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9º Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente


Sección: Panorama


Syndromes And A Century (Síndromes y un siglo. Tailandia-Austria-Francia, 2006. Dirigida por Apichatpong Weerasethakul). En el primer número de la presente edición de “Sin Aliento”, el diario del Bafici, Ezequiel Schmoller dice que esta película “comienza siendo difusamente narrativa”. Anoche, cuando planeaba estas líneas, pensé que el modus operandi de Apichatpong Weerasethakul (Mysterious Object At Noon, Blisfully Yours, Tropical Malady) es el de la disgregación del relato, el de la digresión exquisita en el tiempo y el espacio que se dispersa sin perjuicio (ni prejuicio) alguno para la película o el espectador. Claro que esto requiere de una mirada dispuesta a dejarse llevar, a dejarse ir, a interesarse por el destino de una doctora o de un monje budista que hubiera deseado ser cantante pop tanto como por la belleza de un conducto de ventilación que, por obra y gracia de la cámara hipnótica del tailandés, puede ser una serpiente, un hormiguero o lo que se nos ocurra. Debajo de su aparente inmovilidad, Apichatpong descubre el movimiento secreto, atómico, de las cosas, y les concede tanta relevancia como a las personas. La dispersión que le atribuí al principio se revela como una forma alternativa de organización. Objetos, cuerpos y palabras por un lado, planos, secuencias y banda de sonido por el otro, se conectan entre sí por una lógica secreta pero física que busca nuestra más amorosa entrega. Marcos Vieytes

Still Life (Naturaleza muerta. China-Hong Kong, 2006. Dirigida por Jia Zhang-ke). Sobre el final de la película, el protagonista se queda viendo a un equilibrista que camina sobre un cable tendido entre dos edificios a punto de ser demolidos. Uno de los sentidos de Still Life y de las otras películas de Jia Zhang-ke (Xiao Wu, Platform, Unknown Pleasures y The World, único film suyo estrenado comercialmente en la Argentina) se hace explícito en ese plano, el único en el que se vale del cine como excusa para hablar de China y de los chinos. Porque ese es el gran tema del cine de Jia, pero no su mecanismo usual de abordaje. Su mayor mérito consiste, justamente, en supeditar el contenido a la forma, y esto a pesar del claro interés político que lo anima en su acercamiento al cine. Salvo en ese último plano demasiado obvio, demasiado transparente. Pero sería injusto y obtuso concentrarse en el único exceso retórico de una película prodigiosa, minuciosa, escrupulosa y fresca (o hermosa, así extendemos la rima). Still Life cuenta la historia de un minero que sale a buscar a su hija y su mujer, y de la esposa de un empresario-funcionario público que dejó el hogar hace dos años por trabajo y puede que ya tenga otra mujer y, sin lugar a dudas, otra vida. Pero sobre todo, es la historia de una ciudad que desaparecerá bajo las aguas de una represa en vías de construcción, y de los hombres y mujeres que desaparecen –estén vivos o hayan muerto– bajo el peso de la Historia (en este festival también se ha proyectado Dong, el documental de este mismo cineasta sobre este mismo hecho). Puede que el anonimato sea, en verdad, el gran tema de Jia Zhang-ke. El anonimato comunista o el anonimato capitalista, pero siempre la anomia de la masa o la del individuo, y esos retazos de fantasía como espejitos partidos de colores que nos rescatan apenas: un thriller hongkonés con Chow Yun Fat que alguien mira por televisión en el culo del mundo, o esos edificios en ruinas que por obra y gracia de la poesía digital de Zhang-ke toman forma de naves espaciales y despegan hacia el infinito y más allá. Marcos Vieytes

