solomonoff). Julia
Solomonoff, directora de Hermanas, concibe en su segundo largometraje una historia de amistad infantil
centrada en la inmersión en la sexualidad, en la toma de conciencia ya
definitiva acerca de la misma y en el descubrimiento del otro como pasaje
hacia el autoconocimiento. Muchos críticos vieron en esta película un
rejunte improductivo de films como La ciénaga, La rabia y
XXY. Pero El último verano de la boyita es más que eso.
Solomonoff narra con gran
confianza, sutilmente, sin manipular al espectador
–a quien se van
revelando los detalles fundamentales con paciencia y delicadeza– ni a los
personajes en función de tal o cual ideología predeterminada. Hablamos de
una cámara que, lejos de toda intención de emitir juicio, parece limitarse a
observar los acontecimientos (aunque en contadas ocasiones cede a la tentación del esquematismo y las sentencias fáciles). Su
sostén principal son las atmósferas, los climas, los silencios, las miradas,
el roce de los cuerpos.
Una
evolución importante para la realizadora, lograda al transitar un camino
inverso al de su ópera prima, que estaba marcada por la ambición pero también por
la tendencia a incurrir en el trazo grueso. El minimalismo se ha convertido en un
gran salto. Rodrigo Seijas
Breathless
(Ddongpari.
Corea del Sur, 2009. Dirigida por Yang Ik-June). La película de Yang Ik-June
–acá también actor, guionista y productor- trata sobre uno de los dos
tópicos más importantes del cine surcoreano de la última década, la
violencia (el otro es la relación, siempre en estado de tensión, entre las
dos Coreas). Violencia entendida aquí como ejercicio de poder y como mal que
afecta transversalmente a la sociedad en todos sus estratos. Con una visión
sobre el tema más cercana a la de otros autores surcoreanos, como el Chang
Dong-lee de Greenfish o el Kim Ki-duk de Bad Guy, que a la del
cine de género de este país; es decir, sumamente critica y alejada de toda
estilización y sadismo.
Breathless narra el
devenir diario de un matón incorregible, empleado en una Pyme encargada de
cobrar deudas (una suerte de Morosos Incobrables en clave barrabrava), y su
relación con una chica de escuela que sufre las consecuencias de la
violencia doméstica y callejera. Así, habitan dos relatos: uno sobre la
naturaleza negativa de la violencia; otro, sobre la relación de dos seres
humanos desesperados a los que sus heridas les hace imposible adaptarse en
la sociedad. El protagonista encarnado por el mismo Yang Ik-June es una
suerte de personaje sacado de algún western clásico (relacionable, por
ejemplo, con aquel Ethan Edwards de Más corazón que odio), un hombre
patotero y sentimental que trabaja para reestablecer cierto orden del que
quedará afuera, por que en el universo propuesto por la película la
violencia tarde o temprano cobra sus deudas a quienes la ponen en practica,
y una vez que se entra en el juego no hay salida aparente.
Por lo
tanto la atmósfera que propone es asfixiante, aunque tal vez de a ratos
excesiva. Cada vez que los golpes cruzan la pantalla (y hay muchos,
muchísimos), su director decide mostrarlos con una cámara feroz, desprolija
y arrebatada, que solo genera confusión y malestar. Bien apartada de la
fascinación por la violencia que ejercen unas cuantas otras películas
coreanas desde su puesta, tales como Sympathy for Mr. Vengeance de
Park Chan-wook, por dar solo un nombre. En cambio, la posición que asume
frente a ella es la misma que asume en más de una ocasión su protagonista
femenina, la de alguien que mira desde la cuadra de enfrente, con tristeza y
rechazo, casi como pidiendo que paren de una vez por todas. Tanto una
película útil como denuncia ante un problema que en la sociedad coreana
parece pedir a gritos una solución, como un melodrama intensísimo que
significó uno de los momentos más emocionantes de este último Bafici.
Juan Schmidt
Hooked (Rumania-Francia, 2007. Dirigida por Adrian Sitaru).
