Continúan
las adaptaciones de los comics del sello Marvel y de las historias
pergeñadas por Stan Lee. A X-Men, Daredevil y El hombre
araña se suma ahora Hulk, en la que posiblemente sea la versión
más arriesgada de todas.
El director
de esta película es Ang Lee, quien logró éxito y prestigio con la épica de
artes marciales aquí conocida como El tigre y el dragón. Y esto es
importante, ya que pocos cineastas se hubieran permitido experimentar tan
libremente con la historia de Bruce Banner (Eric Bana), el científico que a
partir de una exposición accidental a rayos gamma comenzará a sentir una
presencia extraña y peligrosa –pero al mismo tiempo muy atractiva– dentro
suyo, que saldrá a la luz, con toda su magnitud, en los momentos en que
libere una furia contenida durante muchos años. Una furia que tiene origen
en los genes que le transmitió su padre (Nick Nolte) en virtud de un
experimento, y que sólo el amor de Betty Ross (Jennifer Connelly) puede
contener.
Ang Lee se toma su tiempo para
resolver el relato. Más de dos horas, de las cuales casi una está dedicada a
explicar la relación entre Bruce y Betty y a hacer lugar a la figura del
padre para sacar a luz tramos de la vida de Bruce que él mismo había
olvidado, hasta llegar a la transformación del protagonista en ese Hulk
hecho completamente por computadoras, y que irá creciendo hasta alcanzar los
4,5 metros. Una criatura que, además, puede dar saltos espectaculares y
hacer atroces ostentaciones de fuerza. Pero eso no parece ser tan importante
para el director, quien filma esta película como si fuera un melodrama con
ecos de las tragedias griegas y de películas como King Kong,
Frankenstein y La Bella y la Bestia.
Es por eso que las secuencias
de acción en las que Hulk se enfrenta con el ejército (decidido a utilizarlo
como arma bélica) constituyen pasajes forzados y hasta molestos dentro de la
trama, destinados nada más que a complacer al público ávido de escenas
espectaculares. Al igual que el monstruo, que se dedica a revolear tanques,
helicópteros y aviones con pasmosa facilidad, la historia hace lo mismo con
estos pasajes adrenalínicos, que afortunadamente duran muy poco. El
realizador taiwanés (como el guión de James Schamus) prefiere volver
enseguida a lo que más le interesa, es decir a la historia de amor frustrado
entre Bruce y Betty, las conflictivas relaciones que ambos mantienen con sus
respectivos padres, el intento de experimentación por parte del ejército, la
simpatía que siente Bruce hacia ese ente que lleva dentro y el
sufrimiento que padece por ser distinto a los demás. Apela también a
numerosos recursos narrativos y visuales, como la split screen
(pantalla dividida), para contar una historia distinta a la que ofrecen casi
todos los tanques cinematográficos estadounidenses.
Esto no quiere decir que
Hulk sea un gran film, pues todas esas piezas no terminan de encajar del
todo. Ninguna de las subtramas que se nos proponen acaba de desarrollarse
correctamente, y da la impresión de ser un film muy largo y muy corto al
mismo tiempo. Pero esto no sepulta el interés y la ambición persiste como la
mejor arma de Hulk. Debido al éxito que obtuvo en Estados Unidos, ya
hay planes para una secuela también dirigida por Ang Lee. Ojalá permita
incrementar la credibilidad de la criatura verde, que todavía debe atravesar
unas cuantas etapas de experimentación.
Rodrigo Seijas
|