Summer ’04 (Verano ’04. Alemania, 2006. Dirigida por Stefan Krohmer). El segundo largo del alemán Stefan Krohmer arranca con una familia de esas que parecerían tener todo resuelto: papá y mamá cuarentones, cultos y de muy buena posición social, simpático hijo adolescente con hermosa novia… todos de vacaciones en soberbio chalet a metros del mar báltico. Cuando la nena cae con un nuevo amigo –otro cuarentón–, el primero de muchos conflictos afectivos se esboza. ¿Es aquel hombre un amigo o, en realidad, un amante? ¿Qué actitud tomará el novio de la chica? En lugar de preguntarse eso, la mamá del novio (inigualable Martina Gedeck) toma cartas en el asunto: increpa al hombre en cuestión, acusándolo veladamente de abusar de la muchacha. Y las cosas se ponen buenas. Pero mejor se ponen cuando esa misma mujer, que casi pasaba por puritana, exhibe signos de atracción hacia el supuesto abusador. Lo cual nos lleva a preguntarnos, entre otras cosas, adónde irá a parar esa familia que tan pocos minutos atrás parecía modélica. Lo de Gedeck es realmente memorable, porque expresa la insatisfacción burguesa con la misma, enorme potencia con la que también expresa la satisfacción, el placer y la necesidad sexual. También vale el erotismo (la química entre los intérpretes está muy por encima de la acostumbrada) y la habilidad de un cineasta que se da el lujo de prescindir de toda música incidental sin dejar caer por ello el pulso narrativo. Lástima que la historia, y más exactamente su guión, llega a un punto de empantanamiento, de agotamiento. Y a partir de allí se estira, se deshilvana, forzando finalmente un giro brusco a partir de un episodio trágico que resulta inverosímil. Guillermo Ravaschino

Nightmare Detective (Akumu Tantei. Japón, 2006. Dirigida por Shinya Tsukamoto). Shinya Tsukamoto es grande. No digo que es un grande, sino que ya es grande. Que está grande como para andar filmando una película como esta, pensada para alimentar el fanatismo acrítico de sus seguidores, que lo ha elevado a la categoría de director de culto después que filmara su opera prima Tetsuo, una fábula cyberpunk que parece haberlo eternizado en un rictus de cineasta border que no les deja ver (ni a él ni a sus acólitos) la sucesión de clisés de su cine al que no es ajena está película. Decía, entonces, que Shinya Tsukamoto está grande para andar haciendo demagogia y, acaso, creyéndosela (que es el destino final de todo demagogo: engañarse a sí mismo). El detective del título es Ryuhei Matsuda, cuyo rostro de efebo perturbador es aprovechado por Takashi Miike en A Bing Bang Love: Juvenile (comentada más abajo, en esta misma página); un muchacho que tiene el don de introducirse en las pesadillas ajenas y sanear la patológica actividad onírica de sus ¿pacientes? ¿clientes? Vaya a saber uno cómo llamarlos y vaya a saber uno por qué cuernos dicho joven anda siempre vestido como El Hombre Misterioso, de Liniers, con largas túnicas negras y cara de constipado poeta romántico. En fin, esas cosas del Arte. Lo cierto es que cuando empieza a suicidarse gente mientras duerme, la policía decide llamarlo para detener al soñador serial responsable de los crímenes y entonces sucede un enfrentamiento final a puro frenesí de montaje, planos detalle, close-ups y cerrados encuadres que no duran ni un segundo, aburren por acumulación e intrascendencia, y embarran la cancha hasta infatuar la más pueril de las explicaciones traumáticas. Marcos Vieytes

O Céu De Suely (El cielo de Suely. Brasil-Francia, 2006. Dirigida por Karim Ainouz). El director de Madame Satá vuelve más relajado, pero sin perder la frescura y el desenfado. La historia de Hermila, quien vuelve a su pueblo con su hijito, reencontrándose con su hermana y su abuela al mismo tiempo que busca al padre del niño, es todo un tratado sobre la fidelidad hacia un personaje. Para la cámara sólo importa Hermila, nada más. Y actúa en consecuencia, protegiéndola a toda costa de cualquier giro desestabilizador del guión. Contribuye aun más la actuación de Hermila Guedes en el rol protagónico, dueña de un ángel y un carisma fuera de lo común (debo admitir que la conocí personalmente, así que en cierto modo mi fascinación es inevitable). Y por cierto: la banda sonora original, junto a la de Reprise, han sido las mejores del festival. Rodrigo Seijas

