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9º Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente


Secciones Oficiales


SECCION OFICIAL INTERNACIONAL
AFR
(Dinamarca, 2007. Dirigida por Morten Hartz Kaplers). Un falso documental –o mockumentary– absolutamente monumental, centrado en Anders Fogh Rasmussen, primer ministro de Dinamarca recientemente asesinado, y en el hombre que según la prensa y el establishment lo ejecutó: un anarquista homosexual llamado Emil. Ya debo aclarar que, en el mundo real, Rasmussen es el actual primer ministro danés, que nadie lo asesinó (por lo menos hasta la publicación de estas líneas), y que al mentado Emil lo interpreta Morten Hartz Kaplers, el valiente y talentoso director, guionista y productor de esta película. Una película que, por varias razones, llama poderosamente la atención. La calidad de la construcción documental, para empezar, es sencillamente impresionante, y en ella se combina material de archivo auténtico (del propio Rasmussen, pero también de multitud de políticos y funcionarios daneses y de otros países) con tomas realizadas sobre actores que encarnan a sus familiares y allegados, como así también a los de Emil. La estructura propiamente dramática, sin ser menos contundente, resulta más provocadora e inquietante aun: pinta a Rasmussen como un derechista oscuro, obsecuente ante George Bush (eso es verídico: este hombre apoyó sin miramientos la invasión a Irak), que asciende en su carrera mientras relega o traiciona sus afectos. Entre estos, en primer lugar, aparece el propio Emil, ya que el film también desvela con lujo de detalles el romance clandestino que el primer ministro sostuvo con su supuesto matador. Sí: AFR postula que el gobernante, heterosexual y jefe de familia pour la gallerie, ha sido homosexual puertas adentro. Lo cual da pie, por cierto, para que también lo consideremos un hipócrita. Hay mucho más pero no es dable anticiparlo, sobre todo en vistas de su posible –necesario– estreno comercial (sepan apenas que la historia crece y se complejiza, ganando espesor dramático sin quebrar la estructura documental). ¿Podría un film danés ser más provocativo? Lo que importa, en todo caso, es subrayar que la provocación tiene un sustrato que por su calidad formal y periodística supera la seriedad, o la apariencia de seriedad, de la mayor parte de los documentales convencionales. También cabe celebrar, y agradecer, que un film invierta la ecuación a la que los políticos oficiales de todo el mundo nos tienen acostumbrados: AFR es una auténtica mentira verdadera no sólo porque suena real, sino porque manipula sin culpas, y con honorables fines, a los cretinos que nos manipulan cotidianamente; a los inescrupulosos que hacen carrera, y fortuna, con sus verdades falsas. Guillermo Ravaschino

Estrellas (Argentina, 2007. Dirigida por Federico León y Marcos Martínez). Un documental sobre un grupo de actores en la Villa 31 que encuentra en Julio Arrieta su piso y su techo al mismo tiempo. Este personaje se constituyó en el mediador cultural para acceder a la villa como locación, para conseguir cast y para sostener una especie de utopía salvífica donde los pobres, marginados del sistema, al mejor estilo libremercadista, se ilusionan con "pertenecer" a partir de su sola presencia en pantalla. "Yo no quiero ser un divo", dice Arrieta, pero todo su accionar lo contradice. Con más armas de político reformista que discursea con el cambio para que nada cambie, que con sincera postura revolucionaria, el referido enuncia como verdad incuestionable (y también lo enuncian los cineastas, al elegir mostrarlo así) que ser villero es un hecho consumado, un acontecimiento, y derrumba sin que se le mueva un pelo siglos de historia de dominación económica. Por supuesto que el paternalismo de viejo cuño, siempre burgués e intelectualoso, es la hipocresía misma, pero pretender que los pobres, por serlo, quedan exentos de semejante mirada, y manipularlos para que olviden la misma realidad que los circunda y aplasta dedicándose a filmar ciencia ficción es de una hijaputez mayúscula por más increíbles o deslumbrantes que sean los resultados finales. "Los ricos cuando piensan en los pobres piensan en pobre", escribió Evita en "La razón de mi vida", y los comentarios huelgan. La línea que separa la simple mostración de la burla es tan delgada que siempre acaba rompiéndose y Estrellas, además de ser efectista y facilista en los recursos y los procedimientos para empatizar con un público progresista, es superficial en sus cuestionamientos. "Ser villero o hacer de villero" parece ser la cuestión, y la realidad y la apariencia terminan confundiéndose, intercambiándose, en esta boutade tan inocua como falsa. "¿Cuándo un albañil va a ser protagonista?" es la pregunta-slogan que formula Estrellas. Protagonista de su propia vida es más que suficiente, diría yo. Javier Luzi