Tal como varios buenos films de Polanski (El cuchillo bajo el agua,
Perversa luna de hiel, La muerte y la doncella), Hooked
cuenta lo que pasa cuando en una pareja irrumpe una tercera presencia que
llega para desestabilizar su moral e intimidad. Mihai y Lubi, los
protagonistas (pareja un tanto despareja, y por ende, bastante realista)
planean un picnic en lo que aparenta un día tranquilo hasta que, por el
camino, atropellan con su coche a una prostituta. Filmada en digital, con un
estilo cercano al dogma (cámara en mano, iluminación natural) y siempre a
partir de las subjetivas de sus personajes (si alguno vio la genial serie
británica The Peep Show, se puede dar una idea de cómo se ve esto),
Sitaru nos pone en el seno intimo de sus personajes. Ahí mismo hace mella
esta tercer pasajera, para poner en conflicto la vida estructurada, apolínea
y rutinaria de un noviazgo establecido contra la posibilidad de la vida
liberal, plena y sin estribos que se escapa a sus lados. En el medio del
sándwich, se desprenden unos cuantos comentarios corrosivos sobre la
sociedad rumana y europea en general y su posición ante lo diferente, lo
marginal, y lo bajo. El resultado, un filme perturbador con un suspenso que
hasta por momentos logra mutar en terror y que logra un personaje tan
movilizador –el de la prostituta- que es capaz de sacar de la modorra a
quién venga de ver cinco seguidas durante una jornada de Festival. Juan
Schmidt
Tony Manero
(Chile-Brasil,
2008. Dirigida por Pablo Larraín).
Menos un thriller sobre un asesino serial que una película sobre la perdida
de identidad sufrida por Chile y la posición asumida por gran parte de su
sociedad durante la dictadura Pinochetista. O sea, cine político; pero a los
tiempos que corren (como Il Divo, también reseñada en esta cobertura), con
música disco y rock and roll. Una suerte de nueva El Chacal de Nahueltoro,
recargada y actualizada. Tony Manero es un tal Raúl Peralta que cree ser
Tony Manero (aquel icónico personaje de Travolta en Fiebre de Sábado por
la noche), un bailarín dedicado al “espectáculo” –según sus propias
palabras- que actúa en un teatrito de cuarta de barrio y está obsesionado
con parecerse a su ídolo gringo (de ojos azules, dato importantísimo) y
primermundista. Convencido y amoral, es capaz de todo por conseguirlo.
Pablo
Larraín nos coloca tras los hombros de este monstruo (con un trabajo de
cámara y una carencia de música incidental que recuerda al cine de los
hermanos Dardenne) y nos hace acompañarlo bien de cerca en su intimidad para
ser testigos de sus más atroces andanzas delictivas. Tal vez en alguna
escenas peque de rozar cierto miserablismo (el modo en que registra los
actos sexuales de sus protagonistas, las acciones ridículas a las que los
somete), pero esto funciona en pos del discurso urticante que propone sobre
la sociedad que recrea. Violenta, bruta, hasta inesperada; Tony Manero –film
y personaje- ponen el dedo en la yaga tanto de Chile como de todo país del
subdesarrollado dispuesto a cualquier mezquindad por poder pertenecer a una
ficción primermundista aunque sea durante cinco minutos. Las consecuencias,
nefastas. No hay en estos personajes ni la más mínima intención de
despertarnos empatía, ni siquiera pena; sino todo lo contrario, nos chocan,
nos repelen, nos asquean.
Sumada
a La Nana, Tiempos Malos y la retrospectiva Perut-Osnovikoff, nuestro país
lindante logró en este Bafici tal vez su año de mejor representación. Como
aclama el título de otra película trasandina reciente de otro Larraín
(Ricardo), ¡Chile puede! Juan Schmidt
Treeless
Mountain (Estados Unidos-Corea del Sur, 2008. Dirigida por So Yong Kim).
Drama sobre dos nenas que son abandonadas, primero por su padre y luego por
su madre, con el argumento de ir en busca del anterior. El punto de vista
siempre es el de ellas, los adultos parecen altos y ajenos. La cámara yace a
sus alturas y los encuadres son cerrados, pegados a los cuerpos humanos y a
los pequeños objetos que las rodean (desde juguetes hasta insectos que
venden en las esquinas como si fueran golosinas). La geografía que recorre
es acotada, como la que uno recorre por si solo cuando es niño y todo parece
lejano.
