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PRINCESAS

España, 2005


Dirigida por Fernando León de Aranoa, con Candela Peña, Micaela Nevárez, Mariana Cordero, Llum Barrera, Violeta Pérez, Mónica Van Campen, Flora Alvarez.



A lo largo de su carrera como director, Fernando León de Aranoa ha mostrado una inclinación por retratar personajes que, de una manera u otra, han sido expulsados hacia los márgenes de la sociedad. En Barrio fueron tres jóvenes de los suburbios, en Los lunes al sol un grupo de desocupados de una ciudad portuaria, y ahora, en Princesas, su objeto es un grupo de prostitutas de Madrid. Según el cineasta, el argumento surgió a partir de un amigo que le comentó que, cuando era chico, escuchaba las conversaciones de las putas del barrio que venían a atenderse en la peluquería de su madre.

Aquí las mujeres se encuentran en la peluquería de Gloria, mientras vigilan sus teléfonos celulares a la espera de llamados de clientes. Pero últimamente el trabajo ha disminuido, y las responsables de eso están al otro lado de la calle, en la plaza: inmigrantes africanas o centroamericanas, residentes ilegales, que ofrecen sus servicios por tarifas más módicas. Entre ellas está Zulema, una dominicana que ahorra dinero para enviarle a su hijo. De este lado, detrás de las ventanas, está Cayetana (Candela Peña). Pronto descubrirán que son vecinas y la rivalidad dejará paso a la solidaridad, y a una amistad sincera.

Esta es una película menos de acción que de conversación, donde predominan los diálogos intercalados con momentos en los que las dos chicas recorren juntas la ciudad. León de Aranoa ya había mostrado habilidad para insertar el humor en las situaciones más terribles: aquí lo mejor son los diálogos con fino sentido del humor que se producen en la peluquería. En cambio, las frases que le toca decir a Cayetana son cursis y por momentos inadecuadas. Doble mérito el de Candela Peña que, sin embargo, logra convencer y conmover con su personaje, junto con su compañera, la bellísima Micaela Nevárez.

Los lunes al sol –la película que proporcionó reconocimiento al director fuera de su país– era un desgarrador retrato cotidiano de hombres que perdieron, con el trabajo, también la dignidad. En Princesas, por el contrario, predomina una mirada piadosa que idealiza a los personajes, sin un contexto que permita entenderlos. Cuesta aceptar –por ejemplo– que Cayetana, hija de una familia de clase media, no sólo se haya entregado a la prostitución sino que tenga como máxima aspiración, lejos de dejar ese trabajo, la de ponerse implantes en los pechos para seguir ejerciéndolo.

El título remite al mundo imaginario que Caye construye para refugiarse: la princesa es un ser especial, la princesa es lo opuesto a la puta. Las princesas son ingenuas, abnegadas, víctimas, sensibles: “se mueren de tristeza cuando están lejos de su reino”. Creen (como aquí cree Zulema) que un tipo que les promete conseguirles la residencia a cambio de sexo, aunque además las golpea, un día realmente aparecerá con los benditos papeles.

Se diría que León de Aranoa eligió refugiarse en el mismo mundo ilusorio en el que se refugia Caye cuando algo malo o triste sucede (un mundo al que Zulema la acompaña sólo por un tiempo, hasta que la realidad la aturde como un mazazo en la cabeza, y la obliga a reaccionar). La decisión de esquivar toda mostración directa de las escenas de sexo –ni más ni menos que el trabajo, en este marco– parece confirmarlo.

María Molteno      

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