El asaltante (Argentina, 2006. Dirigida por Pablo Fendrik). Los primeros minutos, en los que un hombre prepara y concreta un asalto a un colegio privado, filmados con un plano secuencia magistral, nos hacen pensar en un excelente corto. El problema es que no es un corto sino un largo, y recién empieza. Luego se enreda sobre sí mismo, agregando personajes y situaciones, distrayéndose de la acción –al revés que en los primeros minutos– para concentrarse en lo temático e ideológico. Y todo se va derrumbando progresivamente, mientras ciertos gestos del protagonista cobran nuevos significados, que aportan un "marco social" innecesario. A eso se suman ciertos errores de criterio, que sugieren que el director no ha logrado sostener la coherencia a la hora de establecer un estilo en la puesta en escena. Un film que no puede conformarse con ser fiel a un género, y ambiciona una "importancia" que está demás. Rodrigo Seijas

In Between Days (Entre días. Canadá, 2006. Dirigida por So Yong-kim). La película ganadora del Bafici en la competencia oficial internacional le dejó a este cronista un regusto amargo. Es tan correcta que acaba generando indiferencia, es tan pensada que se vuelve esperable, es tan simple que se nos hace ya vista mil veces. La protagonista Aimie es una chica oriental transplantada a Occidente. Una coreana en el crudo invierno de Toronto. La otredad encarnada en un lugar y un tiempo personal. Ella es adolescente y se ha mudado para vivir con su madre. Un padre que no está (¿muerto?, ¿vivo pero en su país?) será su constante interlocutor y entonces habrá esa ausencia como "marca" de vida. Semejante vacío no asumido la conducirá a vivir, en cada una de las relaciones que establece por elección (sus amigos, su amigovio) o imposición (su madre, la escuela), más lo que falta que lo que en verdad tiene. Ahora bien: el enfoque que la directora So Yong-kim elige para contar todo esto impregna al film, a la larga, de lentitud y repetición. Y más allá de los ramalazos de belleza fotográfica o de sentimiento que entregan algunas escenas, aburre. Javier Luzi

Old Joy (Vieja alegría. Estados Unidos, 2006. Dirigida por Kelly Reichardt). Dos viejos amigos de cuarenta años –o casi– emprenden viaje en auto hacia un bosque de Oregon, con el fin de acampar brevemente allí. El viaje es largo, y de ida y vuelta, lo cual da pie a abundantes diálogos... es más: los personajes no cierran la boca casi nunca. Cabe preguntarse, pues, cómo son estos personajes y esos diálogos. Las respuestas no podrían ser más desoladoras: Mark y Kurt son los arquetipos de millones de estadounidenses (el primero mayormente flemático, desapasionado; el segundo más próximo a lo que se tiene por "fracasado", "reventado" o "drogón"), y sus intercambios son más arquetípicos todavía. No expresan nada verdaderamente personal, no cuestionan cosa alguna en particular. Lo que es más grave, tratándose de una ficción, es que el final del viaje los encuentra en el mismo lugar que la partida, por lo que puede asegurarse –quizá con más razón que nunca– que en esta película no pasa naranja. Eso sí: está bien hechita y actuada, como dicen las señoras gordas. Guillermo Ravaschino

Noise (Ruido. Australia, 2007. Dirigida por Matthew Saville). Este film tiene un comienzo atrapante que quedará en eso: una chica sube a un subte en la noche y de repente se da cuenta de que el vagón está plagado de muertos asesinados a mansalva. Mientras la investigación se inicia, un policía comienza a descubrir que padece un mal que le está quitando la audición. De la acción en las calles pasa a la función administrativa y ese cambio lo alterará. Más allá de la experimentación con el sonido y de sus logros visuales, Noise hace ruido. Y el problema no es el pasaje de géneros (del policial hiperviolento a la australiana al dramón sentimentaloide a la hollywoodense) sino la disolución de la tensión lograda en favor de la construcción de una especie de biopic sobre el policía sordo, un protagonista que al final se revelará como pura bondad, y el olvido de temas que el director plantea como primordiales pero que luego fluctúan sin razón aparente. Tanto que a la larga nos quedamos dudando acerca de qué se nos estuvo hablando, y preguntándonos si no fuimos presa de un engaño que esbozaba una trama intrincada para no conducirnos a ningún lugar. Javier Luzi

Reprise (Repetición. Noruega, 2006. Dirigida por Joachim Trier). Este film noruego fue uno de los ignorados a la hora de los premios. Una injusticia, porque esta historia sobre dos amigos escritores lidiando con problemas amorosos y de creatividad es dueña de una belleza y una complejidad inusuales. Con ellas aborda el conflictivo vínculo entre el arte y la vida personal, la búsqueda de una identidad y el amor como factor indispensable en la conformación del individuo. A lo anterior hay que sumarle un aceitado juego narrativo que nunca traiciona a los personajes. Un relato profundo, vital, siempre convencido de sí mismo. Una de las revelaciones de este festival. Rodrigo Seijas