A pesar
de que estos recursos han sido utilizados en varias otras ocasiones para
describir el mundo de niños dejados a la deriva con resultados mucho más
potentes (recordar la tremenda Nadie Sabe), la misma directora
coreana de In between days logra hacerlos funcionar para generar una
sentida memoria sobre los traumas y experiencia familiares de su infancia. Y
con sencillez y sobriedad, hace que vayamos de la mano de estas dos nenas
subiendo la montaña durante casi noventa minutos. Juan Schmidt
Excursiones
(Argentina, 2009. Dirigida por Ezequiel Acuña). Dos treintañeros que no se ven desde la secundaria y han seguido caminos
diferentes vuelven a encontrarse. A uno lo despidieron de la fábrica de
golosinas en la que trabajaba y a instancias de su novia bastantes años
menos se le ocurre retomar una obra de teatro que comenzara a escribir en el
último año de escuela, para lo cual decide llamar a uno de sus dos grandes
amigos de entonces. Este se dedica a escribir guiones de cine o TV y al
principio no tiene muchas ganas de reflotar la relación. La ausencia del
tercero pesa sobre ambos sin que hasta el final sepamos bien por qué.
Excursiones reúne a los protagonistas del corto Rocío unos
cuantos años después de aquel, en una operación que al cine le ha dado
muchos y buenos dividendos, tanto estéticos como emotivos. No falta
melancolía en esta tercera película de Acuña (Nadar solo, Como un
avión estrellado), pero sobra humor (es una de las mejores comedias que
se han filmado en el país) y ternura. Puede que haya sido la película más
hospitalaria del festival, la más generosa, la más habitable. Marcos
Vieytes
SELECCION
OFICIAL ARGENTINA
Castro (Argentina, 2009. Dirigida por Alejo Moguillansky). El mayor problema que tiene esta película es que te deja frío. ¿Quién
dice que toda película debe calentarnos? Nadie, por supuesto, pero
entendiendo el término en un sentido puramente térmico, como sinónimo de
enojo o incluso en su vertiente sexual, es grato que un puñado de imágenes
nos altere de algún modo. Tanto en el orden de las sensaciones físicas, de
las emociones, o de las ideas. Poco o más bien nada de eso provoca la
película de Moguillansky, en la que una serie de personajes no definidos
psicológicamente corren por una zona de la Capital Federal que es más
abstracta que geográfica. Ecos de Invasión (Moguillansky dirigió las
dos películas que acompañan la reciente edición en DVD de esta película
imprescindible) se perciben en este ejercicio virtuoso pero aun más gélido
que el de Hugo Santiago, cuya mayor belleza proviene del título inicial
impreso sobre la imagen congelada del protagonista en movimiento, que
detiene por un instante tanto devenir vacío; o de la extensa secuencia
final, que en su acción repetitiva condensa todo el desasosiego indisimulado
del resto del film.
Marcos Vieytes
8 Semanas
(Argentina, 2009. Dirigida por
Diego Schipani y Alejandro Montiel). Esta película es la filmación
del backstage del musical Ella, un tributo a Rafaella Carrá, que
montó la directora Valeria Ambrosio en Buenos Aires hace un año atrás.
Encabalgada en lo que se ha dado en llamar docuficción, aprovecha esa lábil
línea separatoria entre ambos registros para construir una comedia reidera.
La
inseguridad de los artistas y, a la vez y no contradictoriamente, el ego
inmenso que los trastorna es campo fértil para sembrar cómicas situaciones
para un espectador que se deleite con la competencia impiadosa, las disputas
y celos profesionales, el maltrato psicológico, las peleas de pareja, la
conformación de nuevos amoríos entre los integrantes de la compañía. 8
semanas riza el rulo: muestra escenas que sostienen el prejuicio y
preconcepto que se tiene desde afuera de ese mundo de divismos y "puterío"
que uno adosa al musical y luego desenmascara la construcción mostrando el
artificio pero sin embargo todos sabemos que las brujas no existen pero que
las hay, las hay. Neurosis, deseo, intrigas, desplantes se suceden entre
ensayos, coreografías, y números musicales ya armados al ritmo kitsch
del pop rafaellesco (¿quién no ha bailado en casamientos algún tema
de la rubia?).
