Hay un subgénero largamente instalado en Hollywood que llega a las salas
para esta época: el film de Navidad. Una larga lista de comedias y
melodramas destinados a "la familia" utilizan la fiesta navideña
para revisar estilos de vida, guiados por los principios del puritanismo y
del consabido american way of life, con el objetivo de que el mismo
siga vigente. Hasta el cine argentino lo cultivó: si la memoria no me
falla, Luis Sandrini se vio envuelto el dilemas como los que propuso Frank
Capra en ¡Qué bello es vivir!, o la reciente El Grinch. Es
justamente el film de Capra uno de los antecedentes de Hombre de familia:
en ambos, un hombre tiene la posibilidad de ver otra vida posible, diferente
a la que él ha construido. Este tema también se inscribe en otro
subgénero, el de las historias que muestran el otro camino que proponía el
destino, y que no se llegó a transitar.
El film abre con un momento de inflexión en la vida de una pareja: Jack
(Nicolas Cage) se despide en el aeropuerto de su novia Kate (Téa Leoni)
rumbo a Londres con una beca por un año. Ella, novel abogada, le pide que
se quede y la despose. El rehúsa, le declara amor eterno... y se va. La
clásica elección entre trabajo o familia ha sido hecha. Doce años
después, Jack es un triunfador: poderoso dueño de una compañía
financiera, vive solo en un lujoso departamento de la avenida más paqueta
de Nueva York, adonde caen las mujeres a ofrecérsele como a un Dios
del sexo. A punto de cerrar un negocio millonario que no respeta las
navidades, el azar lo lleva a entablar relación con un negro (Don Cheadle),
a quien Jack le manifiesta que posee todo lo que necesita. Esto suena a
desafío, y su nuevo amigo –que resulta ser un ángel negro, como
los del bolero–, le dará la posibilidad de dar un vistazo a lo que
podría haber sido su vida si no hubiera tomado aquel avión.
Así, como tocado por una varita mágica, Jack despierta en una casa
suburbana, padre de dos niños junto a Kate, abogada de indigentes, y se
descubre vendedor de gomas para autos y llevando la mediocre vida del americano
medio. Jack vive esta vida como una pesadilla, añora su cabalgata
empresarial triunfal y hará todo lo posible por recuperarla. Pero de a
poco, y como corresponde al arquetipo del subgénero, irá encontrándole el
encanto a esta otra vida, que se apoya esencialmente en la paternidad: sólo
lo vemos emocionado y gratificado frente a sus dos hijos, esos que en
realidad fueron engendrados por otro.
Ya hemos hablado en estas páginas sobre los tics de Nicolas Cage,
acostumbrado a volver una y otra vez sobre los mismos esquemas actorales: no
hay ninguna sorpresa en esta nueva labor, en la que hace su
personaje-no-violento. Mucho mejor está Téa Leoni, en otro de esos
personajes duales a los que aporta encanto y simpatía.
Lo "notable" del film es que ninguna de las dos vidas de Jack
parece la mejor, pero tampoco la peor: la crítica recae sobre ambas. No se
lo ve tan mal al yuppie en su penthouse del comienzo, cantando
ópera a todo pulmón, vital al elegir el atuendo del día entre los
innumerables trajes y camisas de su carísimo guardarropa. Tampoco se lo ve
infeliz en su poderosa oficina exquisitamente decorada, rodeado de empleados
que lo respetan, o al menos obedecen, ni al volante de su Ferrari. Pero
parece que nada de eso vale si no ha tenido esposa, hijos y, por supuesto,
un perro. En cambio, está obviamente incómodo en su sencilla casa de New
Jersey, dentro de una ropa horrible y barata, jugando al bowling o
flirteando con la esposa de un amigo. Ni siquiera el sexo se les da bien a
los esposos en esa casa; necesitan estar en Manhattan para que la cosa
funcione. Es decir que la crítica es engañosa, hipócrita, y resulta mucho
más corrosiva –a su pesar– cuando ataca las costumbres de la clase
media que cuando se las agarra con el ricachón. En este guión lleno de
agujeros lo único que se salva por completo es la "institución
familia".
Claro que cuando Jack se encariña con su rol de padre, y se enamora de
su extraordinaria esposa, reaparece el ángel negro –que a esta altura
parece realmente maligno– para anunciarle la esperada
"sorpresa". No la revelaremos aquí, aunque estamos seguros de que
usted ya se la imagina.