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    Leonardo Di Caprio ha sabido trascender la mera posición de 
    estrella-linda-joven, para convertirse en un actor más que respetable, con 
    films y trabajos interesantes y estimulantes como Pandillas de Nueva York 
    y Atrápame si puedes, aunque también suma papeles en los que su ansia 
    de “compromiso” y “prestigio” lo dejó en off-side, como en El aviador 
    y Diamante de sangre. Russell Crowe se ha caracterizado siempre por 
    su presencia física, la cual le ha dado los mejores resultados en El 
    informante y El tren de las 3.10 a Yuma. Ridley Scott hace rato 
    que dejó atrás las mejores épocas de Los duelistas y Blade Runner, 
    aunque en Gángster americano las cosas le habían salido bastante 
    bien. En cuanto al guionista, William Monahan, ya había demostrado que podía 
    construir una ficción de tinte netamente político, como Los infiltrados. 
    A eso había que sumarle un tema polémico y espinoso, como el de las 
    operaciones de inteligencia en Oriente Medio supuestamente destinadas a 
    terminar con los grupos terroristas, con lo cual podía esperarse un 
    entretenimiento más que decente. 
    Red de 
    mentiras se posiciona desde el primer 
    momento como un film tan físico en su aproximación como descreído a nivel 
    ideológico, que sigue los avatares de Roger Ferris (Di Caprio), un agente de 
    campo cuyo objetivo primario es infiltrar y desbaratar las redes 
    terroristas. Lo coordina Ed Hoffman (Crowe), uno de esos típicos burócratas 
    que viven para su trabajo, pero que se las arreglan para no ensuciarse nunca 
    las manos, porque siempre usan un intermediario. 
    Ridley 
    Scott acierta al retratar una guerra donde organizaciones como Al Qaeda, 
    frente al poder tecnológico de agencias como la CIA, eligen volver a métodos 
    centenarios de combate, comunicándose en forma personal, sin recurrir a 
    celulares o computadoras, a la vez que buscan expandir el miedo mediante 
    pequeños ataques que, paradójicamente, producen un gran impacto a nivel 
    ecónomico y social en Occidente. 
    Pero 
    hasta ahí llegan sus aciertos, porque Red de mentiras nunca consigue 
    enhebrar un discurso en verdad movilizante. Al igual que en Las torres 
    gemelas, Vuelo 93 y La conspiración, Hollywood vuelve a 
    confirmar que, cuando se trata de política en serio, con referencias reales 
    y alusiones directas, le cuesta mucho salir de los discursos políticamente 
    correctos. Es por eso que, más allá de ser medianamente entretenida, Red 
    de mentiras es una película sin vuelo, poblada de diálogos escasamente 
    realistas, con una historia de amor totalmente innecesaria, un Russell Crowe 
    que de tan gordo termina cayendo pesado y un Di Caprio que pone cara de 
    esfuerzo y arruga la frente como si ansiara mucho, demasiado, el Oscar. 
    En cuanto 
    a Ridley Scott, hace ya tiempo que dejó de ser un cineasta de interés. Ahora 
    incluso carece de personalidad. Y hasta su hermano Tony lo ha superado en 
    virtuosismo y capacidad para la puesta en escena. Y eso es bastante decir. 
    Rodrigo Seijas      
    
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