Cuando supe que Gitano estaba dirigida por Tony Gatlif me alegré. 
    Todavía recordaba vivamente a El extranjero loco, de este mismo 
    director y poblada 
    de gitanos, una película que me emocionó hasta las lágrimas. 
    También me intrigué: ¿qué hará ahora Gatlif con los gitanos? ¿Qué le habrá 
    quedado por decir?La estructura 
    de Gitano es mucho más sencilla que la de El extranjero loco. 
    Por un lado hay una trama policial: la familia de un joven que ha sido 
    asesinado busca vengarlo cobrándose la vida del matador, a la sazón miembro 
    de una familia vecina en la que otra joven también murió violentamente. 
    Estamos en España, ambas familias son bastante pudientes y esta es la base 
    de un interesante juego de paralelismos-antagonismos. Como el asesino se ha puesto en fuga, la 
    venganza podría desplazarse para recaer en alguno de sus parientes próximos; 
    de aquí proviene la tensión. Por otro lado hay una trama musical: rasgueos, 
    cantes y bailes flamencos (puros, no de aquellos que se conocen como flamenco-pop) entran 
    y salen todo el tiempo de la historia. 
    El gran desafío para Gatlif consistía 
    en integrar a estas dos vertientes sin que el policial resultara inverosímil, 
    ni los números musicales injertados a la fuerza. Lo consiguió 
    parcialmente. 
    Los 
    gitanos pasan por gitanos, ya que lo son de veras, y cantan y bailan muy 
    bien, muy visceralmente. Eso es algo que se puede disfrutar. No siempre 
    salen del todo airosos, en cambio, de las alternativas policiales del 
    relato, que son las que reclamaban un compromiso más riguroso desde lo actoral. 
    La historia es llamativamente simple. 
    Poco se sabe del pasado del conflicto inter-familias o de las causas que 
    propiciaron las muertes. Esta extrema simplicidad argumental por momentos 
    opera en favor de la obra, ya que presta el marco para que las canciones, 
    las tonadas y los gestos, es decir las costumbres, se hagan cargo del 
    conflicto metáforicamente, ocupando el centro de la escena. Otras veces, en 
    lugar de sumar, resta. Y uno añora otros conflictos más concretos, más 
    complejos, más palpables, como los que hicieron del El extranjero loco 
    una película excepcional. 
    Guillermo Ravaschino        |