La
fluctuación entre escenas mejor resueltas o más logradas que otras, algún
remedo a estudiantina, un código que requiere cierto conocimiento previo
sobre ese mundo retratado y el esquematismo formal de su puesta no
construyen ni un producto masivo ni uno revolucionario, sino uno que
divierte y entretiene. Poco pero alcanza. Javier Luzi
El viaje
de Avelino
(Argentina, 2009. Dirigida por Francis Estrada). Avelino vive en Río Grande,
una pequeña población del norte argentino. Y cuando digo pequeña, digo una
escuela, unos ranchos y poco más. Cuando lo vemos transporta, a lomo de
burro, algunas compras. Ese viaje marcará el ritmo del filme que, día a día,
nos mostrará una semana casi en la vida de esta familia. El poblado está
próximo a una fiesta y Nely, una de las hijas pequeñas de Avelino, cae
enferma. De la medicina natural homeopática, se pasa a la curandera oficial
y luego a la visita del enfermero del poblado vecino y su medicina
alopática. Nada da resultado y deberán padre, hija y hermano emprender el
camino a la salita de emergencias del poblado más cercano que no lo es
tanto.
Mundo
de gente simple, sencilla, es el que retrata este documental (producido por
Cine Ojo). Mundo de pobreza extrema y donde el progreso jamás llegó más que
en la forma de un gorro o un caramelo (que es decir que no llegó). Mundo de
relaciones directas y sentimientos implícitos y pocas palabras (observar el
gesto de la gorra o el cruce de la camioneta). Todo el trabajo minucioso,
detallista (incluido el crudismo de la matanza del cabrito para la fiesta)
para describir el mundo en observación con una mirada bastante imparcial se
cae a pedazos en los últimos minutos con la aparición de un periodista de TN
que anuncia el hecho con final feliz incluido y la vida se vuelve fatalmente
programa de televisión. Construcción del ejemplo didáctico que no se
conforma con eso sino que nos regala, cartel mediante, un otro caso sin
final feliz. Javier Luzi
Plan B
(Argentina, 2009.
Dirigida por Marco Berger). Un plan B es aquello
a tener en cuenta si no sale bien lo que esperamos y queremos. Un backup si
el original nos falla. La segunda opción. En el trío "casual" que se forma
entre Bruno, Laura y Pablo, "Plan B" también puede querer dar cuenta del
plan de B (Bruno) o un plan bisexual, ya que a la identidad y al deseo
sexual es a lo que referirá el film. Laura salió con Bruno y lo dejó por
falta de compromiso. Bruno la ve con Pablo y quiere recuperarla. Se acuestan
pero no le alcanza, quiere volver. Para eso trama una locura: levantarse
al novio de su ex (rumores que luego serán desmentidos incentivan el plan).
Lentamente se va metiendo en su vida y se hacen amigos. Tanto que ambos
empezarán a notar que hay algo que les está pasando y a lo que deberán hacer
frente.
Marco
Berger utiliza escenas donde vemos pero no escuchamos los diálogos, trabaja
con planos cortos y encuadres bastante cerrados, y pone la cámara ya fuere
en techos y terrazas grises de una ciudad esquiva que parece ralentar el
encuentro final, ya fuere en alturas que remarcan la confusión sexual (quizás
en exceso). Culos, bultos enfocados no devuelven únicamente la mirada de
algún protagonista sino la presencia del director y ahí se evidencia la
decisión de cómo se quiere contar el "inicio" de la relación. Que se
alimenta también del jueguito del "si fueras…",
de la ambigüedad en boga en estos días, y del extraño e inmanejable amor.
Cuando los protagonistas hablan de Peter Pan y Neverland, la idea del ser o
no ser y la cuestión de la identidad comienzan a ponerse en juego y a esa
altura la mente ya no domina la situación.
La
película desarrolla la historia de tal manera que el espectador puede ver
los conflictos, los miedos, las dudas, la angustia que genera asumir el amor
(y más aun el homo) para estos jóvenes maduros. Gracias al guión, la
dirección y las actuaciones (mención para Vignau y Ferraro: obsérvese la
escena del descubrimiento de Pablo o el momento después de los besos), entre
silencios, frases entrecortadas e implícitos la palabra se impone
naturalmente. Y más que la palabra, la acción y el deseo como instancia a
cumplir. Javier Luzi
77
Doronship
(Argentina-Francia, 2009. Dirigida por Pablo Agüero). Una
mujer a punto de parir en París recibe la visita de su suegro argentino.