Brand Upon The Brain! (¡Marca en el cerebro! Canada, 2006. Dirigida por Guy Maddin). La película-acontecimiento del festival. Porque se daba en un teatro, con música en vivo y director de orquesta checo; porque era muda y con efectos de sonido manufacturados sobre el escenario; porque Geraldine Chaplin era la narradora y hasta un castrati era parte del show. Guy Maddin, de quien sólo se ha estrenado en nuestro país La canción más triste del mundo, sigue haciendo de los comienzos del cine la materia prima del suyo. Dice adscribir a la idea del cine como arte satánico, nocturno, espectral (propuesta de Jean Epstein y los expresionistas), pero se vale del humor para evitar la pose de artista maldito y acercarnos a las preocupaciones contemporáneas de sus personajes. En este caso, dos hermanos (chico y chica) que viven en un faro lleno de huérfanos y tiranizados por una madre castradora y un padre siempre concentrado en su trabajo que resultan ser más ridículos que terribles. La llegada a la isla de la joven heroína de una saga de novelas policiales para adolescentes desatará el deseo sexual, la confusión de identidades, la desobediencia, el placer y la revolución doméstica. Aquelarre de imágenes montadas con calibrado desafuero, retazos de color, cierres en iris, que hace foco menos en la crueldad que en la estupidez de los adultos y en el hecho inevitable de que todos acabamos por convertirnos en uno. Brand Upon The Brain! es una trepanación meticulosamente primitiva, un artificio a veces feliz y otras doloso que por momentos es cine y por momentos otra cosa, singular e indefinible como la voz de un castrado. Marcos Vieytes

Le Dernier Des Fous (El último de los locos. Francia, 2006. Dirigida por Laurent Achard). En el comienzo está la casa. Y la casa nos remite inmediatamente a la de Caché en el recuerdo de la infancia que persigue al protagonista y le ha creado no sé si el trauma, pero sí el problema que en la actualidad lo aqueja. Y la remisión no es azarosa porque los traumas infantiles serán el plato principal de esta película de Laurent Achard. La casa se viene abajo como la familia que la habita: una madre mentalmente enferma y encerrada en su cuarto, un padre ausente, un hermano mayor que oculta su homosexualidad y cuyo amante, un vecino del lugar, lo deja para casarse, una abuela déspota y la mucama, única compañía más o menos "normal" pero bastante pedestre. El pequeño Martín será el testigo presencial de cada hecho familiar que convoca al desastre final. La suma de disloques y eventos que se disparan sin límites es de un nivel de violencia latente y explícita que abruma. Temer parece ser la consigna a cumplir en semejante familia, y la herencia que se lega sin culpa alguna. Apoyándose en las excelentes actuaciones y sin el uso de música, el manejo de la tensión se instala en el espectador inconscientemente en mitad de la película acercando datos que serán los elementos claves para un final que juega a entroncar el castigo divino, como operación de un deux ex machina, y apenas es el grito desesperado de lo que supimos construir. Javier Luzi

Woman On The Beach (Mujer en la playa. Corea del Sur, 2006. Dirigida por Hong Sang-soo) Las películas de Hong Sang-soo, como las de Rohmer o las dos de Andrew Bujalski (la recientemente vista en Mar del Plata Mutual Appreciation y la recién estrenada en Buenos Aires Funny Ha Ha), son parte de un cine del placer oral que demuestra el alto valor que puede tener el uso de la palabra en un medio audiovisual (cuando no está pensada sólo como sustituto descriptivo de la imagen, concepción que desmerece a una y otra). Los protagonistas de su cine son siempre los mismos: dos hombres y una mujer o dos mujeres y un hombre, pero esa figura geométrica triangular abre un mundo de formas posibles. Como le muestra un personaje a otro mientras dibuja, con dos puntos puede hacerse una línea (con el número dos nace la pena, dijo Marechal), pero con tres hay una forma abierta a diversos sentidos y dibujos. La escritura de un guión no es ajena a esta poética del azar representado y Hong Sang-soo (Virgin Stripped Bare By Her Bachelors, Turning Gate, Tale Of Cinema) concibe el diálogo entre imagen y sonido como un juego amoroso. Como el flirt, sólo en apariencia leve, al que se entregan sus personajes. Detrás de la ligereza insustancial e inconsecuente que parece destilar cada situación, se adivina el trabajo de un orfebre fileteando la felicidad. Marcos Vieytes

The Sci-Fi Boys (Los chicos de la ciencia ficción. Estados Unidos, 2006. Dirigida por Paul Davids). Una pequeña, humilde, divertida muestra de amor al cine. Diversas personalidades (Ray Harryhausen, Steven Spielberg, Roger Corman, John Landis, Peter Jackson, William Malone) van desfilando, comentando sus visiones y pensamientos sobre el género de ciencia ficción y el oficio de los efectos especiales. Son como niños hablando de sus juguetes, sus sueños y sus fantasías. Y también adultos, con una llamativa autoconciencia de sus posiciones como autores y visionarios de un mundo que aún no alcanzó sus límites. Rodrigo Seijas

