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LOS FALSIFICADORES
(Die Fälscher)

Alemania-Austria, 2007


Dirigida por Stefan Ruzowitzky, con Karl Markovics, August Diehl, David Striesow, Martin Brambach, August Zirner, Sebastian Urzendowsky.



De La lista de Schindler para acá, ya son tres las películas sobre el Holocausto que ganaron el Oscar en menos de quince años: La vida es bella, El pianista y, en esta última entrega, Los falsificadores. Más allá de si fueron justas o no aquellas estatuillas, lo que tal vez deja en claro esto es que el Holocausto es un tema de tanta delicadeza, y que implica tanto respeto, que muchas veces atenta contra toda distancia critica. Nadie puede discutir la calidad de La lista de Schindler, una de las obras maestras de Steven Spielberg; pero la de Roberto Benigni es una película canalla, El pianista no esta ni por asomo entre lo mejor de Polanski, y la película que aquí nos convoca, sin dejar de ser correcta, probablemente permanezca en la memoria de los espectadores por muy poco tiempo. Es cierto, hubo otras que trataron el tema y que no lograron lauros ni trascendencia. Allí están El noveno día de Volker Schlöndorff, la inédita The Grey Zone dirigida por el actor Tim Blake Nelson, o telefilms como Insurrección de Jon Avnet. Pero también es cierto que varias de aquellas que apenas despegaron de la medianía y de lo televisivo, lograron ser sobrevaloradas por público, premios y buena parte de la critica. Digámoslo, el Holocausto, como otros temas de símil importancia, ha sabido ser una ayudita para que algunos realizadores consiguieran lo que no hubiesen conseguido de ninguna otra manera. ¿Acaso la Academia se hubiese amigado alguna vez con Polanski de no ser por esto?  O fíjense como le fue a Benigni cuando quiso repetir la formula de La vida es bella pero mudándose de contexto a Irak en ese esperpento titulado El tigre y la nieve. O mejor, alquilen en video Anatomia y vean en que andaba antes el director de Los falsificadores.

Ya que estábamos con El pianista, digamos que lo que cuenta Los falsificadores es muy parecido: la historia de judíos que sobrevivieron a los campos de concentración nazis gracias a un virtuoso desempeño de sus oficios. De hecho, el “tagline” de la de Roman es “Music was his pasión. Survival was his masterpiece” y el de la de Stefan Ruzowitzky es “It takes a clever man to make money, it takes a genious to stay alive”. Con la gran diferencia de que allí donde Polanski decidía narrar con una mirada distante y fría, Ruzowitsky opta por una mirada que nos coloca dentro del infierno mismo de la guerra. Su cámara sigue e imita gran parte  del tiempo el punto de vista de los protagonistas en los claustros de Auschwitz y Sachsenhausen y registra las miserias de estos lugares siempre desde lo que pueden capturar los ojos de sus criaturas, nunca reencuadrando de forma abyecta. Por eso todas las desgracias de los campos que se pueden percibir son las que pueden percibir también los personajes, y muchas de estas suceden fuera de cuadro. Como en una de las mejores escenas de la película, en la que los protagonistas oyen como ejecutan a un prisionero a través de una pared. Otra diferencia es que, mientras El Pianista se reducía a una historia de supervivencia, Los falsificadores pone en el centro otro tema: la dignidad humana. Sorowitsch y su grupo de colegas se debaten entre obedecer las ordenes nazis fabricando dinero apócrifo y contradecirlas, evitando así seguir financiando la guerra. Y es tal vez en esta ambiguedad que propone donde la película pierde bastante. Sorowitsch es un falsificador, un delincuente, y si bien tanto él como el resto de sus compañeros (la mayoría no criminales) nunca son condenados por esto, el director tampoco se “arriesga” a ponerse de lleno del lado de ellos. Razones por las cuales el film no logra una total empatia entre el espectador y los personajes y, por lo tanto, termina así perdiendo una buena carga de intensidad dramática. Esto se ve reflejado en la puesta en escena: hay más de un momento en que la cámara abandonará el punto de vista de los prisioneros para adoptar el de los soldados nazis, como así también para ubicarse en lugares neutros (en algunos casos, casi como increpando a sus protagonistas). ¿Acaso un delincuente como Sorowitsch no tenía el mismo derecho a vivir que cualquiera de los otros? ¿Acaso les quedaba otra opción a estos personajes más que seguir falsificando? ¿Acaso el director o nosotros mismos no hubiésemos hecho lo mismo en la situación que les tocó vivir?

Es por eso que, más allá de su corrección, Los falsificadores nunca se alza como una buena película de género (algo que también hubiera podido ser sin dejar de ser lo otro: una película respetuosa con el Holocausto y sus victimas). En Los falsificadores casi no hay tensión, aunque la muerte parezca inminente en cada tramo de la historia, porque no se nos involucra enteramente con los personajes, y porque no está lograda desde la puesta en escena. Así es que se pierde ser una buena película de suspenso como lo fue, por ejemplo, Infierno 17 de Billy Wilder con sus soldados prisioneros a merced del monstruo nazi. Y tratándose de un film sobre falsificadores, también desaprovecha la posibilidad de pronuncirse sobre el propio cine como falsificación misma (algo explorado por Orson Welles y algunos otros). En cambio, Stefan Ruzowitsky decide evitar riesgos y acudir al refugio de lugares seguros: lo verídico, lo ambiguo, el tema importante.

Juan Schmidt      

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