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LA MALDICION DEL ESCORPION DE JADE
(The Curse Of The Jade Scorpion)

Estados Unidos, 2001


Dirigida y protagonizada por Woody Allen, con Helen Hunt, Dan Aykroyd, Wallace Shawn, Elizabeth Berkley, Charlize Theron.



La maldición del escorpión de Jade es una obra menor entre las de Woody Allen, próxima en los resultados a su reciente Ladrones de medio pelo. Dista de ser un bodrio y, sin embargo, no deja de ser una comedia fallida por la más elemental de las razones: apenas si hace reír. Y es una lástima, porque el guión (del propio Allen) está poblado de ideas ingeniosas, mientras que la producción y el elenco son de muy buen nivel. Pero algo falla en el conjunto: los tempos no son los de los buenos tiempos del pequeño genio neoyorquino. Su energía actoral tampoco. Y los chistes, menos.

La acción, intensamente concentrada en interiores, transcurre en 1940. Nuestro protagonista es C.W. Briggs (Allen), investigador de una compañía de seguros contra robo con fama de gran sabueso: ha resuelto más casos que ningún otro. El primer aspecto de la trama se desencadena con el desembarco de Helen Hunt, la coprotagonista, quien hace a Betty Fitzgerald, contratada para eficientizar la compañía (bajar costos y modernizar su funcionamiento) por el jefe Magruder (Dan Aykroyd). La relación de Briggs y Fitzgerald se inscribe prontamente en lo que podríamos denominar "odio a primera vista", y la mayor parte de los chistes proviene de la variopinta catarata de insultos que se propinan mutuamente.

Cierta noche, jefe y empleados confluyen en un boliche para un brindis. La velada es amenizada por un hombre con turbante que convoca al escenario a Fitz y a Briggs, con el fin de hipnotizarlos frente a la concurrencia. El número resulta exitoso (la cara de Allen boleado por la hipnosis es lo más gracioso de todo el film). Al hipnotizador le bastan dos palabras mágicas, "Constantinopla" y "Madagascar", para sumir en trance a los protagonistas. La prueba del hechizo, por lo demás, es que les "ordena" enamorarse el uno del otro y, efectivamente, lo consigue. El segundo filón de la trama aparece en este punto: ¿será posible que el odio se convierta finalmente en amor... más allá de la hipnosis?

El tercer filón irrumpe poco después, ya que el tipo del turbante, por vía teléfonica, se valdrá de las palabras mágicas para re-hipnotizar a Fitz y a Briggs y utilizarlos para robar joyas... de los clientes de la compañía de seguros.

La puesta en época, sin acusar un gran despliegue, resulta muy prolija e íntima. De este modo Woody plasma un enésimo homenaje a los años de oro (con hincapié en el film noir), que también se hace notar en la jazzística banda sonora, en un par de situaciones y en las divas a la vieja usanza –pulposas y curvosas, aunque no todas platinadas– que aparecen por todos lados: desde las empleadas de la aseguradora hasta esa típica rubia millonaria, fumadora e infartante perfectamente encarnada por Charlize Theron.

Está dicho: hay poca risa. Y a falta de risa, la tensión va a depender cada vez más de la evolución de la trama policial. Pero la trama policial de una comedia como esta no puede hacerse cargo positivamente de semejante responsabilidad. La historia, pues, empieza a hacerse larga, demasiado larga... y a uno deja de importarle cómo se resolverá.

Guillermo Ravaschino      

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