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Argentina, 2007



Largometraje documental dirigido por Nicolás Prividera
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Nicolás Prividera se llevó el premio de la Competencia Latinoamericana en el último festival de Mar del Plata con éste, su primer largo, que cuenta la pesquisa por averiguar algún dato sobre su madre, Marta Sierra, trabajadora del INTA en Castelar, desaparecida durante la última dictadura.

Este viaje de búsqueda a la par que se hace se filma, y eso queda registrado en una cinta que consigue una fluidez y atención permanentes, que difícilmente decaigan a pesar de sus 140 minutos. Todo el documental es un sólido mazazo que da cuenta de la participación civil en la dictadura, se permite discutir y provocar la discusión sobre la traición y la delación de las cúpulas en las células militantes armadas y, en el presente, mostrar la falta de unidad que padecen los organismos institucionales de derechos humanos. El cierre (uno de los tantos epílogos, en realidad) con la mirada sobre el hoy peronista es muy sagaz: el director fuerza el encuentro entre algunos entrevistados que no se ven hace tiempo, y el intercambio entre posiciones políticas disímiles bajo el paraguas abarcador que resulta (y siempre resultó) el peronismo es una cruel pero realista epítome de la argentinidad (si es que bajo ese nombre puede albergarse algo identitario). Cruzando testimonios de familiares (de los que quisieron participar, porque hay ausencias notables), amigos, compañeros de trabajo y de militancia de Marta, Prividera consigue hablar de la memoria particular que se vuelve colectiva lejos del panfleto y cerca del rumor que despega de las más nimias conversaciones, de los detalles olvidados o de las confusiones que, como lapsus con los que cualquier psicoanalista se haría una panzada, abundan, y logra emocionar con las mejores armas a su alcance (la superposición de su imagen a una foto proyectada de su madre, los encuentros con gente que lo ha conocido de pequeño en la escuela donde su madre ejercía como maestra como mandato generacional e ideológico setentista).

Los disensos en el mismo seno familiar, los trapitos que se sacan al sol (la colaboración y presunta entrega de un tío), las diferencias de criterio con su hermano que actúa como un Otro que aumenta la posición de sí, la ausencia de su padre, no son más que la cifra de lo que se busca mostrar, quizá y por ello más importante más allá de lo que se pensó o se calculó en un comienzo. Por eso y acaso superficialmente la pregunta por el piloto (¿el mal wolfiano?) es un detalle menor, pero tal vez no así la última charla que se muestra con el hermano reflejado en un espejo; si la puesta es demasiado artificial la ideología que trasunta con conciencia de todas las razones que Prividera detenta para tener la furia, la rabia, el enojo que se dejan ver puede parecer peligrosa. Pedirle más de lo que puede al que no habla y/o cuenta las cosas con un simple "nos equivocamos", suena exagerado y ninguneador para con el otro, y hace ruido frente al resto del documento, que consigue exponer y narrar con claridad un momento nefasto de nuestra historia. Obviamente que más allá de estas reservas M (de Marta, de madre, de memoria, de muerte, de montoneros) es un alegato que merece ser visto y discutido trascendiendo el marco de las pantallas de exhibición.

Javier Luzi      

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