Para bien o para mal, Michael Moore ya tiene un lugar en la cinematografía
mundial. Reverenciado en los festivales europeos donde sus películas (no
olvidemos que son documentales) se estrenan mundialmente, odiado y censurado
en su país, conocido por el publico común y corriente, bastante ninguneado
por la critica, el director de Bowling For Columbine y Fahrenheit
9/11 sabe lo que quiere contar y hacia allí dispara sus dardos. Aunque
lo suyo jamás será la sutileza ni la posibilidad de la reflexión en el
espectador, sino la mera manipulación de los sentimientos más primigenios
para conseguir la empatía y las audiencias más numerosas.
Típico exponente
de estos tiempos “líquidos” donde la depreciación del conocimiento se ha
naturalizado y los divulgadores son la cara visible del saber (democrático y
orgulloso de su supuesto pluralismo), pero también donde la denuncia
social (denuncia que queda en la pura enunciación catártica) es el pan
de cada día, Moore no desentona. Y se convierte en adalid de causas justas.
No sé si seré conformista, pero no le quitaría importancia. Que en un film
estadounidense y con actores sociales de igual procedencia se procure
derribar esas “leyendas urbanas” que los han constituido como sociedad es
plausible, y no menor.
El director que
antes se envalentonó contra el CEO de General Motors, luego contra el
armamentismo indiscriminado y civil de sus compatriotas y más tarde contra
el fraude y la mentira de Bush, ahora en Sicko se pregunta, cual
sociólogo mediático: ¿Qué hay de malo con nosotros? ¿Por qué no podemos, en
cuanto sociedad y más allá del consumismo, adoptar lo mejor de otras
sociedades? Y arremete entonces contra los seguros de salud y la medicina
prepaga y, en menor medida (para no dispersar la atención), contra la
educación y las guarderías pagas, los préstamos para alcanzar un status
impuesto culturalmente que encadenan a cada persona a deudas de por vida (lo
que sumado a la ignorancia, la pobre instrucción impartida y el temor al
gobierno provocan un cóctel de sumisión y achatamiento en los ciudadanos de
su país).
La
“investigación” de Moore desnuda la maquinaria de un poder económico enorme
(el de la salud: corporaciones médicas y farmacéuticas) que compra sin
tapujos ni secretos a congresistas, políticos, médicos y cualquiera que lo
ayude a seguir acumulando ganancias millonarias mientras maneja a la opinión
publica demonizando cualquier otra posibilidad de servicio que en este caso
es, simplemente, una atención ofrecida por el Estado. Modalidad a la que se
tilda, aún en el siglo XXI, de “socialismo”, una estupidez que si no
provocara muertes causaría risa.
Las historias que
se cuentan (testimonios a cámara combinados con recursos ficcionales:
montaje, música, primeros planos, muchas lágrimas) movilizan a cualquiera, y
los 250 millones de ciudadanos con cobertura sanitaria deberían, lo
menos, estar reviendo su american dream. Fechando y apuntando con
nombre y apellido a los culpables históricos de este cambio en el sistema de
salud (Nixon y Kaiser en 1971) hasta llegar a los actuales cómplices (desde
Bush hasta Hillary Clinton), el film sugiere un paralelo entre los
beneficios de los personajes públicos y los perjuicios de los desconocidos
de siempre (que aquí consiguen un nombre, un rostro y una historia) que no
por sabido resulta menos desolador.
Sicko
da un paso más allá de la simple acusación a un individuo (o a un grupo de
ellos) y de la salvaguarda de las instituciones a la que son tan afectos los
yanquis progres, porque los países “en comparación” (el siempre
presente vecino Canadá, la madre patria Inglaterra, la rival Francia y la
enemiga eterna Cuba) permite cotejar diversidades superficiales y profundas.
Y porque el alegato final propugna pensar (allí deposita el origen de los
males) en un “nosotros” y no en un “yo”, que es lo mismo que decir que
alienta (re)fundar una sociedad basándose en un ejemplo reciente y doloroso
para los estadounidenses: los atentados del 11 de septiembre que unieron a
todos más allá de cualquier diferencia. Moore sabe de golpes de efecto. Y
hay gente que necesita que la espabilen con un baldazo de agua fría. Para
estos días que corren, algo es bastante.
Javier Luzi
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