L’Année Suivante (El año siguiente. Francia, 2006. Dirigida por Isabelle Czajka). La voz de la protagonista nos conducirá a través de ese año siguiente al verano, el fin de la secundaria y la muerte del padre. Los hechos literales y los simbólicos se conjugan para construir ese lapso de 365 días fatal para Manu, quien a los 17 años vive los cambios que le tocan y que mientras transcurren se entremezclan y a la larga significarán la vida que supimos conseguir. ¿Cómo se olvida una muerte? ¿Es posible? Cuando uno queda pegado a un hecho traumático es difícil superar cosa alguna, y la muerte es el mayor límite. Nos negamos a abandonar las cosas que formaron parte de esa vida por miedo a olvidar, como si lo material fuera esencial, y por eso Manu se niega a mudarse, a regalar la ropa de su padre, a ver a su madre con una nueva pareja. Y por eso también las opciones más a mano son los apasionamientos por los profesores mayores, los viajes, las compras en el shopping, las peleas materno-filiales. Vanas pero que permiten pasar el tiempo. Y el tiempo y los lugares son vitales en la narración de este relato. Los no lugares, más exactamente. No por nada los escenarios elegidos son decorados impersonales como los hospitales, los hoteles turísticos, el aeropuerto, los centros comerciales. No hay de dónde aferrarse y cuando las disputas familiares abandonen lo subrepticio para permitirse una explosión final (que igual la directora elige contar desde la sobriedad como el resto del film) el camino estará hecho, y uno será el otro para siempre. Y entonces la melancolía lo cubrirá todo y habrá que ver cuándo empezamos a ser esto que somos. Brillantes actuaciones protagónicas de Anaïs Demoustier y Ariane Ascaride. Javier Luzi

El desierto negro (Argentina, 2007. Dirigida por Gaspar Scheuer). Había expectativa con respecto a este film, que aborda un género considerado extinto en la actualidad, como es el western, a través de la figura del gaucho. Pero lo único que consigue esta película es hacer extrañar a otros films y cineastas (como Viento norte de Mario Sofficci y Juan Moreira, de Leonardo Favio). Hay un gran trabajo de fotografía, es verdad, pero la historia aburre en su solemnidad, sin apostar nunca al placer de la aventura ni a reflejar los códigos de los criollos. Una gran decepción. Rodrigo Seijas

La línea recta (España, 2006. Dirigida por José María de Orbe). Noelia vive, pero ¿tiene una vida? ¿Eso que transcurre merece ese nombre? La protagonista de la opera prima del español José María de Orbe es una joven que trabaja por las noches en una gasolinera, convive con una amiga en un departamento que no paga y donde no ayuda ni a las tareas hogareñas mínimas, y en el resto de las horas reparte publicidad por los edificios de departamento en Barcelona (una Barcelona que no es obviamente la céntrica y turística). Junta latitas de la basura, se encariña con un perro, hace la pantomima de enojarse con quienes no le quieren abrir la puerta para recibir sus folletos comerciales. E intercambia algunas palabras con aquellos con los que se cruza, pero pocas, las necesarias para no pasar por una freak total. Si a algo alude el título es a ese trazado monótono, tedioso, aburrido que un ser (Noelia) tiene por vida. Y ese clima logra imponerse y adueñarse de la película. Como cifra de una juventud que marcha hacia la nada, y más allá de una correcta resolución visual, lo que hubiera dado para un interesante cortometraje se vuelve redundante en este largo. Y si a eso le sumamos varias escenas innecesarias y el final inoportunamente abrupto, podemos decir que La línea recta dilapida sus logros (que encuentran en la composición de Aina Calpe un punto alto). Javier Luzi

How Is Your Fish Today? (¿Cómo está tu pez hoy? China-Inglaterra, 2006. Dirigida por Guo Xiaolu). ¿Qué resultaría de cruzar El fugitivo con El rayo verde? Seguramente esta película. Algo de eso se dice en el mismo film, que además homenajea y cita muchas otras cintas de todo tipo: blockbusters, de autor, de género. Un escritor que quiere escribir un guión para cine y mientras tanto vive de la televisión se embarca, después de un rechazo taxativo, en la escritura de una historia que no sabe para dónde va, pero va siendo mientras la crea. La vida real y la ficción se entrecruzan tanto en el contenido cuanto en la forma, donde ciertas imágenes que parecen documentales de pueblos y personas-personajes se insertan en la narración fluidamente, resignificándose. Toda la temática que aqueja al escritor y su trabajo –la hoja en blanco, las musas en fuga, la falta de creatividad– se utiliza en veta humorística apelando a los elementos del policial negro: la voz en off, las reuniones de juego, el humo y el licor, el dinero y la huida del acusado inocente que no sabe qué ha ocurrido pero carga sobre sus espaldas algún crimen sin develar. How Is Your Fish Today? navega entre el humor (varios secundarios se disputan la primacía) y la nostalgia que lentamente se apodera del relato a medida que nos vamos acercando a la meta final (la ciudad de Mohe, casi en el límite de China con Rusia, donde la luz eléctrica no ha llegado y la nieve eterna reina). Y se convierte en un gran film a pesar de ciertas sobreexplicaciones, de la remarcación de algunas intenciones (no hacía falta subrayar que el escritor quiere ser el protagonista de su relato y que vive a través de él) y de la previsibilidad del desenlace y cruce final. Cuando dejamos de correr y llegamos a destino –ese con el que soñamos tanto–, quizás tengamos que asumir que no había mucho para ver allí. Ahí es cuando el film revisita a Rohmer. Javier Luzi

