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EL OTRO

Argentina, 2007


Dirigida por Ariel Rotter, con Julio Chávez, Osvaldo Bonet, María Ucedo, Inés Molina, Arturo Goetz.



Ariel Rotter dijo que eligió contar este cuento "para su familia y los que lo conocen". Al menos eso alegó cuando recogió los premios (Especial del Jurado y Mejor Actor) en el último festival de Berlín. Y uno debería ver en esa afirmación, además de un exabrupto efectista, una posición política o un programa estético. Esto último es lo que nos interesa, obviamente porque la película se sostiene en él.

Un hombre de mediana edad, abogado, con un padre enfermo y una mujer que le anuncia su próxima paternidad, una vida tranquila y que se presume monótona, un día decide patear el tablero y buscar algo distinto. Se queda en un pueblo adonde ha llegado para tramitar una sucesión y se cruza con una mujer y otros personajes para con los que elige representar otras vidas, otras identidades. Ser otro. ¿Se puede ser Otro, perder la identidad, cambiarla... y para qué? Algo de eso experimentará Juan Desouza (Julio Chávez) jugando a ser un muerto, un médico, un arquitecto, un hombre casado con varios hijos en plan de amante para matar la rutina. Si la abulia se siente en el ambiente, de repente la pasión desbordada y casi animal se cuela (en la escena post velatorio), o el peligro al acecho (en la escena nocturna por la carretera), o el temor a ser descubierto que vira en paso de comedia absurda para dar lugar a la risa que distiende (en la escena de los primeros auxilios en el hotel). También sobran algunas situaciones que no agregan demasiado y parecen pertenecer a mundos cinematográficos otros: la pérdida en mitad de un bosque (¿?), casi alonsiana (por Lisandro Alonso, el de La libertad y Los muertos), y la mirada a las pequeñas en el río, casi marteliana (por la directora de La ciénaga y La niña santa, naturalmente).

Rotter maneja el relato con un bisturí afilado y certero, posiciona la cámara en búsqueda del siempre presente protagonista (otra composición mayúscula de Chávez), evita los psicologismos devenidos parlamentos explicativos, opta por las miradas que cuentan, dando una importancia capital a esos cruces, en una posible reafirmación de la popular idea de que los ojos son el espejo del alma. Y trabaja con el sonido y los silencios a conciencia: la respiración entrecortada y profunda que desborda el cuadro y al personaje que la emite; los ruidos de los colectivos y los autos ocupando todo el espacio auditivo; las pisadas que se separan de su emisor y se convierten en la banda sonora de la tensión en ciernes. Y así como en un momento nuestro protagonista decidió probarse otras ropas, en determinado instante considerará la posibilidad de regresar a su hogar. En ese retorno podría leerse una elección de la vida que se ha tenido; algo así como volver a elegir lo elegido. Si el año pasado Burman entregaba con Derecho de familia una historia que hablaba del pasaje de ser hijo a ser padre, en El otro nuevamente afloran las relaciones paterno-filiales que ya parecen ser cifra de estos tiempos como cuestión generacional de muchos directores.

Javier Luzi      

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