A Big Bang Love: Juvenile (Japón, 2006. Dirigida por Takashi Miike). Miike dirige varias películas por año. Insertado en la industria, dicen que no le hace asco a nada y por ello se hace difícil para uno encasillarlo tanto como para él sostener una producción pareja. "¿Qué clase de hombre quieres ser?", se oye al comienzo, y de ese rito de madurez o de ese pasaje parece querer dar cuenta el film. Trabajando el espacio como uno teatral, minimalista, vacío de innecesariedades, o construyéndolo desde las luces y las sombras, apostando por los encuadres asombrosos y la puesta en escena certera, esta historia de dos hombres jóvenes que se cruzan en prisión y, de alguna manera y como sólo pueden o se permiten, se ofrecen la única relación de la que son capaces es un alarde de imaginación y un desborde de locura. Miike enmarca la historia dándole un aire shakespeareano en su monólogo inicial que va a hablar de aquello que dominará el film: la cuestión del tiempo y el espacio. En un recinto cerrado cargado de violencia contenida y desatada brutalmente, el pasado y el futuro se cruzan y muestran todo lo que los constituyó como tales. Para ello el director echa mano a los colores, las texturas, las pieles mostradas en planos detalle, las repeticiones constantes de situaciones, las nuevas tomas desde distintos ángulos, la no linealidad del relato. Y tiñe de intriga policial lo que en el fondo es casi un tratado filosófico sobre el amor, la herencia, la imposibilidad de cambiar, la venganza, la asunción de la fatalidad como destino, la creación. Javier Luzi

I Don’t Want To Sleep Alone (No quiero dormir solo. Taiwan-Francia-Austria. Dirigida por Tsai Ming-liang). ¿Qué significa decir que Tsai Ming-liang es un autor? Aquí y ahora (quiero decir para mí y en este texto que garabateo mientras voy en colectivo) significa que no debe haber más de cinco cineastas que sean capaces de crear y sostener a lo largo del tiempo un universo cinematográfico propio tan autosuficiente y progresivo como el del malayo. También quiere decir que nadie compone planos tan precisos como él, dentro de los cuales quede establecida una relación tan eficaz entre el desenvolvimiento temporal, la tensión dramática y la expresividad del espacio. Por eso es inútil contar lo que pasa en sus películas. Porque importa en relación a cómo pasa, a cómo transcurre, a cómo se carga de sentidos y se transforma ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta. Esto no quiere decir que no haya dimensión narrativa o política en su cine (de hecho, el protagonista de esta película es un inmigrante estafado que sólo recibe ayuda de otros inmigrantes y la película cuenta su búsqueda de un lugar en el mundo), pero sí que es indiscernible de sus decisiones formales. Como el posible uso de tecnología digital sin un criterio naturalista y el potencial retórico de todo plano final. Marcos Vieytes

Duelist (Duelista. Corea del Sur, 2005. Dirigida por Lee Myung-se). Ambicioso y autoconsciente, este film sobre una oficial de la policía y un sofisticado criminal que se van enamorando, a la par que rompen con toda regla impuesta, no tiene límites. Explota en todas direcciones, mezclando elementos de varios géneros a la vez: la figura de la femme fatale (encarnada esta vez en un hombre), el slaptick, los diálogos absurdos, el melodrama más desatado, la combinación de texturas y colores, las artes marciales, el video-arte, etcétera. Por momentos uno se queda afuera, preguntándose qué es lo que busca este film. Pero cuando entra en la trama, cuando se entrega al relato, encuentra la respuesta: una permanente pulsión por romper con todos los esquemas. Rodrigo Seijas

For Your Consideration (Para su consideración. Estados Unidos, 2006. Dirigida por Christopher Guest). Ford decía: "Mi nombre es John Ford y hago westerns", o por lo menos eso es lo que la leyenda dice que Ford decía cada vez que le preguntaban a qué se dedicaba. Lord Guest, el director de esta película, podría decir: "Mi nombre es Christopher Guest y hago falsos documentales", frase que hasta dondé sé nunca ha pronunciado pero se ajusta a la realidad de lo que hace. ¿O debería decir: "Mi nombre es Christopher Guest y hago comedias"? En realidad, poco importa lo que diga y mucho lo que filme. Pero lo que dicen sus personajes, criaturas desesperadas por ser leyenda, es la base del humor del cine de Guest y da forma a la estructura de sus películas. Alrededor de un elenco estable de actores y amigos que hacen las veces de músicos, criadores de perros o cineastas independientes como en este caso, Guest elabora ficciones basadas en los mecanismos fosilizados por el documental estándar televisivo para retratar a individuos y colectividades conectados por intereses comunes cuya imagen de sí mismos y de su actividad es siempre desproporcionada. Aquí las cosas no funcionan tan bien como otras veces, pero el patetismo de ese grupo de actores supuestamente al margen de los brillos del sistema, pero que se obsesionan con unas posibles candidaturas al Oscar, no excluye una dosis de ternura sin condescendencia y más de un gag deliciosamente agrio. Marcos Vieytes