Riza (Turquía, 2007. Dirigida por Tayfun Pirselimöglu). Endeudado hasta el gañote, con su vehículo descompuesto y sin dinero para arreglarlo, un camionero de unos 50 años desciende en todos los sentidos posibles: socialmente, ya que corre el riesgo de perder para siempre su camión y su trabajo; anímicamente, porque es presa de una angustia llamada a incrementarse cada vez más; jurídicamente, porque llegará a considerar –y ejecutar– actos que lo colocan al margen de la legalidad. Riza es su nombre, vive en Turquía; esto propicia otra de esas oportunidades que el cine concede, y uno agradece, de pasear por un territorio desconocido (en este caso, la ciudad de Estambul). Lo que dista de ser desconocido, lamentablemente, es el sustrato argumental y dramático de la película. Tras un primer tramo respetablemente intenso, todo deriva en una especie de costumbrismo piadoso, o miserabilista, muy parecido al que el cine argentino transitó durante muchas décadas. Tanto los personajes (el propio Riza, buena parte de sus colegas y compañeros de pensión, su atribulada ex) como los conflictos más generales que el film trajina (la precariedad socioeconómica, la inmigración y el tráfico de ilegales a la Union Europea) llevan aguas a un valle de lágrimas que no ofrece nada nuevo por el lado de los temas, ni en lo que hace a las formas elegidas para canalizarlos. Encima, el guión obliga al protagonista a encarar acciones tan ruines que darán por tierra con la ya escasa identificación que nos ligaba a esa criatura. Pero todavía falta mucho para completar los 109 minutos que insume el film; y no encontrará más que obviedades y convencionalismos para rellenarlos. Guillermo Ravaschino

El telón de azúcar (Cuba-España-Francia, 2005. Dirigida por Camila Guzmán Urzúa). Camila Guzmán Urzúa es chilena, escapó de la dictadura pinochetista con su familia y encontró asilo en Cuba. Actualmente reside en Francia y ha realizado este documental sobre una infancia que ya fue para encontrar que el tiempo pasado ha sido mejor... o nunca ha sido (algunos dicen que para derribar el mito de la educación plena en el sistema cubano, pero eso no se basa en la visión del film y además habría que distinguir educación de alfabetización, pero ya es pedirles demasiado a ciertos críticos). Convengamos que de perogrulladas también se hace vida. Hubo un tiempo en que apoyar el premio Casa de las Américas le quitaba a un hombre (José Bianco) el puesto de secretario de redacción de una revista como "Sur" y el saludo de sus pares; hoy en día filmar El telón de azúcar te garantiza un premio de Fipresci (se lo llevó Guzmán Urzúa en esta edición del festival). La voz en off de la directora nos atosiga a lo largo de los 86 minutos de un documental que formalmente es bastante chato: "siento que mi país de infancia ha desaparecido", "así era yo hace 20 años", "los tiempos han cambiado", "en la década del '80 aquí había mucha comida", etc. La superficialidad de semejantes parlamentos ahistoriza procesos que son nos gusten o no históricos, políticos, sociales y económicos; claro que la "viveza" de la directora los matiza con reconocimientos parciales, como al pasar, de logros que el gobierno revolucionario ha conseguido. Parece evidente que el problema mayor tiene que ver con la ausencia de autocrítica civil, en cuanto ciudadanos, de cada uno de los entrevistados, y de la realizadora misma, que en un final a puro racconto que anuncia la diáspora cubana de toda una generación pretende hacernos pasar gato por liebre y, como los funestos liberales de nuestra historia reciente, achaca al elefante estatal su intervencionismo después de haber vivido de él sin ofrecer nada a cambio. "Yo no tengo ningún recuerdo de sentirme en peligro": con esa frase intenta demostrar la inutilidad de la instrucción militar preuniversitaria, y vuelve a fallar. Lo que se veía de tal modo en viejos tiempos, ¿era el mundo real o lo que los ojos infantiles permitían contemplar? No violencia, no angustia, no desempleo. ¿Qué niño sabe de esos temas siendo niño? La manipulación sentimental y presencial (en cuanto "testigos") que directora y entrevistados ostentan atraviesa el film todo. En definitiva, lo que parecen proponer es cambiar el idealismo de la Revolución (papá estado benefactor) por el idealismo del capitalismo (papá mercado al alcance de la mano y del esfuerzo individual); nada que no haya sido predicado por aquí  durante el menemato. Otra oportunidad fallida, y eso que a la revolución cubana hay bastantes cosas para achacarle. Pero qué se puede esperar de alguien que con la mejor buena voluntad elige seguir a un grupo musical que canta "yo no me fui, yo me alejé un poquito, desde más lejos, se ve más bonito". Obvio. Javier Luzi

