HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















HERENCIA DE SANGRE
(City By The Sea)

Estados Unidos, 2002


Dirigida por Michael Caton-Jones, con Robert De Niro, Frances McDormand, James Franco, William Forsythe, George Dzundza.



Vincent La Marca (Robert De Niro) es un oficial de policía que no descuella demasiado, pero como detective de homicidios trabaja bien. Divorciado hace largo rato, mantiene un affaire estable –sin mayores compromisos, ni pasiones– con su vecina del piso de abajo (Frances McDormand). Esta normalidad se quiebra cuando el principal sospechoso de un crimen que investiga resulta ser la persona menos esperada: Joey, su propio hijo adolescente.
Hete que Joey es un drogradicto bastante severo, condición que se relaciona –puede saberse rápidamente– con el hecho de que su padre, poco después del divorcio, lo abandonó.

Estas son las premisas y, como tales, dejan abiertas varias puertas. Por un lado el múltiple desafío de Vincent, que deberá ubicar a Joey (quien permanece prófugo) y resolver el caso haciendo honor al decálogo del buen policía... pero garantizando la vida del chico, cosa difícil habida cuenta que, poco después del primero, un segundo homicidio, que cobra la vida de un uniformado, también lo tiene como sospechoso principal. Por otro lado, el desafío de ambos: recuperar esa relación padre-hijo que ya parecía perdida para siempre. Lo que tenemos, pues, es un drama afectivo combinado con un policial. O si prefieren, un thriller dramático.

Lo interesante tiene que ver con la temática (estas vertientes de la problemática padre-hijo son poco menos que universales) y con la experiencia de contemplar cómo avanza en paralelo ese par de vidas en conflicto, que no establecen contacto físico por largos minutos pero están unidas por las circunstancias, por el montaje (alterno) y por el lazo familiar. Esta suerte de vínculo virtual entre Vincent y Joey es lo mejor de Herencia de sangre. Su gran problema es que abre demasiadas puertas. En este sentido, cabe apuntar que el padre del propio Vincent fue ejecutado en la década del '50 por haber secuestrado a un niño. Lo que implica que el policía carga con otras cruces: la idea obsesiva de integrar una "familia de asesinos" y la asignatura pendiente con su progenitor, que a su modo –ejecución mediante– también lo abandonó. Cualquiera puede comprender que cerrar todas estas cicatrices lleva años, muchos años... y al director Michael Caton-Jones y sus dos guionistas los ciento ocho minutos que dura el film les quedaron cortos. Todo entró, pero entró apretujado. Quiero decir que echaron mano de simplificaciones, golpes bajos y mecanismos inverosímiles.

El primer "click" de Vincent, por ejemplo, ocurre poco después que Gina –novia de su hijo– le hace una visita inesperada, que concluye con la exhortación lacónica: Be his dad (sé su padre). ¡Esta Gina está más plantada que las pruebas truchas de la maldita policía! Otro ejemplo: para Joey, la localidad de Key West es una especie de panacea mística: como si llegar allí, o escapar allí, equivaliese a su salvación. Esto no significa que el guión deba hacerle sostener, muy ridículamente por momentos, un mapita en el que dicha localidad –planos detalle de por medio– aparece resaltada (y cuando todo parezca pudrirse, Joey derramará granitos de arena sobre el mapa hasta tapar por completo la palabra "Key West"). Entre los excesos citaré dos: el obeso George Dzundza (compañero de patrulla del protagonista), que de tan "buenazo" parece que hubiera engordado otros diez kilos, y el estereotipado William Forsythe, uno de esos malos de una sola pieza, no muy bien torneada desde ya.

Joey Franco, en cambio, logra una interpretación muy potente como Joey, más allá de que el libreto lo haya conducido a unos cuantos bretes casi imposibles de superar (ese I Love You del final...). ¿Y De Niro? Siempre se lo disfruta, pero acá no ofrece absolutamente nada nuevo, nada particular. De su "química" con McDormand mejor no hablar, ya que es prácticamente inexistente: ella sólo está allí para nutrir un enésimo filón dramático por el lado de La Marca: su también postergado compromiso sentimental. A propósito: ¿les conté que además de padre abandónico supo ser marido pegador? Pero qué va: lo que no curan años de psicoanálisis lo cura Hollywood con uno de esos diálogos padre-hijo de tres minutos, plenos de dramatismo, mientras las balas zumban en derredor. Clímax que le dicen.

Guillermo Ravaschino      


Enviá tu crítica al Foro