Este busca a su hijo, pareja de la chica y padre del pibe que va a nacer,
quien un día dijo que bajaba a comprar cigarrillos y no volvió más. La
película de Agüero se desenvuelve entonces alrededor de un personaje que
busca y de otro que espera. Entre ambos, una ausencia y el nuevo vínculo que
se teje por ella, sumamente extraño dadas las características de ese
argentino viejo, chanta y aventurero, y esa chica francesa embarazada. La
película tiene dos niveles de tiempo y espacio. Transcurre en un
departamento de París y en un desierto de Mendoza, hoy y hace diez años. De
hecho, Agüero usó imágenes filmadas hace una década para otra película suya
en la que participaba el mismo actor no profesional que protagoniza esta.
Ese afán de verdad de Agüero se hace presente también en el modo de filmar
los cuerpos y en un prólogo que presenta el background del personaje
masculino: viajero de los cinco continentes, minero en Africa, trabajador en
Cuba a las órdenes del Che Guevara, estudiante de La Sorbona. Lo más notable
de ese currículum es que es real. Ninguna ficción podría haber intuido
itinerario más fabuloso. Marcos Vieytes
La
madre
(Argentina, 2009. Dirigida por Gustavo Fontán). La literatura no es ajena al cine de Gustavo Fontán, quien ya ha
trabajado en otras películas suyas convirtiendo a Marechal o a Juan L. Ortiz
en materia fílmica. En La madre no hay referencias explícitas a
ninguno de ellos, pero sí un tratamiento del tiempo y de la luz que no sería
descabellado calificar de poético, entendiendo el término como un
alejamiento de las convenciones cinematográficas narrativas usuales. La
luminosidad morosa de la película nos introduce en un orden que, sin dejar
de ser cotidiano, se torna también ajeno. Estamos en una casa como cualquier
otra, habitada por una mujer a la que su marido abandonó y sostiene su hijo,
pero también habitamos el desconcierto mental de esa mujer, el espacio
metafísico que hay entre los cuerpos, el devenir temporal de los insectos,
la historia social cifrada en un azulejo corroído, la cargada elocuencia de
unos silencios o una mirada. Acaso el mayor problema es que todas esas
energías, por llamarlas de alguna manera, no siempre fluyen. Marcos
Vieytes
Rosa
Patria
(Argentina, 2008. Dirigida por Santiago Loza). Néstor Perlongher sigue siendo para muchos un perfecto desconocido. Esta
película puede remediar en cierto modo esa situación, injusta ya que se
trata de un poeta y prosista imprescindible. Pero la película de Loza se
concentra mucho más en Perlongher como militante que en Perlongher como
escritor. Es que detrás de esa decisión está una historia aún más
desconocida públicamente que la del propio Perlongher, y esa es la del
Frente de Liberación Homosexual y su relación con organizaciones como
Montoneros. Dar cuenta de esas dos historias, la personal y la pública, es
lo que se propone Rosa Patria a modo de boceto, de ensayo para
próximos proyectos. Y lo hace poniendo en escena a gente como Fogwill, Juan
José Sebreli, Sarita Torres, Fernando Noy y Alejandro Ricagno, entre otros,
que más que dar información, le ponen el cuerpo a la cámara. Como el propio
Loza ha declarado, Rosa Patria se propone, a falta de registros
audiovisuales, la invención de un pasado que corre el riesgo de diluirse con
la desaparición de sus últimos testigos. Intenta ser un teatrito de
variedades (más barroco que barroso) donde diversos invitados testimonian
como si se tratara de performances. Marcos Vieytes
Bonus Track
(Argentina, 2008. Dirigida por Raúl Perrone). Si 180
Grados (reseñada en
otra página de esta cobertura) era un borrador bastante defectuoso, este
relato que sigue las idas y vueltas de un grupo de skaters es un
trabajo acabado más que atrayente. Acá los adultos ni siquiera están
borrosos. Simplemente no aparecen, son una presencia en off evocada por los
protagonistas, que andan de aquí para allá, sin rumbo definido, hasta
desembocar en un cine vacío, tan propicio para sus piruetas como para sus
permanentes desencuentros.
Perrone
deja de lado todo regodeo audiovisual, consciente de que los climas pueden
ser generados sin dificultad por sus personajes y el ámbito que los rodea.
Elige entonces una puesta en escena seca que no resigna dinamismo, basada en
apropiados planos secuencia, porque van configurando una serie de
personajes, un espacio-tiempo, una historia. El realizador de Ituzaingó se
acerca con paso firme al Truffaut de Los 400 golpes, madurando sin
perder la juventud. Rodrigo Seijas
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