La
crisis de una pareja adulta constituye el disparador de Nathalie X.
Profesionales ambos, con una casa elegante, un hijo ya crecido y alguna
historia detrás, entre ellos ha desaparecido todo entusiasmo, no quedan ni
restos de erotismo. Mientras él encuentra algún paliativo en fugaces y poco
significativos encuentros con otras señoritas
–y
se encarga de contárselo a su mujer–,
ella urde un plan tan maquiavélico como peligroso. Contrata a Marlene, una
atractiva prostituta, para que bajo la identidad de la estudiante Nathalie
seduzca a su marido y lo conduzca a una relación duradera, durante la cual
la muchacha habrá de informarle a la esposa sobre lo que sucede en sus
encuentros, con todos los detalles: cómo hacen el amor, qué le gusta a él,
cómo lo excita ella.
El film de Anne
Fontaine trata sobre un erotismo poco convencional: el que persigue la
excitación por medio de la palabra. El tradicional voyeurismo es reemplazado
por la escucha, la sexualidad nunca estará actualizada. Marlene/Natalie
nunca olvida que su verdadera cliente es la mujer y no el marido, y a ella
trata de satisfacer narrando los pormenores de una relación sexual en cuyo
relato la esposa casi no reconoce a su hombre. Al mismo tiempo,
Marlene/Natalie la guía en el reencuentro con su propia sensualidad y en el
descubrimiento de que ella también puede disfrutar todavía de su sexualidad.
Pero los
triángulos siempre tienen 3 puntas: desde el instante en que ambas mujeres
cruzan sus miradas por primera vez, nace entre ellas una relación de
compleja ambigüedad, una suerte de atracción mutua que será vehiculizada
(¿sublimada, tal vez?) por la vía vicaria de la palabra. Nace así un vínculo
que desconocían, una relación que excede el marco contractual, y que vibra
siempre al borde del acto y del contacto. Las revelaciones de
Marlene/Natalie y el magnetismo que irradia su cuerpo devienen para
Catherine no sólo la fuente de conocimiento sobre su marido sino sobre todo
una vía de autodevelamiento. Por otra parte, los espejos, la superposición
de imágenes sugieren la identificación, la traslación y el trueque de
ciertas cualidades entre esas dos mujeres aparentemente antagónicas.
El film se
propone entonces un tratamiento del viejo tema del triángulo y del adulterio
sin caer en todos los tópicos del género, aunque se permite algunos.
Catherine y Marlene/Nathalie exploran juntas las zonas menos transitadas de
la sensualidad y el erotismo femeninos. Para esta tarea no es un detalle
menor la elección de dos íconos del cine francés: Fanny Ardant, con sus 55
años y un rostro algo retocado, aporta todo su profesionalismo para componer
la personalidad de esta médica elegante de deseos reprimidos y postergados,
dueña de una interioridad rica en matices, expresada por un rostro elocuente
que deja leer cada emoción que despiertan las revelaciones de su cómplice.
Emanuelle Béart saca rédito de su asombrosa belleza –también alterada–,
que no alcanza sin embargo para disculpar una actuación pobre. Tras su
máscara de desapego de prostituta profesional deja percibir una
vulnerabilidad apenas disimulada. Las dos actrices habían estado juntas en
8 Mujeres, otra exploración de las complejas psicologías femeninas.
La música inquietante es de un viejo conocido, Michael Nyman, quien solía
aportar sus ostinatti al cine de Peter Greenaway.
El tercer
personaje está interpretado por Gérard Depardieu, en una actuación
insólitamente mesurada y contenida, adecuada para este melodrama filmado con
el signo de la sutileza, la sobriedad y la elegancia. Dépardieu recupera
aquel tono que supo dar en Mi tío de América, y con Ardant parecen la
pareja que no pudo ser en La mujer de la próxima puerta. Su personaje
resulta atrapado en la red tejida por ambas mujeres, que demuestran así que
el poder de la mujer puede residir en las zonas más inesperadas, y urdirse a
través de juegos peligrosos.
Justamente en ese refinamiento del film radica su endeblez: por momentos
todo resulta demasiado prolijo, demasiado elegante, demasiado distanciado,
demasiado intelectual. Una vez establecido el nudo de la intriga, las
conversaciones entre las mujeres no logran excitar al espectador de la misma
manera que a Catherine, la narración deviene reiterativa, y se demora en
llegar a la previsible vuelta de tuerca final.
Josefina Sartora
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