El orfanato
narra una historia de madres, niños, fantasmas y casa embrujada, contada ya
miles de veces (contemporáneamente, en Sexto sentido y Los otros,
por ejemplo). Laura se muda con su marido Carlos y su hijo Simón a la
mansión en la que creció hasta que fue adoptada (en aquel momento funcionaba
como un orfanato). La pareja planea convertirla en una residencia para niños
discapacitados. Relacionados con el pasado de la mujer y de la casa, los
misterios y secretos de esta familia comenzarán a aflorar a medida que el
niño acentúe su vínculo con sus amigos invisibles.
Hay
varios temas sobre los que la película avanza, y tal vez su mayor defecto
sea esta abarcativa indecisión. Al comienzo todo parece inclinarse hacia los
conflictos familiares (relación madre-hijo, adopción, muertes prematuras,
infancia, sentimiento de culpa), pero las vueltas de tuerca del guión
distraen poco a poco la atención hacia la fe, las creencias y el coraje
maternal. Si hay un tema que se mantiene con más firmeza, y coherencia
estilística, es el del universo lúdico de los niños.
En el
nivel narrativo, el director Juan Antonio Bayona demuestra su potencialidad.
Inicia magistralmente la película con una intriga de predestinación
(el juego de las escondidas que la protagonista jugaba con sus amigos cuando
era niña), y dedica la primera media hora (incluyendo los títulos) no sólo a
sentar las bases de la historia, los personajes y el universo fantástico,
sino también a esparcir los indicios de todo lo que va a ocurrir en el resto
del metraje. Utiliza la naturaleza como signo amenazante (nubes, tormentas,
grutas y oleaje embravecido anteceden sin excesos las secuencias más
estremecedoras). Las sábanas –disfraz de fantasma que sólo funciona en el
mundo infantil– cubren el rostro de madre e hijo en su primera aparición. La
destreza de Bayona parece residir en su poderío audiovisual. Casi toda la
información nos la transmite mediante imágenes; los diálogos nunca son
explicativos. El leve movimiento de la calesita, el funcionamiento del faro
costero, el destino de una cadenita religiosa; ellos proveen el sentido que
se nos comunica.
Una
caverna nos da el primer indicio del mundo de los muertos, y un camino
sembrado con caracoles los invita a la residencia. Vale la pena atender al
detalle de que cuando Simón ingresa a la caverna y charla con su amigo
invisible, le pide permiso a su madre para llevarlo a jugar a la casa, y
ella responde afirmativamente. Los fantasmas de esta casa embrujada son
claramente invitados, no solo por el niño, sino también por su madre, que
seguirá desde el principio los pasos de su hijo hacia el mundo fantástico,
mucho antes de que el devenir de la historia la obligue a hacerlo. Las
simetrías de los juegos infantiles, tanto el mencionado de las escondidas
como el de la búsqueda del tesoro, son los principales desencadenantes del
vínculo entre ambos mundos. Y ambos son jugados tanto por Laura como por
Simón. Uno no puede más que dudar sobre el fin último de está madre
desesperada cuando todas sus acciones conducen a un reencuentro consigo
misma, con su propia infancia. Desde la mudanza a su antiguo hogar, hasta la
elección de su hijo adoptivo, parece ser la madre quien más desea ese
encuentro con el universo de los muertos. Por eso la referencia a Peter Pan,
en un tenso diálogo entre Laura y Simón, es el verdadero nudo dramático del
film. ¿Quien está más interesado en dejar de crecer y viajar a la Tierra del
Nunca Jamás? ¿Simón o Laura?
El
orfanato ofrece
grandes aciertos visuales en su primera mitad... para destruirlos
sorprendentemente una vez que comienza a desenvolver la trama. Un ejemplo
es Tomás, el niño fantasma con una máscara en el cuello. Mientras la lleva
puesta, resulta aterrador. Pero al quitársela, pierde la fuerza de lo
desconocido. Si su rostro cubierto refería claramente al amenazante
espantapájaros del antiguo orfanato –ver cómo lo dibuja Simón–, al mostrar
su cara quedará automáticamente humanizado. Otra cosa que resta es el primer
plano innecesario de cierto personaje secundario muerto, una imagen gore
que desentona completamente con el resto del film.
La
segunda mitad de la película introduce personajes, flashbacks explicativos y
subtramas que no hacen más que mellar la fuerza dramática del relato. La
aparición de una médium (Geraldine Chaplin, recomendada –ver para creer– por
quien interpretara al Sr. Barriga en "El Chavo") desvía a la historia de la
intimidad familiar e introduce la contraposición entre quienes creen y
quienes no creen en lo sobrenatural, algo que en el caso de El orfanato
ya estaba establecido desde el principio (lo mismo que la naturaleza del
marido que, por decirlo de alguna manera, ni pincha ni corta).
A partir de los mentados
golpes de timón, el clima de terror comienza a desbaratarse, y lo único que
queda por ver es la explicación de lo que ha ocurrido; la revelación, uno
por uno, de todos los misterios. Y como en el cine fantástico lo amenazante,
lo que nos atrae y nos intriga, es lo desconocido, El orfanato
empieza a caer en picada. Y termina siendo un film fallido, que promete
mucho y cumple poco, aunque deja entrever a un director talentoso, con la
suficiente capacidad como para ilusionarnos con una gran película, aunque
aún no esté listo para hacerla realidad.
Ramiro Villani
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