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LA VIDA POR PERON

Argentina, 2004


Dirigida por Sergio Bellotti, con Belén Blanco, Cristina Banegas, Esteban Lamothe, Luis Ziembrowski, Oscar Alegre, Jean Pierre Reguerraz.



La vida por Perón es uno de los estrenos argentinos mas interesantes en lo que va de 2005. Digo esto de entrada, porque la película ha enfrentado (desde su presentación en el BAFICI) desmedidas –aunque previsibles– reacciones de incomprensión. La crítica (mas afín a las pequeñas historias) la ha ignorado, los peronistas (numerosos en los poderes del Estado y de la Cinematografía) la detestan, el público (acostumbrado a la estética de los '90) no la entiende: tal vez todo esto, paradójicamente, también habla bien de ella. Porque es indudable que ha logrado tocar –vaga pero íntimamente– el paradigma irremediablemente perdido de una época en la que era posible, y aun deseable, dar la vida por algo. Y no lo hace a través de la distancia intelectual (presente en otras buenas películas –como Un muro de silencio o El ausente– que intentaban hablar de los '70 mas que dejarlos hablar, como en este caso), sino desde la inmersión sensitiva (sin condescender a la falsa mimesis de aggiornar la imagen de época según el paradigma actual que dicta el Realismo).

A través de ese expresionismo (deudor del teatro de Ricardo Bartis y Pompeyo Audivert), La vida por Perón logra condensar –mas que destilar– ciertos sentidos profundos, tocando el nervio de la Historia. (Algunas actuaciones son notables, algunas líneas de dialogo son reveladoras, y la atmósfera general –de asfixia creciente, de extraño reconocimiento– está conseguida.) No es poco para una película que se mete con la historia argentina de la primera mitad de los '70 (la dictadura y sus consecuencias han sido abordadas muchas veces, pero no así la etapa previa, ese "huevo de la serpiente" que aún permanece soslayado, y no sólo por el cine).

La crítica (que siempre parece incómoda si no puede clasificar o poner estrellitas) sólo se atrevió –en los grandes medios– a glosar la historia: el día de la muerte de Perón un grupo de militantes revolucionarios irrumpe en una casa convirtiendo el velorio del padre del protagonista (un "perejil" recién "encuadrado") en una conspiración para sustituir el cadáver del General. Pero la película es más que la anécdota que cuenta, y escapa de cualquier intento de normalización: lo que intenta describir, más que narrar, es el clima de una época precisa (de hecho, la elección del día de la muerte de Perón no es gratuita: aquel día se inició, de alguna manera, la debacle final del peronismo en el poder, que llevaría a la larga noche de la dictadura).

La vida por Perón no es una película absolutamente lograda (más de una vez cae o pierde el rumbo) pero –lo mismo pasa con Géminis, otro estreno importante del cine argentino reciente– uno tiene la sensación de que hay una búsqueda (ética y estética). Y son preferibles las búsquedas (aunque fallidas) al facilismo de la costumbre y el costumbrismo de lo fácil. Películas como estas son respetables porque corren riesgos. Y el mayor de ellos es ser malentendidas.

La película –ha dicho Luis Ziembrowski, autor y actor– "apuesta a una mirada inteligente y sensible". Quién sabe si la encontrará. Porque –como sabemos– no es fácil meterse con el peronismo y con la violencia política de los '70, y mucho menos no hacerlo de modo complaciente. Y La vida por Perón (título que recuerda –con mas ironía que respeto– una de las consignas de la enceguecida Juventud Peronista) no apela al drama condenatorio, ni a la comedia de costumbres, ni al thriller político (aunque juegue un poco con esos y otros géneros).

Y no es su menor virtud –aunque eso desespere a críticos y espectadores– carecer de género. A fuerza de abusar del Realismo (en el lenguaje, sobre todo, que busca las inflexiones de una época precisa) se vuelve irreal, logrando un clima cercano al delirio (compartido en aquel momento por toda la sociedad, desde la derecha a la izquierda): ese es el único demonio. No se trata sólo de críticar el militarismo en el que cayeron ciertas organizaciones (y cómo los militantes de base fueron víctimas de conducciones mesiánicas): La vida por Perón muestra que ese mundo cerrado es el emergente de un fuera de campo la Historia determinando la historia que sólo logramos atisbar (así como asistimos al verdadero velorio del "padre" por medio de la TV, o al más que simbólico enfrentamiento generacional entre distintas versiones de la Patria Peronista). Y la película logra mostrarlo sin grandilocuencia: a través de la luz (que es de un verde putrefacto, ideal para una historia que gira alrededor de un cadáver), de la música (que llena la escena final de una ironía amarga: Bellotti usa la "Marcha de San Lorenzo" como Bechis usaba "Aurora" en Garage Olimpo) y del develamiento de la historia –y la Historia– a través de los personajes (en una trama en la que es clave lo que se intenta hacer decir a un muerto). En una tradición –siempre necrófila– que se remonta al "Facundo" de Sarmiento, se trata de evocar una sombra para apropiarse de una voz, de un sentido, de un Fin.

La vida por Perón es el tercer largometraje de Sergio Bellotti, y sigue de algún modo el camino que había comenzado con Sudeste (después de la fallida Tesoro mío): el develamiento de ciertas zonas de la "argentinidad" a través de historias prestadas, géneros inciertos y miradas laterales. Esa mezcla de tradiciones se relaciona con la tradición de la mezcla: la misma que practicaban Haroldo Conti y Rodolfo Walsh (autores largamente citados por Bellotti, también ellos guionistas ocasionales), o el mismo Daniel Guebel (coautor de todos sus guiones). Lo que pone en juego esa tradición irreverente es la dificultad de la representación (artística y política), y en esta película esa (im)posibilidad es central: como en "El simulacro", el cuento de Borges en el que un pueblo pone en escena el velorio de Evita, La vida por Perón juega con la fuerza de la alusión, sin caer nunca en el realismo falsificado o en el simbolismo vacío. Indaga en las imágenes, en las palabras, en el imaginario, tratando de dar cuenta de un paradigma (el lenguaje como esencia de una época, la política impregnándolo todo) que ya es inconmensurable. No es poca cosa.

Nicolás Prividera      

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