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LEE MIS LABIOS
(Sur Mes Levres)

Francia, 2001


Dirigida por Jacques Audiard, con Vincent Cassel, Emmanuelle Devos, Olivier Gourmet, Olivier Perrier, Olivia Bonamy.



Toda la apertura de la película es una cuidada presentación de su protagonista. Carla trabaja a destajo en la oficina de una compañía constructora, única mujer en una empresa de hombres. Es la chica eficiente para todo trabajo, de ejecutiva a telefonista, a pesar de sobrellevar una sordera extrema. Todos la utilizan (incluso sus amigas), pero cuando Carla quiere alejarse de la realidad circundante, molesta o demasiado ruidosa, se quita los audífonos y se sumerge en su mundo privado, al que nadie parece tener acceso. En todo caso, le basta con leer los labios de quienes la rodean para mantenerse informada. Viéndola desbordada por su trabajo, su jefe le asigna un asistente, ex convicto y sin ninguna experiencia de oficina. La mujer lo protege, lo educa, le enseña a trabajar, y progresivamente ambos comprenden que funcionan complementariamente; uno es el reverso del otro, dos extremos de la misma polaridad. A ella (la estupenda, sutil Emmanuelle Devos) la mueven su inteligencia y ambición, y Paul (Vincent Cassel) cuenta con su cuerpo, su fuerza y la experiencia en el delito. Ella ve su oportunidad para poner en acción una rebeldía vengativa derivada de sus frustraciones y del resentimiento por el maltrato recibido, y él es el único que la respeta, sabe valorar sus talentos y se valdrá de ellos para sus propios fines.

Hace tres años pudimos admirar en Mira a los hombres caer (1994) el trabajo que el director Jacques Audiard realizara en la representación del universo masculino. En esta ocasión vuelve sobre el tema magistralmente: Carla adopta conductas y códigos de sus compañeros en su intento por tener un rol activo en un ámbito que la ignora. Ahora será ella quien utilice la manipulación y los manejos turbios que abundan en las empresas, ácidamente retratadas en el film. Obviamente, el cine francés está desarrollando una mirada crítica hacia el mundo del trabajo y los modos de articulación de los mecanismos de poder que le son propios. Ante una audacia de la mujer, el ex convicto dice: “¿Es así como se hacen los trabajos honestos?”, en una de las mejores frases del film. Vincent Cassel juega su papel mejor aun que en El odio o Irreversible.

La acción obedece a una perfecta puesta en escena, donde nada sobra ni está librado al azar: la focalización de la historia en los dos protagonistas está traducida por la cámara, con abundantes primeros planos y planos cerrados que parecen ignorar a los demás personajes, tomados de espalda, o fuera de campo. El film obtuvo un premio a la banda sonora, que merece un comentario especial por el trabajo sutil e interesante que resulta de adoptar por momentos la perspectiva auditiva de la protagonista: los ruidos del ambiente dificultan su registro de las voces, o sobreviene un silencio muelle en el momento en que se quita los audífonos.

Aunque ella rechaza el contacto físico, el vínculo entre Carla y Paul está cargado de erotismo, atravesado por el fetichismo y la fantasía. Hay alguna trama secundaria, la historia se complejiza, y lo que había comenzado como un drama romántico original, diferente y contenido entre dos desclasados va evolucionando hacia el policial negro. Paul debe saldar deudas del pasado y el destino vuelve a sumergirlo en el delito, donde buscará sacar réditos de su asociación con Carla. La segunda mitad de la película es más convencional, con tópicos del film noir clásico francés (registro nocturno, colores fríos, ausencia de categorías morales) bien implementados, pero a pesar de ello, y de la presencia de Olivier Gourmet –uno de los grandes actores del momento–, no mantiene la originalidad ni el interés que había despertado la primera parte.

Josefina Sartora      


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