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LOS QUE ME AMAN TOMARAN EL TREN
(Ceux Qui M'Aiment Prendront Le Train)

Francia, 1998


Dirigida por Patrice Chéreau, con Pascal Greggory, Valeria Bruni Tedeschi, Charles Berling, Jean-Louis Trintignant, Vincent Pérez.



Los que me aman tomarán el tren está claramente estructurada en dos partes.

La primera marcha sobre rieles, no porque esté "muy bien" sino literalmente, ya que nos permite presenciar el viaje en tren de los parientes y allegados de Jean-Baptiste, el viejo pintor cuya muerte dispara la trama. Del difunto apenas sabemos lo necesario: que ya no está, que su testamento (como el título del film) exhortó a los que lo hubiesen querido a subirse a un vagón con rumbo a Limoges, la ciudad en cuyo cementerio Jean-Baptiste quiso que sus huesos reposasen para siempre. Así ocurre.

Mientras el féretro viaja por auto, los parientes y amigos del muerto van en ese tren que acuna todos y cada uno de los aciertos del film dirigido por Patrice Chéreau. Pienso por un lado en la fotografía: pocas veces un sol de la mañana ingresó con tanta decisión en un largometraje como el que aquí se filtra por las ventanas del convoy. Cualquiera que haya tomado alguna vez un tren medio dormido podrá reconocerse en estas imágenes. El montaje acompaña. Y hay un trasfondo emocional, existencial, no poco paradójico, en el hecho de que estas almas, casi todas jóvenes, inviertan tanto tiempo, y atraviesen tantos kilómetros, para poner a un anciano bajo tierra. La cámara nos zarandea entre uno y otro grupo de interlocutores, y nos va poniendo en autos: tal es el novio de cual (tal y cual son varones homosexuales); Fulana es la pareja de Mengano; Zutano tuvo cierta historia con el muerto (iconoclasta y bisexual). Así es la vida, parece decir Chéreau, y de momento uno lo escucha. Le da crédito.

Uno también quiere saber algo más.

La segunda parte, larga y tanto más hablada que la primera, transcurre en Limoges. Primero en el cementerio, y después en una casona que fuera propiedad del muerto y a la que los que lo fueron a sepultar usan de refugio para pasar la noche. Esta casona quiere ser la caja de resonancia de conflictos hondos y trascendentales. Sin embargo, uno se empieza a aburrir. En parte porque las palabras no reconocen una unidad (explícita o implícita) que contribuya al crecimiento de los temas. El absurdo de la muerte (y de la vida), la elección de una sexualidad a contrapelo de los genitales (casi todos acaban siendo por lo menos "medio gays"), las barreras afectivas, entre muchos otros tópicos, son una y mil veces aludidos de refilón por criaturas que ponen cara de estar diciendo cosas importantes. Pascal Greggory (El tiempo recobrado) es el que más exagera y, por lo tanto, el candidato puesto para saturar ya desde la etapa ferroviaria. Pero hasta a Jean-Louis Trintignant (como el hermano del muerto) se hace difícil digerirlo.

Por otro lado, y en este contexto, cada homosexual, travesti, culo y teta que se muestra tiene algo de gratuito. De compañía artificial, o cuanto menos ampulosa, de todas esas palabras que no se sabe de dónde vienen, ni hacia dónde van.

Guillermo Ravaschino