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EL NIDO VACIO

Argentina, 2008


Dirigida por Daniel Burman, con Cecilia Roth, Oscar Martínez, Inés Efrón, Arturo Goetz, Jean-Pierre Noher.



Daniel Burman ha construido, con films como Esperando al mesías, El abrazo partido y Derecho de familia, toda una filmografía dedicada a la identidad. Sus personajes, inmersos en ritos y en rutinas, asisten a momentos, a fragmentos en su existencia que son determinantes para su futuro. Revisan su pasado, el entorno que los rodea, para poder así definir quiénes son, cuál es su lugar en el mundo, cómo posicionarse de cara a lo que viene.

Los films de Burman parten de una construcción individual y subjetiva, muy compenetrada con los personajes, y pretenden llegar a un retrato minucioso de los microcosmos que habitan. Su problema, mayormente, es que acierta más en la construcción general que en la particular, o en el conjunto más que en el individuo, a pesar de la profunda identificación entre el director y sus criaturas. Como si Burman fuera un ser muy capacitado para observar la flora y fauna que lo rodea, pero no tanto a sí mismo. Eso es bastante normal (a todos nos pasa), pero se convierte en un grave problema si su cine es una innegable expresión de su interioridad, de sus dudas, convicciones y nociones.

Con El nido vacío sucede algo similar. Si El abrazo partido era la historia de un joven reencontrándose con su padre y descubriendo lo que era ser hijo; si Derecho de familia constituía para un hijo la despedida de la figura paterna que siempre lo había tutelado, para así descubrirse él mismo como padre, en su nueva película asistimos al relato de un hombre, Leonardo (Oscar Martínez), dramaturgo él, que, de repente, se queda sin hijos en su casa –porque todos dejaron el hogar, siguiendo sus propias metas–, con una esposa (Cecilia Roth) a la que siente que desconoce y la paulatina certeza de que tiene que volver a mirarse a sí mismo.

Burman vuelve a caer en los mismos errores, a pesar de que éste podría ser un golpe de timón en su carrera, ya que se centra en personajes bastante mayores (en edad) que los de sus anteriores films. Es capaz de trazar con exactitud los pasillos de una institución como Argentores o de explorar las dinámicas de las charlas de café entre individuos de la clase media argentina, pero cuando se trata de sacar a la luz el interior del personaje de Martínez, trastabilla. Ciertos personajes que circulan alrededor de él, como la dentista o el interpretado por Arturo Goetz, aparecen desdibujados, como si no pudieran alcanzar una entidad propia. Lo mismo sucede con la esposa y la hija (Inés Efrón), perdidas en la mirada lateral de Leonardo. Asimismo, la noción de fantasía y realidad que pretende indagar y propulsar, relacionada con la función del escritor, suena a hueco. Burman se extravía junto con ese Leonardo al que creó, como si le costara salir del cascarón, y las conclusiones a las que arriba carecen de vuelo.

Es cierto: filma muy bien. Se adapta con pericia a los espacios, acompaña los tiempos de los personajes, utiliza con acierto la música y el sonido. Pero bueno, siempre lo hizo, siempre fue un buen director, flexible con su estilo de acuerdo a la historia que aspiraba a relatar. Pero falla con los personajes. Vuelca en ellos todas sus perspectivas, hasta que éstos parecen quedarse sin vida propia. Estancados. Sin salida.

Rodrigo Seijas      

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