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MIENTRAS NIEVA SOBRE LOS CEDROS
(Snow Falling On Cedars)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Scott Hicks, con Ethan Hawke, Max von Sydow, James Cromwell, Richard Jenkins, James Rebhorn, Sam Shepard, Eric Thal.



A caballo de la estupenda dirección de fotografía de Robert Richardson, la primera media hora de Mientras nieva sobre los cedros disimula su chatura esencial, su condición de bodrio pocas veces igualado. Este dura algo más de dos horas –que parecen seis– y cuenta con la banda de sonido más insólita de la historia: una compacta formación de violines sentimentales... cuyo volumen atronador perfora los tímpanos. No es chiste: aunque más no fuera por la salud auditiva, convendría mantenerse a prudente distancia de las salas adonde se proyecta el film.

La trama sitúa la acción en un pueblito pesquero estadounidense, buena parte de cuya población está conformada por japoneses, quienes conviven con los nativos más o menos amablemente. Pero estamos en 1950 y los ecos del bombardeo nipón a la base naval de Pearl Harbor (preámbulo del ingreso yanqui a la Segunda Guerra) no se acallaron del todo. Y cuando un pescador blanco muere en circunstancias dudosas, los indicios, que son muy leves, se asocian con los prejuicios, que son muy fuertes, para incriminar a un pescador japonés. A los pocos minutos de apagadas las luces, la inocencia de este buen hombre ya es un dato evidente para el espectador. No así para los locales, que lo someten a un amañado juicio por homicidio que se prolongará tanto como la película. La primera gratuidad tiene que ver con esto. El proceso tribunalicio está planteado a la manera de los de la famosa serie de televisión "Petrocelli": docenas de flash-backs ilustran las diversas instancias del pasado que se corresponden con las deposiciones de testigos múltiples. ¿No se percató el director Scott Hicks –y su coguionista Ronald Bass– de que esta forma del suspenso sólo puede prosperar cuando hay cierta ambigüedad en torno de la culpabilidad del acusado?

Hay otra pieza de información que también resulta evidente casi desde el vamos: la bonita esposa del acusado (pueden verla en la foto) fue la primera novia de Ishmael (Ethan Hawke), ese periodista que no se pierde una sola sesión del interminable trámite judicial. Pero el film no acusa recibo. Buena parte de los mencionados saltos en el tiempo se dedican a registrar la génesis de aquella relación, como si escondiera algún secreto. Una y mil veces, el juicio será interrumpido para pasearnos por otros tantos escenarios en los que la japonesita y el futuro periodista se declaran su amor. La nula pertinencia de todas estas imágenes –cuya factura remeda a las publicidades de shampoo infantil– corre pareja con la estridencia de la música incidental. Sí: aquí irrumpen esos violines ensordecedoramente cursis. Pero no sólo aquí. Cuanto más endeble se torna la evolución dramática (y esta no hace otra cosa que tornarse más y más endeble), mayor es el estruendo incidental. No parece aventurado calificar a Mientras nieva sobre los cedros como el film más groseramente afectado de la última década.

Por cierto que la historia se agota en lo expuesto. La herencia ética de Ishmael, cuyo finado padre fue editor del periódico del pueblito, nutre muchos y largos flash-backs. Otro tanto sucede con los "campos de concentración" en los que Estados Unidos recluyó a los residentes japoneses durante la guerra (que ya habían sido mucho mejor expuestos en el Imperio del sol de Steven Spielberg) y con el amorío de marras, que luego de la etapa infantil pasa por otras dos: infanto-juvenil y adolescente. Ninguna de estas líneas supera el estado embrionario: infestadas por la música, aparatosamente fotografiadas, lastimosamente despojadas de cometido dramático y vitalidad. Llegado un punto, este auténtico ejército de flash-backs convierte al film en algo parecido a la peor variante del coitus interruptus: una diligencia rutinaria, inacabable... y exasperante.

En este marco no sorprende que a los actores les haya costado horrores dotar de vida a los personajes. Ethan Hawke hace lo justo, que es muy poco, y ese enorme y veterano animador de escenas memorables que es Max von Sydow a duras penas despega de la medianía que le tocó en suerte como el abogado defensor.

Guillermo Ravaschino