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Argentina en crisis II


Tiempos violentos


Hay que hacer profesión de fe, o corazón de tripas, o convencerse que es, a la vez, desconvencerse. Hay que asombrarse, ver que ese caos que mentan con cada vez más espanto ciertos analistas; que esa anarquía virtual, espantosa, posible, a la vuelta de la esquina que huelen y abominan crecientemente los políticos de profesión; que eso que tanto refracta a todos estos señores es realmente factible. Es decir, que se puede concretar.

Caos y anarquía son las palabras que más usan todos estos señores desde siempre para referirse a un orden social que no es el capitalismo y que, miles de abusos, simplificaciones, degradaciones y caricaturas de por medio, suele identificarse con otra palabra: socialismo.

Todos estos señores hace mucho más de 100 años que están en este mundo y, de algún modo, sobre este mundo. Pero vean ustedes qué curioso. A lo que realmente temen no es a un sistema antagónico al capitalismo, sino a uno que tiene con él varios puntos de contacto. El socialismo, desandando unos cuantos tramos de esos abusos, simplificaciones y etc., también presenta clases dominantes y dominadas, opresores y oprimidos... y su consecuencia fatal: un Estado más o menos represor. El temor de estos señores tiene que ver con la para nada sutil diferencia de cantidad que se torna calidad, esencia: eso que está detrás de lo que llaman caos y anarquía es el Estado de los más, la represión de los menos ejercida por los más. Lo que subleva a estos intelectuales y hombres de empresa que en la Argentina y el mundo se confunden cada vez que hablan y opinan de la Argentina es esa diferencia de cantidad: esos que entre los seres humanos son menos, los emplean; si dominasen los que son más, otros serían sus trabajos (en cuanto intelectuales, estarían mucho más cerca de lo que hoy se conoce como desocupación). Estos intelectuales son la cabeza de la mentada "ideología dominante". Gente que se confunde, pero que esencialmente teme, y que confunde a quienes la leen y escuchan mucho más de lo que ella misma se confunde. Esa es su función.

Alguien dijo el otro día que el futuro embajador de este país en España no será tal cosa sino el embajador de España y de los oligopolios y los bancos españoles ante la Argentina. Precisamente. Así funciona todo esto desde siempre. Lo nuevo es la cantidad de personas que lo están percibiendo en la Argentina en estos momentos, y la claridad con que lo perciben. Vamos, que los intelectuales dominantes no atacan subliminalmente al socialismo por deporte, ni mucho menos porque sí. Ellos saben que cualquier ataque, aun subliminal, es propaganda, alerta, llamado de atención sobre aquello que se combate. El deporte preferido de esta gente no es aludir al socialismo sino ignorarlo olímpicamente, eludirlo con comodidad, soltura y pompa. Alegremente, como si no existiera. Cuando lo atacan así, es porque lo huelen próximo, vigente, urgente o emergente. Y entonces no pueden dejar de atacar. Y como no lo quieren nombrar dicen anarquía, caos. Dicen que peligra la paz social y dicen que hay que hacer cualquier cosa para evitar que se hunda el barco. Son como ratas, sí, pero literalmente: instinto de supervivencia mediante, son los primeros en registrar que el barco corre peligro de naufragio y emiten señales, valiosas señales para quien las quiera descifrar.

Esto es más grande que el cine, mucho más, pero si fuera una película sería de las buenas. Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que va a pasar. La mayor parte del público se involucra más y más. Nadie se ha dormido todavía. En términos argumentales parece inevitable, necesaria, una fuerte dosis de violencia antes que se acomoden las cosas. No se descarta ningún final.

Final feliz significa menos sangre.
 

Guillermo Ravaschino, 24 de enero de 2002     


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