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LOS EXCENTRICOS TENEMBAUM
(The Royal Tenembaums)

Estados Unidos, 2001



Dirigida por Wes Anderson, con Gene Hackmann, Ben Stiller, Gwyneth Paltrow, Luke Wilson, Bill Murray, Anjelica Huston, Owen Wilson.



Los excéntricos Tenembaum es una comedia dramática inusual; una mezcla original de ingredientes más o menos conocidos.

Cuenta la historia de la familia Tenembaum, pero se concentra en una especie de tensión: la establecida entre el padre, llamado Royal, y el resto de los miembros del grupo. Porque el film de Wes Anderson (Rushmore) disecciona un vínculo, pero también las influencias recíprocas que se producen entre ese hombre y sus seres próximos a través de los años. En este sentido, cabe rescatar el título original, The Royal Tenembaums, que equivale a decir "Los Fulano de Tal". Este es un hombre poderosamente determinante y, cuando cambia, los otros cambian con él. Pero... ¿cambia realmente Royal? O en todo caso: ¿cuándo es qué cambia, y por qué?

La película está narrada en forma de capítulos, cual si recrease los episodios contenidos en un libro dedicado a la saga familiar. La introducción nos pinta claramente a Royal (Gene Hackman) como un marido y –en especial– un padre absolutamente desastroso. Siempre que puede se borra y, cuando no, dice presente para subestimar o despreciar, mediante exigencias mayúsculas, cualquier iniciativa de sus descendientes. Si una palabra definiera a Royal esa sería estafador... tanto en lo afectivo como en lo económico. Cabe apuntar ya mismo que los personajes están sólidamente definidos a partir del siguiente criterio: exageran los rasgos de personas que, más o menos descaricaturizadas, encontramos de a montones en el mundo real. De aquí provienen las risas y, cuando las cosas se ponen serias, de aquí proviene la emoción.

Los hijos son Margot (adoptada ella, interpretada por Gwyneth Paltrow), Chas (Ben Stiller) y Richie (Luke Wilson); la esposa es Etheline (Anjelica Huston). Para que se den una idea: siempre que presenta a Margot ante algún extraño, Royal antepone "mi hija adoptada"; cierta vez, jugando a la guerra con sus hijos pequeños, se le ocurrió imprimir realismo al simulacro perforando la mano de Chas con una bala de aire comprimido... ¡y eso que eran del mismo bando! Y así. Quiso el destino que esta influencia se tradujese en vidas más o menos infelices o frustradas... y excentricidades varias. Chas, ya de muy chico, hizo fortuna como gurú de las finanzas; Margot escribió soberbias piezas teatrales mientras le duró la inspiración; Richie fue capo del tenis hasta que un día, despechado por el casamiento de su hermana adoptiva (a la que en secreto amaba), se pinchó.

La inflexión, que es el motor del drama, se produce cuando Royal, hace ya tiempo separado de su esposa, finge un cáncer terminal para conmoverla y metérsele en la casa. Le quedan seis días, dice, y los pasará bajo su techo. Diversas circunstancias hacen que los hijos y el maduro pretendiente de la señora Tenembaum (Danny Glover) también confluyan en el inmueble. La unidad espacial, pues, se perfila como el terreno perfecto para que las furias y reproches fluyan, cosa que harán con profusión. También será el epicentro de unos cuantos replanteos obligados y, en esa medida, el sustrato del contradictorio –nunca lineal– renacimiento de varias almas.

No cuento más, sería interesante que la vieran. Digo sí que es una película típicamente de guión, y más que guión de libreto. Ahí está esencialmente el collage, ahí están otros puntos de inflexión, ahí están las bases de un interesante despliegue actoral (enriquecido por sutilezas, matices), ahí están los aciertos. No busquen mucho por otro lado, porque no lo van a encontrar.

Cabe destacar la notable cruza de texturas que concreta Anderson. Algo del genial Lester Burnham (Kevin Spacey) de Belleza americana renace en Royal, mientras que numerosas líneas de diálogo evocan las de Woody Allen. Otras instancias, ciertamente más disparatadas, y aun surrealistas, recuerdan a El milagro de P. Tinto (Javier Fesser, 1999), aunque acá están muchísimo más contextuadas. No es que Anderson copie a nadie; soy yo que cito para hacerme entender. Este realizador parece dueño de una voz propia que, intuyo, aún no ha dado sus mejores frutos.

El cinismo, que no podía estar ausente en un retrato de familia americano que se precie, no llega al extremo de –por caso– Felicidad (Todd Solondz, 1998) sino que es justo, matizado y, por lo tanto, digerible. Aguda y ácida, pero también piadosa, optimista al fin, es la mirada de Anderson. Y está bien que así sea.

Las actuaciones son un plato fuerte, ya que la naturaleza del proyecto, densamente dialogado, dejó mucho campo para la elaboración de cada cual. Y aprueban todos, aunque muy especialmente Hackman, que vuelve a brillar como uno de los mejores (¿diez, quince?) intérpretes del cine contemporáneo.

Guillermo Ravaschino     

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