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20º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata
Sección:
La Mujer y el Cine


Poco para rescatar


La sección La Mujer y el Cine ha sido siempre, año tras año, un espacio para descubrir obras de real valía y acceder al mundo femenino que el cine –como reflejo fiel de la sociedad– aún mezquina. Esta 20° edición no se ha caracterizado, lamentablemente, por una selección de películas deslumbrante; es más, casi ni siquiera interesante. Muy poco para el recuerdo. Por lo menos entre lo que este cronista tuvo posibilidad de contemplar. Quizá la apertura de la Competencia Oficial a las directoras (5 sobre 18), en cuya premiación también estuvieron fuertemente presentes, haya sido una de las causas de esta merma de calidad, y la casi ausencia del mundo iberoamericano en la grilla (un film venezolano, uno español y uno argentino que no competía) tal vez se deba a los problemas económicos que agostan la nula industria cinematográfica de nuestros países y pegan aun más duro en las realizadoras mujeres. Quizás estemos atravesando una transición que reclama una determinación: en la mismísima mesa de presentación de la sección, se volvió a discutir acaloradamente, y por enésima vez, sobre la permanencia de La Mujer y el Cine como una concesión condescendiente, o su disolución en el todo más abarcativo de el cine, sin importar por quién haya sido hecho. Lo cierto es que cuantas más ventanas se abran, mayor será la posibilidad de mirar y asomarse al mundo. Por lo que desde estas humildes líneas bregamos por la continuidad de un camino que nos ha enriquecido como espectadores, más allá (o más acá) del género.

Veintidós películas integraron la sección: 15 en competencia, 1 en exhibición, 1 como parte del homenaje a Susana Campos (Hombre de la esquina rosada) y 5 dentro de la retrospectiva dedicada a la directora belga Marion Hansel.

Por segundo año se entregó el premio a Mejor Directora, que recayó en Eléonore Faucher por La trama de la vida, y dos menciones: Amma Assante por Un modo de vida y Susanne Bier por Hermanos.

Como queda dicho, la decepción se apoderó de mi a medida que avanzaba con la cobertura, nada terminaba de satisfacerme y dudaba si era mi problema o el de los films, pero el intercambio con otros colegas me terminó de inclinar por la segunda opción. Salvo La trama de la vida (que en cualquier momento encontrarán en la sección "Estrenos" de este sitio); Entre dos mares (dentro de la retrospectiva, narra el encuentro entre un marinero solitario y triste, lejos de su mujer y sin conocer a su hijo, y una pequeña china de 10 años que le enseñará que la vida es siempre cuidar del otro. Realmente conmovedor y filmado con sutilezas, pleno de sentimiento y acertados silencios y una música bellísima), y –un escalón por debajo– La diosa de la misericordia y Héctor, los otros films resultaron fallidos.

Dentro del dogma (que a esta altura ya no sorprende a nadie) nos llegó, con su mugre debajo de las alfombras, En tus manos (Annette Olesen): en una cárcel de mujeres, una pastora novata obsesionada por engendrar un hijo y una nueva reclusa, culpable de infanticidio y rodeada de un halo de misticismo y milagrería, chocarán experiencias. Obvia y fría.

Con el realismo alla Loach y un toque de Trainspotting sin las drogas duras de por medio, Un modo de vida nos regala el retrato de unos jóvenes resentidos y racistas que sin muchas explicaciones ejercitan sus creencias a rajatabla. Un poco mucho.

La sátira a la institución maternal en clave de comedia negra de En el país de la leche y el dinero (Susan Emshwiller) no termina de cuajar, mostrando un tono desigual en su hora y media que fluctúa entre el hallazgo, el riesgo y lo bizarro, además de un final que desconcierta en el marco de lo que se venía planteando.

Otro problema de tono hallamos en Punto y raya (Elia Schneider). Si bien ciertas situaciones latinoamericanas son casi un paso de comedia y no habría problemas en desarrollarlas en esa tónica, los tiempos narrativos se tuercen tanto y sin verosímil dentro de lo que se narra que no sabemos dónde estamos parados. Y el final poco ayuda. Ejércitos colombianos y venezolanos, narcotraficantes y guerrilleros revolucionarios van trocando posiciones y nos permiten esbozar una sonrisa de vez en cuando, pero no más. Que una mujer filme batallas ni quita ni pone. Y los problemas de sonido son más que serios.