It’s Only Talk (Sólo son habladurías. Japón, 2005. Dirigida por Hiroki Ryuichi). Un film que, a pesar de sus más de dos horas de extensión, atrapa con rapidez al espectador y no lo suelta. La historia de una chica con problemas depresivos, que va saltando de relación en relación, fluye como un río, pausadamente, a pesar de su evidente tono trágico. En cierta forma recuerda a Million Dollar Baby. Más todavía por su final desconsolador, aunque tremendamente coherente con los personajes. Esta película, desde su vitalidad aun en los momentos más oscuros, nos habla del temor a amar, a establecer contacto con otras personas. Y lo hace desde un llamativo y paradójico optimismo. Rodrigo Seijas

The Host (El anfitrión. Corea del Sur, 2006. Dirigida por Bong Joon-ho). ¡Viva el cine industrial asiático! ¡Viva el imprevisible cine de género coreano, abierto a zonas de opacidad y desmesura, cambios de ritmo y combinaciones refractarias a la interpretación! ¡Viva The Host, My Sassy Girl y Shall I Cry? (que acaba de competir en el Festival de Mar del Plata)! El director de Memories Of Murder y Barking Dogs Never Bite, entre otras, se ha despachado aquí con una monster movie indefinible para ver en pantalla grande y con sistemas de sonido de última generación. Como la criatura que asciende del río para asolar medio Seúl sembrando pánico, desorden y fascinación, convirtamos a The Host en la cabeza de playa del mainstream asiático en nuestro país. ¡Que tome por asalto las salas de los shoppings, los equipos sonoros y las cadenas de distribución estadounidenses que copan la parada en esta parte del mundo! Porque The Host, no sé si se los dije, va a tener estreno comercial. Sí, señores, The Host se va a estrenar y será hora de llenar los cines con la alegría de ver un espectáculo a la vez majestuoso, desprejuiciado y significativo. El de un enfrentamiento a muerte entre una familia y un monstruo que son, a la vez, creación y víctimas de un ente mucho más poderoso, inasible y siniestro, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia es ninguna. Quien quiera averiguar a qué me refiero, que no se pierda ni el principio ni el final de esta maravillosa película. Marcos Vieytes

Ferien (Vacaciones. Alemania, 2006. Dirigida por Thomas Arslan). El año pasado el Bafici ofreció una retrospectiva sobre la obra del alemán Thomas Arslan. Allí descubrí A Fine Day, una de las mejores películas que pude ver y reseñé para este sitio. Ahora ya seguro elegí Ferien y no me defraudó. Durante unas vacaciones en una bella casa de campo, los integrantes de una familia se revelarán secretos que podrían cambiar sus destinos. Cuatro generaciones se cruzarán para contar historias conocidas que sólo la justeza y precisión de la dirección y la puesta en escena de Arslan consiguen distinguir y sacar fuera de lo común. Parecería que las escenas se deconstruyen y vuelven a reconstruirse delante de nuestros ojos sin alardes, sin gritos ni gestos exagerados. Discusiones, peleas en medios tonos o dolores que se muestran sin llantos acongojados simplemente con tres mujeres que se van sentando a una mesa y se toman de las manos. El minimalismo que relata sin necesidad de suplementos o accesorios. Una historia donde abundan las palabras justas y los silencios que dicen y donde la música casi no aparece. Javier Luzi

