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UNA RUBIA DE VERDAD
(The Real Blonde)

Estados Unidos, 1997


Dirigida por
Tom DiCillo, con Matthew Modine, Catherine Keener, Daryl Hanna, Maxwell Caulfield, Elizabeth Berkley.



Antes de debutar como realizador, el norteamericano Tom DiCillo se encargó de la fotografía en ocho largometrajes, entre los que figuran Extraños en el paraíso y The Permanent Vacation, ambos de Jim Jarmusch. En 1995, el festival de Sundance lo catapultó al Olimpo de los cineastas independientes al premiar Viviendo en el olvido, su más mentado largometraje –el segundo– que aquí fue editado en video. Pero Una rubia de verdad no parece destinada a abonar ese prestigio sino a confirmar al cine indie como una intersección contradictoria, cada vez más frágil: la que cruza genuinas aspiraciones narrativas (casi siempre orientadas a escarbar las intimidades de personajes de carne y hueso) con los esquemas más gastados del cine industrial.

La pantalla de Una rubia de verdad se divide entre muchos, demasiados personajes. Los más gravitantes son Mary (Catherine Teener) y Joe (Matthew Modine), que conviven desde hace años en un departamento de Manhattan. La pareja no marcha bien. Mary es una exitosa maquilladora de modelos; Joe intenta ser actor, pero a falta de papeles se resigna a recitar un famoso párrafo de La muerte de un viajante entre las cuatro paredes de su casa. La situación ofrecía varios flancos para desarrollar a la altura de las mejores tradiciones indies, pero DiCillo prefirió la seguridad de las rutinas hollywoodianas. Para evacuar las tensiones conyugales Mary se enrola en un improbable curso de autodefensa, dictado por Dennis Leary con técnicas a medio camino entre el psicodrama y su caricatura. Y al mismo tiempo introduce a Sahara (Bridgette Wilson, fetiche de DiCillo), una de sus maquilladas, que detesta la superficialidad y, a cambio, desborda de fanatismo por las películas de Disney "porque siempre traen un mensaje espiritual atrás". Lo que no queda claro es hasta qué punto DiCillo refrenda esa afirmación. Y Joe introduce a Bob (Maxwell Caulfield), otro actor en ciernes cuya obsesión por levantarse una rubia –no teñida– sólo se puede entender como una excusa para justificar el título. De la noche a la mañana Bob hace carrera en la televisión. Ahí está la blonda de marras, Daryl Hanna, superstar de Soaps (telenovelas) con la que concreta sus fantasías.

De la mano de la TV también aparecen Steve Buscemi (como un director histérico), Kathleen Turner (representante de actores estresada) y Elizabeth Berkley (protagonista de la vapuleada Showgirls) como la doble de Madonna en un clip para la "Empty V" (por MTV). Una rubia de verdad se torna cada vez más ligera, superficial, hasta que su carga dramática resulta absorbida por las telenovelas y las fotoproducciones publicitarias, es decir por su materia prima escenográfica. En ese punto, paradójicamente, el film decide ponerse "serio". Corren lágrimas por las mejillas de Sahara –a la sazón, sufrida amante de Bob– y un amague de infidelidad cruzada amenaza con separar definitivamente a la pareja protagónica. Pero a no asustarse. Vuelve a ser el turno de las viejas mañas, que vienen a apurar el final coral, feliz: éxitos laborales para todo el mundo y el destino uniendo a cada uno para siempre con su candidata "natural".

Guillermo Ravaschino