Liv (Titila, titila, estrellita. Dinamarca, 2006. Dirigida por Heidi Maria Faisst). En apenas 59 minutos la directora danesa Heidi Maria Faisst desarrolla una historia sobre una relación materno-filial complicada, durante tres días y en época de navidad. Una madre separada con dos hijos adolescentes y un amante joven que se queda a cenar el 24 serán los protagonistas de una lucha de poder y seducción que marcará roles, conductas, espacios y futuros próximos. La puja entre las dos mujeres llegará a límites insospechados en la eterna rivalidad de quien no siéndolo quiere ser mayor, y viceversa. Esos clisés desplegados y el poco tiempo del metraje apuran las identificaciones fáciles y los estereotipos, en un guión que no obstante logra alcanzar ribetes dramáticos que golpean y sacuden. La unidad espacial (el departamento donde se desarrolla la acción) y temporal (el transcurso de los días no quiebra esa sensación) convierte todo en una experiencia casi teatral, en la que el espacio viciado sólo se anula con la salida final (literal y simbólica). La profusión de planos cortos y la cámara en mano con zoom resultan una inadecuada elección formal porque la vida y la naturalidad que supuestamente buscan transmitir ya estaba alcanzada de sobra por las logradas performances actorales. Javier Luzi

The Unpolished (En bruto. Alemania, 2006. Dirigida por Pia Marais). Otra de familias disfuncionales, o poco normales, o algo así. Un tema tan caro al cine indie yanqui, pero con la mirada europea que se supone –o se quiere que supongamos– aporta un plus. Una adolescente espera junto a su madre la salida del padre de prisión; el encuentro los impulsará a una especie de road movie, en la que siguiendo los caminos de la ilegalidad y los negocios sucios los roles que la sociedad ha instituido jamás se sostienen. Y se vive sin responsabilidades y sin accionar de acuerdo con la edad que se tiene. Es así que la protagonista se "enfrenta" a su madre, pelea con su padre, chicanea a los matones con los que conviven, "apura" sexualmente a un amigo de la familia, se inmiscuye en conflictos de pareja. Un ambiente fuera de la norma y la ley, con tendencias que fluctúan entre el hippismo setentista y la promiscuidad atemporal, donde los excesos están al alcance de la mano y a la orden del día (y terminan por cansar ya que también han sido vistos antes). Quizá lo más interesante sea el tesón con que los personajes defienden la idea de una vida construida a partir de la mentira para edificar lo que son. Javier Luzi

SECCION OFICIAL ARGENTINA
UPA! Una película argentina (Argentina, 2006. Dirigida por Santiago Giralt, Camila Toker, Tamae Garateguy). Luego de ver este film, no sabía muy bien qué pensar: si sus responsables odian al cine o simplemente, como me señalaba un colega, quieren filmar, pero no saben qué. Creo que son las dos: la falta de ideas; los deseos frustrados que decantan en resentimiento. El film, que es de ficción, cuenta la filmación frustrada de una película independiente, con todos sus avatares (la lucha por un subsidio, la obsesión por el éxito, los cambios oportunistas para lograr un mayor suceso). El problema es que, a diferencia de obras como La película del rey o For Your Consideration (exhibida en este mismo festival), no hay ni el más mínimo rastro de amor por los personajes. La mirada es cínica pero vacía, sin profundidad; critica el snobismo desde el snobismo mismo. En cierta forma, Upa!..., junto a Estrellas, constituyen un suscinto resumen de los peores defectos del último cine nacional: una falta de imaginación alarmante, que deriva en un tratamiento de premisas –a priori ricas– totalmente superficial, sin riesgos, que se regodea en sí mismo. Son bromas pesadas. Pero lo peor, lo más sombrío, es que son bromas muy festejadas. De ahí el premio mayor para ésta en la Sección Oficial Argentina en Competencia. Y la celebración eufórica –por no decir otra cosa– de los realizadores, evocando las actitudes de los protagonistas del film, que la puesta en escena parecía despreciar. Lo que se dice un tanto contradictorio. Rodrigo Seijas

