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OTRO DIA EN EL PARAISO
(Another Day In Paradise)

Estados Unidos, 1998


Dirigida por
Larry Clark, con James Woods, Melanie Griffith, Vincent Kartheiser, Natasha Gregson Wagner, James Otis.



En un pasado vago, aunque reciente, y en un país que no podría ser otro que los Estados Unidos, dos parejas se unen para delinquir. A una la componen Bobbie y Rosie, dos adolescentes se diría tiernos, aunque él ya es veterano en el arte de reventar expendedoras automáticas (de esas que tragan monedas) y otros delitos menores, por los que llegó a apuñalar, y ambos son consumados consumidores de heroína, cocaína, anfetaminas y otros sabores. La otra pareja está conformada por Mel (James Woods, todo un galán maduro) y Sid (Melanie Griffith, no menos crecidita, bien que sigue haciendo a esa nena –tanto en gestos como en vocecita– que le conocemos desde siempre).

Ambas duplas entran en contacto cuando Mel, tío de un amigo de los jóvenes, ayuda a Bobbie a superar un mal viaje de estupefacientes. Poco después ya lo adopta, o los adoptan, como compañeros de ruta. Lo de ruta es literal, ya que enseguida los cuatro ganan la carretera a bordo del enorme Cadillac negro de Mel, rumbo al bautismo de fuego de la flamante asociación criminal. El primer plan, más o menos exitoso, da lugar a otros en los que robar joyas, desvalijar casas o comprar y vender drogas son el leit motiv. Entretanto avanzan las complicaciones de rigor, llamadas a pudrir las relaciones en el grupo hasta amenazar la supervivencia de unos y otros.

Lo primero que cabe apuntar es que el esperado segundo largometraje de Larry Clark está muy por debajo del primero. Kids (1995) destacaba por su argumento: una banda de chicos cuya adicción compulsiva consistía en desflorar a muchachitas de su misma edad, a tal punto que la fornicación era la prenda de una competencia fríamente deportiva entre varoncitos. Pero Kids también sobresalía por sus formas: la crudeza interpretativa, la austeridad narrativa, un muy diestro manejo de cámara y el montaje seco y rítmico invitaban a palpitar un segundo opus en el que Clark retomase estas tradiciones y, por qué no, superase la moralina a la que Kids se entregaba sobre su tramo final.

Las cosas no se dieron de ese modo. A nivel argumental, Otro día en el paraíso no ofrece nada nuevo bajo el sol. Por el lado estrictamente policial, el film apenas califica como enésima, actualizada, desdoblada y esencialmente rebajada, versión de Bonnie & Clyde. Temáticamente, nunca llega a aprovechar del todo el hecho de que sean dos generaciones (dos Bonnies, dos Clydes) las que se lanzan a la ruta. A la "paternidad" delictiva de Mel sobre Bobbie le cuesta horrores imponerse. Y no es que esté poco sugerida, sino que viene de la mano de unos consejos ya demasiado transitados por el género. En un momento bastante avanzado de la película, alguien le dice al propio Mel: "Actúas rudo, pero no lo eres". Y sí, esa es la sensación que deja el personaje de James Woods. Lo que nadie se pregunta –salvo el espectador– es cómo cuernos hizo entonces para mantenerse tanto tiempo con vida, libre de las rejas y (en este orden) por encima de otras barbas, verdaderamente rudas, de la competencia.

Vincent Kartheiser, en la piel de Bobbie, entona parcialmente con el perfil del chico al que esa suerte de padre-tío que es Mel lleva, prácticamente en vilo, por la mala senda. Pero al mismo tiempo no deja de resultar excesivamente carilindo, delicado, afeminado casi (tiene mucho del primer y angelical Leonardo Di Caprio).

Si de blandezas se trata, hay que citar la impertinencia de la música incidental (en vena setentista), que no comenta las acciones tanto como las interrumpe. Y la rutina pasmosa con que los tópicos (sexo, droga, "rocanrol" delictivo) desfilan por la pantalla. Puede verse, por ejemplo, cómo las combinaciones más pesadas (en cantidad y calidad) de drogas no impiden que nuestros personajes, al tocar la cama, caigan mansamente dormidos. Resulta cuanto menos curioso que un embarazo, y la cuestión de si tener o no tener, se discuta y se resuelva en una sola discusión fugaz (no más creíble, por otra parte, que la que podría montar en escena cualquier telenovela). ¿Y qué decir de aquellas clases de tiro en las que Mel le dice a Bobbie que hay que considerar al revólver como "una extensión del brazo"? Eso se ha dicho en muchas, demasiadas ocasiones, Larry Clark.

Hasta la cámara en mano, que es casi constante, parece llegar a destiempo. En fin: otro de esos policiales contracturados, rutinarios (¡hoy en día se los tiene por "correctos"!), que zafan del espanto pero no sacian ninguna expectativa que se precie. Es cierto que de la moralina de Kids ya no queda ningún vestigio. Pero en este contexto, ¿a quién podría importarle?

Guillermo Ravaschino      


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