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LA PASION TURCA

España, 1994


Dirigida por Vicente Aranda, con Ana Belén, Georges Corraface, Ramón Madaula, Silvia Munt, Helio Pedregal.



Una puerta cerrada nunca fue tan provechosa como la de la Escuela Oficial de Cine para Vicente Aranda. Emigrado de España en 1946, retornó a fines de los 50 para intentar ingresar, sin suerte, en aquella institución. Poco después se iniciaba como autodidacta en la dirección de largometrajes, para brillar más tarde como uno de los puntales de la Escuela de Barcelona, uno de los escasos experimentos cinematográficos no oficiales que vieron la luz durante la dictadura franquista. Aranda concretó La pasión turca a los setenta años, pero a caballo de las mismas obsesiones que lo desvelaban cuando comenzó a filmar.

Una de ellas, el erotismo, es lo que se apodera de Desideria (Ana Belén) apenas pisa tierra turca. Ya en el ómnibus que toma en el aeropuerto, y a despecho de su marido y de una pareja amiga que la acompañan en plan de weekend turístico, siente que su corazón y bajo vientre son arrebatados por el guía de la excursión. Viril, apuesto, Yamam (Georges Corraface) le hará conocer las delicias carnales a la turca y se convertirá en el objeto de una pasión doblemente abrasadora: por su propio peso y por la rutina de ama de casa burguesa que a Desideria (nótese la causalidad del nombre) le pesa cada día más. Otra constante arandiana que reaparece en esta criatura es el deseo de "ser otra", como le ocurría al personaje –muy fallido por cierto– de Imanol Arias en El amante bilingüe. Aquí, la incontrolable calentura empieza sorprendiendo a la propia Desideria (tan imprevisible como la soltura de Ana Belén, que se sobrepone a su proverbial frialdad con una bienvenida cuota de depravación). Y termina reflejando la incompatibilidad entre la fidelidad a los instintos y la mayor parte de las convenciones sociales.

A sabiendas de que nadie se arrepiente de apasionarse, Desideria lo abandona todo, patria, marido y hogar, para irse a vivir con el turco. Algo de esta pasión se contagia al film, que recorre los mercados y callecitas de Estambul con la misma febril expectativa de la protagonista. Por momentos se acumulan los clisés en la versión turca del latin lover de Corraface, mientras que su machismo desenfrenado sugiere la caricatura dibujada por un occidental prejuicioso. La cosa mejora cuando todo empieza a parecerse al conflicto entre dos culturas y cuando la segunda rebeldía de Desideria, que tampoco puede respirar entre las convenciones turcas, la muestra sufriendo y gozando su permanente sublevación.

Guillermo Ravaschino