Retratos de una obsesión es la segunda película que llega a la
Argentina con Robin Williams en su nuevo rol protagónico: el malo.
Hay que destacarlo. La mayoría de los personajes que interpretó tras La
sociedad de los poetas muertos eran una repetición de aquél, lo que
rápidamente lo transformó en una de las estrellas más insoportables de
Hollywood, con al menos un bodrio por año. El obsesivo que compone para
este film probablemente le consiga una nominación al Oscar, pero
merecidamente. Williams dota a su personaje de todo lo necesario para
conmover e incomodar y –¡oh sorpresa!– lo hace con las mejores armas,
sin ayuda de un guión maniqueo ni gestualidad exacerbada.
El film de Mark Romanek narra la obsesión de Sy Parrish, empleado de
una tienda de revelado y ampliaciones fotográficas que ha brindado
servicios a una familia durante muchísimos años. Sy ha guardado siempre
para sí una copia de cada una de esas fotografías familiares,
plenas en momentos felices de la pareja y su hijo de 9 años, y con ellas
ha empapelado una pared de su casa. No es un asesino estudiando a sus
víctimas, sino un solitario enfermizo que observa la felicidad ajena como
un deseo inalcanzable. Pero poco a poco intenta entrar en contacto con esa
supuesta familia perfecta; una intrusión demasiado calma y amable como
para que los observados la perciban.
La película posee varios puntos de contacto con Psicópata
americano, en especial en su registro visual, gélido y limpio, en
contraste con la perversión del protagonista. Pero mientras el film de
Harron comenzaba como una crítica sagaz al yuppiesmo de los
ochenta para luego desbarrancarse por la vía criminal, Retratos de una
obsesión toma un camino diferente. Si bien coquetea con el suspenso
(la trama es, de por sí, bastante sugestiva), se acerca más al drama, al
estudio del personaje. Romanek intenta seguir paso a paso la alienación
de Sy Parrish. Robin Williams logra que el personaje despierte compasión.
Su mirada melancólica evita el retrato de un monstruo, en pos de una
visión más profunda de su decadencia. Y el guión desarrolla sin fisuras
el devenir de Parrish, sin exagerar su trágico final, ni detenerse
demasiado en sus... "víctimas".
Sin embargo, el resultado es un film correcto pero mediocre. El
director no husmea demasiado bajo la piel del personaje. Parece
conformarse con la gran actuación de Williams, y la trama se torna harto
previsible. Todos los rasgos obsesivos del protagonista –a excepción,
quizá, de los que aparecen sobre el final– se adivinan en los primeros
quince minutos, y el relato se transforma en una serie de viñetas
de su conducta crecientemente enfermiza. Se extraña la profundidad de un
film como Monsieur Hire, de Patrice Lecont, cuyo retrato de la
incomunicación de un voyeur transmitía mayor espontaneidad y emoción. Retratos
de una obsesión es una película convencional: bien filmada, mejor
actuada y sin golpes bajos, pero carente de la complejidad que el tema
requería.
Ramiro Villani