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CINEISMORECOMIENDA

KING KONG

Nueva Zelanda-Estados Unidos, 2005



Dirigida por Peter Jackson, con Naomi Watts, Jack Black, Adrien Brody, Thomas Kretschmann, Andy Serkis, Colin Hanks.



Este último sábado he tenido la oportunidad de leer en la secciíon Espectáculos de uno de los más espaciosos matutinos porteños el copete sin firma con las más recientes recomendaciones cinematográficas. Las cuatro estrellitas, sobre cinco posibles, dedicadas a King Kong parecen avalar la seguridad que todo espectador de cine responsable busca a la hora de concurrir a las salas previo desembolso del suculento precio de una entrada, pero (¿siempre hay un “pero” crítico agazapado para empañar esa alegría casi infantil que el cine puede darnos como ninguna otra de las artes?) no sin antes advertirle sobre la grandilocuencia que afecta a la última película de Peter Jackson. Según alcanzo a deducir de ello, para algunos críticos de cine la crítica no resultaría verdaderamente confiable si no señalase al menos un defecto, incluso donde no lo hubiera.

Analicemos, al menos, esta situación. Si por grandilocuente han querido decir altisonante o presuntuoso, hay que aclarar que el tono de este King Kong es siempre ameno, nada solemne, narrativamente ágil. Esto último hace que sus tres horas y cuarto pasen volando hasta para un espectador no iniciado ni regular, pero sensible como mi suegra. Si por grandilocuente han querido decir costosa, urge reiterar que no importa cuánto se gaste en una película, sino cómo se lo haga. Y me atrevo a sostener que hay pocas películas tan costosas y a la vez menos ostentosas que esta, y a postular que la remake de un clásico fundacional de aquel cine bigger than life hollywoodense exigía una erogación multimillonaria. Ahora bien: si por grandilocuente han querido decir grandiosa, deberían haber escrito de una vez el calificativo correcto y no andarse con eufemismos.

De hecho, King Kong es una película grandiosa. Y no podía ser de otro modo porque trata, justamente, de dioses, mitos y misterios. Es un viaje, no sólo espacial, sino también temporal al corazón de las tinieblas –la novela de Joseph Conrad es citada más de una vez en la primera parte de la historia– y de lo desconocido, cuyos resultados trastocan trágicamente dos medioambientes sólo en apariencia muy distintos. Los aborígenes, que en la primera versión (1933, dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack) bailaban inofensiva y graciosamente, dan lugar en ésta a secuencias dignas del cine de horror más escalofriante. Sólo educados en la materia Kong por la película de 1976 de John Guillermin, la mayoría de los espectadores desconocen la fuerte impronta prehistórica de la película original. Peter Jackson la recupera para nosotros con la violencia de aquella, aunque con un poco menos de inocencia y salvajismo, y con un ojo crítico incluso más mayor.

En la película de 1933, el entusiasmo aventurero de un director de cine embarcaba a un equipo de cineastas, a la homeless protagonista de la futura película, y a la tripulación del S.S. Venture en la búsqueda de una isla todavía no cartografiada en la que los nativos convivirían con un ente de identidad imprecisa –bestia, espíritu o deidad– llamado Kong. El cruel optimismo que caracteriza al personaje del cineasta era el espíritu que dominaba a la película toda, hasta transformarla en un festival de la lucha por la supervivencia del más apto y en un documento transversal de la situación social estadounidense durante los años posteriores a la Gran Depresión. La lúcida mirada actual de Peter Jackson le ha permitido detectar e incluir aquellos elementos y hacer de este King Kong una película-homenaje a esa capacidad que tuvo Hollywood de generar mitos universales, pero anclándose en un punto de vista mucho más crítico y menos cínico que el de Carl Denham, típico self made man emprendedor y bastante inescrupuloso pero simpático que protagonizaba aquella, hoy compuesto mucho más oscuramente por Jack Black.

Pero el cambio mayor se da en la preponderancia que cobra el personaje femenino desde el principio al fin de la película. En una decisión imposible de tomar para el Hollywood de entonces –fuera del ámbito anárquico de la screwball comedy– y para un género eminentemente masculino como era el de aventuras decimonónico, el protagonismo de este nuevo King Kong recae sobre Anne Darrow (Naomi Watts) –desvalida prenda sacrificial de la primera película devenida heroína consciente de su dignidad en esta–, y esa elección hace que se transforme la relación entre la mujer y el mono, y la de los mismos espectadores con la mujer. De ser un objeto fuertemente sexual pasa a representar unos valores más ligados a la emoción que al deseo, lo que le proporciona a esta versión una densidad emocional mucho mayor que la primera.

Luego de la ballena blanca Moby Dick, King Kong es el mayor mito animal que ha parido la ficción norteamericana, con el valor agregado de ser el primero exclusivamente cinematográfico. Anclado en una cultura ya no tan religiosa como aquella que forjara el relato de Melville pero todavía propensa al poder de la alegoría, King Kong abunda en simbolismos que lo enriquecen todavía más. Esta versión de Peter Jackson juega conscientemente con ellos y apunta interpretaciones nuevas en un par de ocasiones, pero deja que la potencia original del personaje se despliegue en varios planos simultáneos, dotando a la película de una complejidad similar a la de Cooper y Schoedsack, de una cinefilia más lúdica que terminal aunque fuertemente melancólica, y hasta de una sensibilidad aun más conmovedora. Queda claro que, para mi gusto, brilla con más de cuatro estrellas en el cielo de la mediocre cinematografía industrial contemporánea, y que no hay pero que valga a la hora de criticar toda su grandeza.

Marcos Vieytes      


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