Música nocturna (Argentina, 2006. Dirigida por Rafael Filipelli). Hace más de un año que Federico demora la conclusión de su libro, y hace muchos más –aunque no sabemos cuántos– que sostiene una relación acaso desgastada, aparentemente desapasionada, con Cecilia (también cincuentona e intelectual, aunque de otro rubro: la escritura de obras de teatro). Dije "acaso" y "aparentemente" porque no queda del todo claro si esto es así también para el director, o si Rafael Filipelli considera que esa letanía (y esa competencia, y ese resentimiento, que también campean entre los personajes) no es más que una variante de la relación de pareja "natural", esperable, o hasta incluso inevitable, que dos intelectuales de clase media acomodada pueden sostener luego de ciertos años. ¿Faltó definición sobre este punto? No necesariamente, porque el propio film, ya como un todo, se parece a una ventana por la que nos asomamos justamente a una letanía, la de ese hombre, Federico, que no resuelve o no concluye su obra (aquel libro), pero tampoco otras cuestiones esenciales de su vida. Este largometraje, que le ha valido a Filipelli el premio a Mejor Director en el evento que nos ocupa (lo compartió con Raúl Perrone, de cuya Canadá encontrarán reseña algo más abajo en esta misma página), exprime su bajo presupuesto en unos pocos interiores y unos cuantos exteriores, mayormente nocturnos y a menudo acunados por suaves melodías clásicas que, amén de ambientar, hacen eco a las reflexiones que también sobre la música desgrana Federico. Y las reflexiones son todo un tema, porque casi todos los temas del film pasan por las reflexiones; pero no sólo por las de Federico sobre la música sino por las que él mismo, como también Cecilia, y hasta cierto amigo de ambos que circunstancialmente regresa del extranjero, cursan sobre la literatura, el teatro, la filosofía y la vida en general. ¿Y qué pasa con estas reflexiones? Pasa que algunas de ellas quieren ser una "segunda música" que se monta sobre la primera (especialmente cuando están dichas en off), y por momentos lo consiguen. Otras de ellas pesan, lastran, quizá por su carácter arbitrario, o por su tono taxativo, o por un brillo que no iguala el énfasis con que se las pronuncia. Si para muestra basta un botón, les dejo éste (de boca de Federico): "Los artistas deben ser fieles a una misma idea o se convierten en diletantes, pero los críticos tienen que cambiar, que reacomodarse, porque si no pecan de conservadores." Es el momento de decir que a Federico lo interpreta nada menos que Enrique Piñeyro, ese actor y director tan talentoso como extraño, y me refiero a su carácter, a su tono, que unas veces lo pintan como un niño demasiado grande que se resiste a dejar de serlo, y otras como un hombre que tiene todo eso que hay que tener (y que a tantos les falta), aunque no luce demasiado convencido de tenerlo. Pues bien: eso era el personaje-persona Piñeyro para mí (sobre todo a partir de su Whisky Romeo Zulú, por cierto), y cada vez me venía cayendo más simpático. Lo curioso es que acá, aunque en otro papel, Piñeyro vuelve a ser, o a hacer, esencialmente el mismo personaje. Y eso me hizo bien a mí, porque me alegré de reencontrármelo, pero no tanto al film. Me explico: creo que Federico se postula como "alter ego" del autor (o de Filipelli, aunque no es exactamente lo mismo), pero siento que el peso específico del individuo en cuestión –también la "dirección de actor"– hace que Federico vuelva a ser un alter ego de Enrique Piñeyro. Ahora dejemos al protagonista, pero sigamos con el film, porque parece haber otro film en éste y vamos a dedicarle unas líneas: Música nocturna también ofrece, aunque en dosis muy minoritarias, una música muy otra, que no está ligada a las reflexiones verbales sino a otra clase de intervenciones sobre la propia realidad y el arte. En cierto momento Cecilia se sube a un taxi y ordena: "A Esmeralda al 1300"… pero se baja del auto enseguida, cuando el chofer le advierte que ya están en Esmeralda al 1300. En otro momento Federico se encuentra con un viejo escritor de radioteatros, con el que inicia un diálogo más ligero, imprevisible y fluido que los anteriormente referidos (acaso porque el anciano es completamente de otra clase, y no sólo social). Quizá lo mejor que pueda decirse de este film es que muestra esas fisuras; porque se parecen a un desafío, a la señal que indica rumbos nuevos, y más fértiles, para el cine de Rafael Filipelli (Hay unos tipos abajo, El ausente, Esas cuatro notas). En este sentido podríamos considerar a Música nocturna una obra de juventud… aunque su autor haya soplado 68 velitas. Guillermo Ravaschino