Monkey Warfare (La guerra del mono. Canadá, 2006. Dirigida por Reginald Harkema). La película del canadiense Reginald Harkema fue acollarada por los programadores del festival junto a La Chinoise, de Godard. La política llevada al cine y el cine como una política de las formas audiovisuales que no pretende establecer una certeza ideológica sino dar cuenta de un malestar o desconcierto. Monkey Warfare lo consigue gracias al humor y los cero grados de arrogancia que exhibe. La gran pregunta que se plantea la película es qué lugar le cabe en el presente al activismo político más o menos violento. Y si la respuesta es más bien negativa, no ha sido formulada desde la decepción o el cinismo. La pareja compuesta por Dan (Don McKellar, visto en Clean, de Olivier Assayas) y Linda ya no protesta contra las guerras y sólo se dedica a restaurar y vender por Internet objetos que encuentra en la basura, hasta que conocen a Susan, una dealer curiosa que empieza a venderles marihuana y a cuestionar su actual pasividad, esa mezcla de ecologismo light y coleccionismo revolucionario que cultivan con simpático pero inocultable desgano. Esos elementos también son usados por Harkema para darle estructura formal a la película y oponer dentro de ella misma el furioso inconformismo setentista (expuesto poderosamente en la secuencia de títulos en rojo del comienzo sobre el fondo de un vigilante incendiado por una bomba casera) a la fragmentada realidad social contemporánea (los hermosos planos tomados en la calle de mujeres andando en bicicleta conviven con los aviones anónimos que surcan el cielo a lo largo del relato y se tornan inquietantes debido a la repercusión simbólica del 11-S). El primer final de la película (porque hay otro después de los créditos) es un tanto conservador. Todavía no sé si la comicidad del segundo refuta o enfatiza al anterior, pero su despreocupada incertidumbre nos explota en la cara como una molotov. Marcos Vieytes

Retribution (Sakebi. Japón, 2006. Dirigida por Kiyoshi Kurosawa). Sigo con el juego de palabras que empecé en otro lado para hablar de esta última película del tocayo de Akira (Kairo, Bright Future, Suit Yourself Or Shoot Yourself: The Hero). Retribution es un color que hace ruido, un grito que desentona, un recuerdo que no combina. Combinación puede que sea una de las palabras clave del cine de Kurosawa. El suyo es un arte de la combinación incesante en el que las variaciones en la composición del plano abren portales a infinitos universos. Hay pocas cosas más temibles en el cine contemporáneo que las aberturas de un film de Kiyoshi Kurosawa. Cuando digo aberturas me refiero, naturalmente, a puertas y ventanas, pero también a recipientes, espejos y pantallas. O a manchas de humedad indescifrables, o a superficies líquidas misteriosa y repentinamente estriadas. Y cuando me refiero a ellas como temibles también podría aplicarles el adjetivo fértil. Porque menos que al horror, esos portales convocan al asombro, la duda, la curiosidad, la sorpresa y la incertidumbre. Como si el mal, los fantasmas y la muerte que aparecen en aquellas películas suyas en las que se maneja según las convenciones del cine de terror, fueran cada vez más abstractos: motivos estéticos, reincidencias melódicas que nos invitan a jugar con los sentidos y desmitificar los miedos más atávicos. Por eso hasta el clisé del crimen cometido por el protagonista y perdido entre los pliegues del pasado no lastra aquí la película, sino que sirve como punto de partida para el juego y reflexión sobre las arbitrariedades de la memoria y el poder siempre parcial de su representación. De hecho, el color que mencioné al principio es el rojo que viste a la aparecida muerta, el ruido que desentona es un grito agudo que dura más de un minuto (una eternidad) y obliga a taparnos los oídos, pero el recuerdo que no combinaba no era un recuerdo, sino un olvido. O un recuerdo ausente, acaso una mala jugada del cerebro, una tergiversación de la culpa. Sobre esa fragilidad del significado Kiyoshi Kurosawa construye su cine. Marcos Vieytes

Hana (Japón, 2006. Dirigida por Irokazu Kore-eda). Los personajes de esta película son sucios y feos como los de Scola, pero buenos como el pan sin levadura. Quiero decir que los habitantes de la villa miseria de la ficción de Kore-eda nos hacen derretir por su humanidad. No importa que vivan en el Japón del siglo X o sueñen con ser samurais, los sentimos cercanos a nosotros y ese es un mérito que tienen en común esta película y la inolvidable After Life, ganadora del primer Bafici. Acaso el mayor defecto de esta película sea, igual que en Nadie sabe (estrenada no hace mucho en la Argentina), su tendencia a la manipulación sentimental para transmitir un juicio sobre el presente y la realidad exterior al film. Por eso la actitud del protagonista hacia la venganza y la violencia parece hija de una concepción pacifista anacrónica y extra diegética más que de la evolución ética de un personaje. Pero ello no significa que la película pierda toda credibilidad, lo que habla de un director que acaba imponiendo su lógica algo naif y simplista, pero encantadora, merced al sutil trazado de rasgos domésticos comunes a todos. Marcos Vieytes


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