Otra que no alcanza: Esperando las nubes (Yesim Ustaoglu). Para ver paisajes por verlos nomás, el National Geographic Channel. Problemas narrativos. Falta de localización espacial y temporal que complejizan lo que se cuenta sin mayor sentido. En los últimos minutos la directora parece haberse dado cuenta de que esto no da para más y acelera el devenir de los acontecimientos, pero ya estamos afuera.

Como afuera nos quedamos del riesgo formal y "loco" de Mila de Marte (Zornitsa Sophia). Una mujer escapa de su gigoló y padre del bebé que espera. La reciben en un pueblo que oscila entre la mayor amabilidad y el despotismo absoluto sobre las vidas (¿Dogville?). Cuando Mila no encuentra salida conoce al profesor, y todo cambia. ¿Amor? Lo temporal se cuenta a partir del nacimiento del pequeño, que además se llama Cristo. La pregunta del millón: para contar esto, ¿era necesaria la forma elegida? Definitivamente, no. Hay modernidades que matan.

Lo mismo le ocurre a Cielo azul, cielo negro (Sabrina Farji / Paula de Luque). Vieja con aires nuevos. Infectada de alegorías de la peor especie: parejas bailando entre inodoros, chicas en ropa interior –blanca inmaculada– recostadas en mesitas muy estéticamente posicionadas, Diana Lamas con un tocado ridículo alejándose en escena, una fiesta en un circo alla Kusturica, Boy Olmi danzando cual stripper pasado de drogas, Luis Ziembrowsky llevado y traído por los vientos de dos directoras que no supieron cómo transformar en imágenes –en cine– largas parrafadas que en el papel pudieron haber sido interesantes pero en la pantalla ni se llegan a oír, por un sonido pésimo.

Héctor (Gracia Querejeta) es una película media, bien filmada, bien actuada, lineal (lo que ayuda a seguir el hilo de una narración que se pierde por el lado de la dicción y el español cerrado de los actores), ágil; una comedia dramática que tendrá su público de estrenarse, no sobrecargada, con una seguidilla de demasiados supuestos finales que la alargan innecesariamente. Una historia de vida con personajes que aprenden en pocos días lo que 40 o 50 años no supieron enseñarles. Algún golpe bajo de última hora empaña el resultado final.

La diosa de la misericordia (Ann Hui) tiene a favor su orientalidad –ese "otro" mundo que en este festival volvió a demostrar su potencia cinematográfica–. Una de género donde el héroe es heroína. Una mujer policía, una traición, la venganza que atraviesa el tiempo y el espacio como un destino inquebrantable. Muy bien filmada y musicalizada. Se avizora la tragedia desde el vamos. Si no se hubieran visto otras cosas, habría sorprendido más.

En definitiva, poco y nada. Una pena.

Apostillas
Más allá de esta cobertura específica, no quiero dejar de rescatar algunos títulos de Heterodoxia (¿de qué se trata? y ¿qué incluye? fueron las preguntas más escuchadas sobre esta sección, en la que se zambulle a pleno –en nota aparte– Josefina Sartora).

El sabor del té (Katsuhito Ishii): bellísima, divertida, sorprendente, imprevisible, conmovedora. Una familia poco convencional, pero encantadora, formada por una madre que hace manga, un hijo que se enamora muy profundamente y con relativa facilidad, una pequeña que quiere abandonar su sombra gigante que la acompaña a todas partes, un abuelo estrafalario y otros especímenes adorables.

Mysterious Skin (Gregg Araki), sobre el abuso de menores y las marcas en la vida posterior. La película te gana por la risa hasta que te empezás a dar cuenta. Muy interesante, bien llevada, sobrecogedora. Te hace un nudo en el estómago.

The Raspberry Reich (Bruce LaBruce): porno y política. La recuperación revolucionaria del sexo y más aun, de lo homo por sobre lo hetero. Carteles tipo Solanas en La hora de los hornos. Unos pasos más allá de la dupla Bo-Sarli. Divertidísima y para mentes abiertas (la primera pasada en el Olimpia –ex cine porno– proveyó el ambiente justo para un público adicto a las emociones fuertes).

Javier Luzi      

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   >Cerca de lo Oscuro
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