No hay nada más apto que un thriller para probar la habilidad de un
guionista, la destreza de un director y la prudencia de un productor.
Previendo el bochazo, los realizadores del film optaron por un llamado a la
solidaridad desde el título; de cualquier modo, pocos serán los cineístas
que se callen. A ver:Un psiquiatra neoyorquino responde al pedido de un
colega para tratar a una chica esquizofrénica. La paciente nueva guarda en
su memoria un número de seis dígitos, la clave que una banda de delincuentes
necesita para ubicar una invalorable joya. Cuando los malos secuestran a la
hija del psiquiatra y dejan claro que no debe hablar si quiere verla con
vida, así como conseguir el preciado número, nos damos cuenta que el film es
figurita repetida.
La trama está urdida con muchos clisés, como las conversaciones
telefónicas con el secuestrador y el personaje desvalido que guarda un
secreto que no se anima a develar. La dirección no se queda atrás; tenemos
los típicos travellings alrededor del protagonista, los paneos sorpresivos,
los sustos de cuarta (ejemplo: el protagonista avanza por un pasillo
lentamente, algo pasa pero no sabemos qué, de repente se abre la puerta de
un ropero y... le salta la hijita para abrazarlo). Todo hace que odiemos
inmediatamente al film, haciéndole una indeleble cruz.
Michael Douglas convencía más en Al filo de la muerte, un thriller
interesante, que inauguró nuevas formas de claustrofobia producidas por las
inflexiones de la trama. Oliver Platt nació para hacer de psicólogo o
doctor, así que no hay mucho que decir sobre su mecánico rol. Y hay un malo
de verdad, Sean Bean, al que ya se lo vio en papeles parecidos en otras
películas (Juego de Patriotas, Goldeneye). Por otro lado, el
elenco femenino cuenta con la expresiva jovencita Britanny Murphy (demasiado
expresiva; nunca queda claro si está loca o se hace), con la hermosa, más
modelo que actriz, Famke Janssen (interpreta a la esposa del psicólogo,
enyesada y vigilada por los malvados), y con la tierna chiquita Skye
Bartusiak. Si sumamos a Jennifer Espósito (habitué de la teleserie Spin
City) en el rol de una detective, ya son demasiados personajes; lo que hace
pensar que los guionistas obviaron el concejo de Borges, quien decía que en
la ficción policial es indispensable la economía de personajes y recursos.
Si hay algo narrativamente digno, tal vez sea ese viaje, en el final, a
una isla en la está emplazado un extraño cementerio. Escena gótica si las
hay, que nos recuerda a cierta atmósfera del Oliver Twist de Dickens. Claro
que el desenlace previsible, tan implacable como repetido, borra cualquier
reminiscencia literaria.
Alguna vez esperamos más de Gary Fleder, cuya ópera prima fue la
despareja Asuntos pendientes antes de morir (que tenía tantas cosas
buenas como malas). Sin embargo, Besos que matan no valió dos pesos
(inspirada en el éxito de Pecados Capitales). Lo mismo pasa con su
nueva película que, dicho sea para culminar, toma elementos de Máxima
velocidad, Sexto sentido y cuanta película se encuentre en la
sección Suspenso del videoclub.