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UN OSO ROJO

Argentina-España, 2002


Dirigida por Adrián Caetano, con Julio Chávez, Soledad Villamil, Luis Machin, René Lavand, Enrique Liporace, Daniel Valenzuela.



Nuevamente, Adrián Caetano viene a confirmar que es uno de los mejores directores argentinos que han surgido en los últimos años. Y sin embargo, ha dado un giro a su labor. Asociado a la prestigiosa productora Lita Stantic y en coproducción con España, Caetano ha realizado una película de género, con algunas concesiones al cine comercial.

Un oso rojo se inscribe en la mejor tradición del cine clásico de Hollywood, con sus rasgos de western suburbano, film negro y melodrama. Sí, esta vez se trata de una película de acción. Pero no sólo eso. Es la historia de un perdedor que regresa a su pueblo –un San Justo que parece el Far West, dice alguien– a tratar de recuperar lo que le debe la vida. Cuando sale de la cárcel después de varios años, el Oso vuelve en busca de un botín, pero sobre todo va al reencuentro con su familia, y ante su disolución, hará lo posible para recuperar el cariño de su hijita. Los primeros minutos del film presentan en prodigiosa condensación los antecedentes de la historia y el posible trayecto del protagonista. Caetano elaboró un guión impecable, con la –muy prolija– colaboración de Graciela Esperanza.

Hay elementos anteriores del cine de Caetano que perduran en este nuevo film: una vez más desarrolla el cuadro de una Argentina en descomposición: toda esa familia está atravesada por la crisis, el desempleo, la falta de dinero, el desalojo, la caída social y económica. La cual está plasmada en la pintura de ambientes que ya es un rasgo estilístico de Caetano: la parrilla de Bolivia tiene aquí sus correspondencias en otros boliches degradados: en el de La Boca, con sus jugadores de billar; en el bar del barrio, miserable centro de apuestas; en la remisería. A todos ellos van a parar los marginales, lúmpenes o perdedores, que forman una férrea comunidad. O banda delictiva.

El cruce entre la acción y los sentimientos de los protagonistas entabla un juego permanente, muy bien condensado en la ambigua y simpática escena de la compra del oso rojo, y en la antológica secuencia del asalto al son del himno nacional que canta su hija.

El Oso es un personaje de un peso enorme, y esto no es sólo metafórico. Siguiendo las pautas del cine clásico norteamericano, el protagonista está muy lejos de los personajes a los que Caetano nos tenía acostumbrados (todos sujetos a merced de las circunstancias, o de una realidad implacable). Este Oso tiene una fuerte autodeterminación, posee plena conciencia, es un individuo que está decidido a actuar al margen de la Ley si con eso consigue el bienestar de su hija y de una familia que ya no lo incluye. "A la gente hay que cuidarla", dice a quien ha ocupado su sitio familiar. Y lo hará como fuere. Solo frente a todos, es preciso, eficiente y solitario como un samurai.

Y la fuerza del personaje está refrendada por la caracterización de Julio Chávez, en un trabajo que lo consagra como uno de los mejores actores del momento, si aún quedaban dudas de ello. Chávez presta toda su corporalidad a este personaje hosco, de pocas palabras, de una intensa emocionalidad contenida, que mitiga oralmente. Pizzas, birras, fasos lo mantienen firme en su determinación, y su intensidad se expresa a los tiros y a las piñas. Porque si en Bolivia el único disparo no tenía sonido, aquí aturden. Su labor recuerda a Charles Bronson o al mejor Bruce Willis, en sus personajes justicieros duros-pero-blandos.

Frente a la potente interpretación de Chávez, bien acompañado por otros actores que reflejan el lumpenaje, el film se ablanda y pierde toda credibilidad cada vez que Soledad Villamil y Luis Machín dominan la pantalla. Se sabe que fue de Stantic la idea de trabajar con actores conocidos (y hasta televisivos), en vez de convocar a gente sin experiencia, como era la costumbre de Caetano. Si bien Villamil ha cumplido muy buenas performances previas con personajes de clase media, aquí no da con el perfil del rol. Intenta con esfuerzo ser la empleada doméstica que no pronuncia las eses, pero lee un libro como una maestra. Machín tampoco fue una elección feliz.

Caetano ha realizado un film mucho más orgánico que los anteriores. En Pizza, birra, faso abundaban los vagabundeos de los personajes, las situaciones dispersivas, muy interesantes en sí mismas, aunque no conducían a ningún fin. Nada de eso ocurre aquí: si perduran los vagabundeos del Oso en su remise por las calles suburbanas, funcionan como momentos de distensión, son intermezzi o encuentros con su propia emocionalidad, como el extraordinario "solo" de angustia y bronca sobre el final.

Josefina Sartora      

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