M (Argentina, 2007. Dirigida por Nicolás Prividera). Nicolás Prividera se llevó el premio de la Competencia Latinoamericana en el último festival de Mar del Plata con éste, su primer largo, que cuenta la pesquisa por averiguar algún dato sobre su madre, Marta Sierra, trabajadora del INTA en Castelar, desaparecida durante la última dictadura. Este viaje de búsqueda a la par que se hace se filma, y eso queda registrado en una cinta que consigue una fluidez y atención permanentes, que difícilmente decaigan a pesar de sus 140 minutos. Todo el documental es un sólido mazazo que da cuenta de la participación civil en la dictadura, se permite discutir y provocar la discusión sobre la traición y la delación de las cúpulas en las células militantes armadas y, en el presente, mostrar la falta de unidad que padecen los organismos institucionales de derechos humanos. El cierre (uno de los tantos epílogos, en realidad) con la mirada sobre el hoy peronista es muy sagaz: el director fuerza el encuentro entre algunos entrevistados que no se ven hace tiempo, y el intercambio entre posiciones políticas disímiles bajo el paraguas abarcador que resulta (y siempre resultó) el peronismo es una cruel pero realista epítome de la argentinidad (si es que bajo ese nombre puede albergarse algo identitario). Cruzando testimonios de familiares (de los que quisieron participar, porque hay ausencias notables), amigos, compañeros de trabajo y de militancia de Marta, Prividera consigue hablar de la memoria particular que se vuelve colectiva lejos del panfleto y cerca del rumor que despega de las más nimias conversaciones, de los detalles olvidados o de las confusiones que, como lapsus con los que cualquier psicoanalista se haría una panzada, abundan, y logra emocionar con las mejores armas a su alcance (la superposición de su imagen a una foto proyectada de su madre, los encuentros con gente que lo ha conocido de pequeño en la escuela donde su madre ejercía como maestra como mandato generacional e ideológico setentista). Los disensos en el mismo seno familiar, los trapitos que se sacan al sol (la colaboración y presunta entrega de un tío), las diferencias de criterio con su hermano que actúa como un Otro que aumenta la posición de sí, la ausencia de su padre, no son más que la cifra de lo que se busca mostrar, quizá y por ello más importante más allá de lo que se pensó o se calculó en un comienzo. Por eso y acaso superficialmente la pregunta por el piloto (¿el mal wolfiano?) es un detalle menor, pero tal vez no así la última charla que se muestra con el hermano reflejado en un espejo; si la puesta es demasiado artificial la ideología que trasunta con conciencia de todas las razones que Prividera detenta para tener la furia, la rabia, el enojo que se dejan ver puede parecer peligrosa. Pedirle más de lo que puede al que no habla y/o cuenta las cosas con un simple "nos equivocamos", suena exagerado y ninguneador para con el otro, y hace ruido frente al resto del documento, que consigue exponer y narrar con claridad un momento nefasto de nuestra historia. Obviamente que más allá de estas reservas M (de Marta, de madre, de memoria, de muerte, de montoneros) es un alegato que merece ser visto y discutido trascendiendo el marco de las pantallas de exhibición. Javier Luzi

Un pogrom en Buenos Aires (Argentina, 2007. Dirigida por Hernán Szwarcbart). Lo más destacable de este documental es su investigación. Durante la histórica semana trágica de 1919, y a caballo de la violencia contra los obreros, un grupo de antisemitas niños bien, petiteros salieron "a la caza del ruso" amparados en el silencio del Estado y la complicidad de un pueblo que por esos tiempos acuñó la frase "Yo, argentino". Herman Szwarcbart descubre este hecho silenciado por los manuales de historia pero comprueba a la par que las propias instituciones judías apoyaron semejante atropello para con aquellos que huyendo de las consecuencias de la guerra en Europa cayeron en América arrasados por las mismas ideologías nazifascistas. El develamiento de los entrecruzamientos entre raza y clase social da cuenta de la conveniencia económica que primó por sobre la razón. A través de testimonios directos que entrelazan lo público (el historiador, el intelectual) y lo privado (abuelo, familia) y muy especialmente utilizando la producción artística: fotos, diario personal (Pinie Wald) y textos literarios (Arturo Cancela) leídos y actuados, canciones, películas, obras de teatro (Eichelbaum), el director (quizá demasiado expuesto a cámara innecesariamente, seguramente abusando de todos los clisés del documental) busca recuperar la Historia olvidada y, como al pasar, deja caer un pensamiento extraño para con el juicio que se maneja en general sobre la cuestión de la identidad judía como herencia y traspaso generacional: él dice "mi abuelo habla y lee yiddish, mi padre lo entiende, yo apenas, y mi hijo ni sabe que hay algo que se llama así". Javier Luzi

Cabeza de chancho (Argentina, 2006. Dirigida por Pablo Almirón). Tras evaluar la nula calidad (a cualquier nivel, fuere argumental, temático, actoral, de puesta en escena) de este film, uno se pregunta como pudo haber llegado a integrar la Competencia Argentina. Este intento de reflejar la dinámica de la vida en una provincia tan particular como Corrientes a través de la comedia, sólo produce vergüenza ajena. Un buen ejercicio sería comparar este film con El asadito, polémico en su concepción, pero de indiscutible riqueza. El resultado sería demoledor. Rodrigo Seijas

Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (Argentina, 2007. Dirigida por Alejandro Fernández Mouján). Este documental de Alejandro Fernández Mouján consigue transmitir la inocencia y la candidez que sus protagonistas cultivan en relación con el pasado peronista. Y eso es un logro. El pintor Daniel Santoro le propone a Miguel reconstruir en escala un modelo del Pulqui, el avión que Perón, en su apogeo, mandó construir como símbolo de un país que no tenía límites en su carrera hacia el desarrollo. Esta reconstrucción en el presente conjuga el hacer con la idea de lo que fue y lo que pudimos ser. Y además vuelve a entrelazar la política con el arte mostrado desde el mismo procedimiento y la misma acción. Si los cuadros que vemos gestarse ante nuestros ojos trasmutan toda la imaginería peronista en simbolismos y el sentimiento en colores y luz, el armado del avión es la meta que puede hacer posible lo imposible y dar una nueva chance a un sueño de barrilete convirtiéndolo en un pájaro una revancha simbólica, y el mismo documental se hace cargo de este cruce al crear, digitalización mediante, las imágenes de una Eva avanzando como un hada por un bosque de la mano de una niña. Esta construcción del arte no está hablando sino de la escenografía de un país real que en sus bordes se muestra en las imágenes de la calle con esos seres en indigencia que se cuelan intermitentemente en las idas y venidas de la Capital al sur del Gran Buenos Aires (el galpón donde se reconstruye el Pulqui está en Valentín Alsina, antiguo barrio de fábricas peronistas) o La Plata. Lo actual de un pueblo que se pinta esperanzado en un pasado mítico y se observa hoy caído en la miseria. "Qué importa del después, toda mi vida es el ayer, que me detiene en el pasado", se oyen los versos de "Naranjo en flor" saliendo de una vieja radio y el tango se resignifica porque parecería que ante esa nostalgia inmovilizante es que se realiza Pulqui y hasta los acordes de la célebre marchita suenan más modernos. Pero sobre todo más auténticos, ¿tendrá que ver con las bases? Javier Luzi

Canadá (Argentina, 2006. Dirigida por Raúl Perrone). Raúl Perrone sigue produciendo en abundancia. Eso muchas veces lo expone a tropiezos, como el de Peluca y Marisita. Aquí repunta bastante, con la historia de una joven pareja: él es chino y está pensando irse a Canadá, donde tiene unos parientes, mientras su novia argentina no quiere que se vaya. El film tiene momentos muy buenos, como la visita al hospital, en los que Perrone, apelando a una puesta en escena que evoca a la de Apichatpong Weerasethakul, refleja con acierto la forma en que funciona la relación entre los dos protagonistas. Otros, como la secuencia inicial, están de más (y recuerdan en demasía a otros exponentes del cine argentino actual). En fin: otro típico ejemplo de las virtudes y defectos del cineasta de Ituzaingó. Rodrigo Seijas

Fotografías (Argentina, 2007. Dirigida por Andrés Di Tella). Andrés Di Tella se vuelca a investigar sus orígenes familiares, más precisamente por el lado de su madre hindú. Parte de una premisa pequeña aunque con aristas importantes, como la búsqueda de una identidad, de completar un pasado, pero se va dispersando en el rastreo de las conexiones entre la Argentina y la India. Y su vocación un tanto egomaníaca lo lleva a configurar un film excesivo, con por lo menos media hora de más, y que parece confundir lo personal con el personalismo, la ambición con la desmesura. Rodrigo Seijas

La León (Argentina, 2006. Dirigida por Santiago Otheguy). En medio de las islas del Delta, Alvaro (Jorge Román), un homosexual, pasa sus días entregado a los placeres sexuales culpógenos y ocultos, la vida pública de trabajo casi animal y la ayuda sensible a los que más lo necesitan. Otro hombre, el Turu (Daniel Valenzuela), manipula los sentimientos de los demás desde su lugar de conductor de la lancha que transporta a los lugareños. El cruce será fatal. Santiago Otheguy entrega en su opera prima un trabajo sereno y calculado en la puesta y los encuadres, que se engalana por una fotografía en blanco y negro muy lograda, pero lamentablemente la anécdota es alargada hasta el hartazgo y eso se nota. Lo que en un corto podía expandir sus logros en un largo se vuelve estiramiento. Además de la inmotivación de las acciones y de la innecesariedad de algunas escenas (desde ciertos injustificados desnudos de Román hasta inexplicables cambios de roles o recurrentes detenciones de la acción en fotografías paisajísticas), los problemas de actuación y dicción de los no actores dificultan toda comprensión. Y si del deseo (homo)sexual se estuviese hablando, la estereotipación, la nulidad de su presencia o la poca credibilidad del mismo en su puesta en escena hace que su utilización sea sólo un accesorio que da lustre. Javier Luzi

El hombre robado (Argentina, 2007. Dirigida por Matías Piñeiro). El primer largo de Matías Piñeiro, uno de los directores de A propósito de Buenos Aires, es un film... correcto. Mucho más a favor no se puede decir. El estilo dinámico que elige el realizador ayuda a que la historia sobre un grupo de jóvenes estudiantes, con sus encuentros y desencuentros amorosos, fluya adecuadamente. No se percibe originalidad en esta evocación a la Nouvelle Vague, y todo se parece por momentos demasiado a Sábado. Para colmo, hay una contradicción permanente entre las actuaciones, más cercanas al estilo de Bresson, y el guión, con reflexiones que alternan entre lo rohmeriano y lo truffautiano. Como si el film nunca pudiera arribar a una identidad precisa, conformándose con referenciar a otros autores. Rodrigo Seijas


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