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EL EFECTO MARIPOSA
(The Butterfly Effect)

Estados Unidos, 2004


Dirigida por Eric Bress y J. Mackye Gruber, con Ashton Kutcher, Amy Smart, Eric Stoltz, William Lee Scott, John Patrick Amedori.



Los amigos y conocidos que habían visto esta película me habían dicho que era mala, predecible y tediosa. Algo de razón tenían. El efecto mariposa es demasiado larga, pierde el ritmo al promediar, incluye uno que otro subrayado innecesario y su protagonista, Ashton Kutcher, es prácticamente un defecto con patas apenas superado en falta de carisma por el impresentable Ben Affleck. Si, pese a ello, El efecto mariposa no me parece un mal film debe ser por ciertos valores de su puesta en escena, y por una construcción temporal que genera sorpresas de una manera sencilla y efectiva.

La historia es la de un hombre llamado Ewan, con problemas psíquicos y una niñez tortuosa a cuestas, que encuentra la forma de volver al pasado y modificar hechos que vivió para cambiar su situación presente.

Como los directores parten de la premisa de que no hay un destino prefijado para nadie y que por ende distorsionar un pequeño hecho en el pasado puede cambiar todo el curso de la historia (el título, tal como se aclara al principio de la película, refiere justamente a una teoría del caos que dice que el aleteo de una mariposa puede generar desastres a nivel mundial), las modificaciones que Ewan ejecuta sobre su pasado pueden provocar, por caso, que él se quede en el presente sin brazos, o aparezca encarcelado, o vea a la mujer que ama convertida en puta (y a un delincuente en evangelista).

Parecería que la película cree que a la moral de los hombres, al bienestar y el malestar general, a los odios y los enamoramientos los provoca el azar, único Dios de los ateos. No son nuevas ni la idea ni la forma de exponerla; leer por ejemplo “El ruido de un trueno” de Bradbury, o ver Desafío al tiempo con Dennis Quaid (tienen el link al pie), o revisar ciertos episodios de “La dimensión desconocida”…

Las elecciones estéticas de los directores (que también son los guionistas) sí que son novedosas, o en todo caso interesantes: oportunos planos cenitales, sugestivos travellings laterales que dejan situaciones fuera de campo y la sabia decisión de dejar preguntas sin responder (algunas cosas en la película no terminan de cerrar y el “método” que utiliza Ewan para trasladarse al pasado es absoluta –y bienvenidamente– disparatado) logran aportar un clima verdaderamente onírico.

Si lo que Eric Bress y J. Mackye Gruber buscan generar es un efecto de sorpresa en el espectador, en la primera mitad de El efecto mariposa lo consiguen, y muchas veces con creces. Los cineastas privilegian los espacios claros (la mayor parte de la película transcurre de día), rodean a sus personajes de pocos y muy visibles objetos para que, en un momento dado y sin que medie anticipo alguno como ruidos, sombras o música de efecto, algo inesperado y por lo general bastante horrible les suceda. Otro resorte para generar sorpresa es la patología del protagonista.

Como Ewan sufre trastornos que le impiden saber lo que ocurrió entre una situación y otra (digamos entre que una persona lo saluda cordialmente… y lo empieza ahorcar), lo que hace el film es adoptar el punto de vista del personaje. Una decisión quizás arbitraria (de hecho, si el personaje no sufriera estos trastornos no se alteraría en nada el relato), pero eficaz. En el momento en que el protagonista supera esa enfermedad, dicho recurso es reemplazado por un sentimentalismo y un aliento trágico que vuelven más honesto al film, pero también más monótono. Y en la “moral cinematográfica”, lo primero es una virtud menor y lo segundo, un defecto mayor. Suerte que el sacrificio del final (uno de los momentos románticos del año) vuelve a acomodar las cosas, salvando al fin una resolución mediocre.

En fin: una película despareja pero simpática, sin demasiado prestigio ni publicidad de esa que nos vende cualquier cosa común y silvestre en un paquete “imperdible”. En medio de tanto Shreck 2, Harry Potter 3, Troya y demás “tanques” asolando el mundo, copando el mercado y haciendo daño a la distribución independiente (y no tanto), El efecto mariposa no deja de ser una excepción agradable.

Hernán Schell      

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