HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















CINEISMORECOMIENDA

PONTIAC LUNAR
(Pontiac Moon)

Estados Unidos, 1994



Dirigida por Peter Medak, con Ted Danson, Mary Steenburgen, Ryan Todd.



Una sorpresa por múltiples razones resultó este film de 1994 jamás estrenado en los cines argentinos. Pontiac Moon sorprende por el género, ya que se trata de una comedia dramática de un director, Peter Medak, que antes y después se dedicó al rubro policial (que lo hizo relativamente famoso con El clan de los Krays, un título tan frío como previsible). Y sorprende aun más por su calidad, ya que Pontíac Moon es exactamente lo contrario: cálida, imprevisible y absolutamente personal.

Todo empieza cuando a Washington Bellamy (Ted Danson), un apasionado profesor de ciencias, se le ocurre igualar el kilometraje que separa a la Tierra de la Luna en su viejo Pontiac Chief de la década del 40. Esto sucede en el verano de 1969, cuando Neil Armstrong está a punto de apoyar sus pies sobre el satélite, y al auto de Bellamy le faltan 2 mil kilómetros para alcanzar los 400 mil. Dos mil kilómetros, precisamente, es la distancia desde la casa del profesor hasta Spires of the Moon, el sugestivo paraje hacia el que pone proa (¿capot?). Su idea es arribar allí para el momento en que los astronautas alunicen. También están la mujer de Bellamy (Mary Steenburgen), una agorafóbica que no ha puesto un pie fuera de su casa por más de siete años, y el hijo de ambos (Ryan Todd), que encarará la ruta junto a su padre.

Un largo trecho de la película juega con el montaje alterno –acaso el más vigente entre los centenarios mecanismos cinematográficos– entre las vicisitudes de la misión Apollo y el periplo del profesor. La rigurosa manipulación de las imágenes de archivo, y sobre todo su muy precisa inserción, le insuflan a la ocurrencia de Bellamy casi el mismo relieve documental que goza la aventura de los astronautas. Pero lo más notable es que Medak logra sostener un relato riesgosamente metafórico sin recurrir ni una sola vez a las tristemente célebres apariciones del llamado realismo mágico. El Pontiac del profesor no se eleva sobre las nubes ni se posa sobre la superficie lunar. Vemos los actos de Bellamy. Sus sueños, en todo caso, aspiran a expandirse en la imaginación del espectador; jamás a sustituirla con torpeza.

Pontiac Moon es una película chiquitita y entrañable. Pero la mayor parte de su fuerza proviene de un movimiento interno que es propio de las grandes obras. La aparente subtrama –vale decir el viaje de Bellamy en sí, no su condición de parábola– termina constituyéndose en el motivo central del film. A la movilidad que aportan las carreteras se suma la de Steenburgen, que dejará su "cueva", y la del propio Bellamy, a cuya simpatía inicial, lejos de rendirle culto, Medak la va desnudando hasta exhibirla como la contracara de importantes limitaciones afectivas. Al Pontiac Chief, en un principio resplandeciente, un cambio de motor y otros zarandeos también se encargarán de bajarlo del pedestal. Y las razones profundas de las fobias de la señora saldrán a luz durante el trayecto, con lo que no quedará un cabo sin atar. Ryan Todd, por su parte, confirma la importancia del physique du rôle en los actores-niños. En otras palabras: está perfecto... y no parece actuar.

La emoción, que asoma en casi todos los recodos de esta fábula, también convierte en tolerables a las simpatías políticas que exterioriza Bellamy –fanático incurable de John Kennedy– y hace de su recalcitrante positivismo el más simpático de los rasgos.

Guillermo Ravaschino