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LOS CUENTOS DEL TIMONEL

Argentina, 2001


Documental dirigido por Eduardo Montes Bradley
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Quienes hayan leído alguna vez una biografía, sabrán que no existe género más ameno y encantador. Cabe pensar que las biografías ahorran al lector la suspensión de la duda de la que habla Coleridge, pero parece injusto y rebuscado deducir que por esta facilidad nos resultan atractivas; mejor aceptar de una vez que somos chusmas, y que nos seduce comparar nuestras vidas con otras. Si la biografía habla de escritores, entonces la emoción es doble al tratar de descubrir en la realidad rastros de la ficción, y al repasar biografías de hombres de letras ilustres, nos damos cuenta que algunos supieron vivir para ser biografiados; tras leer las de Byron, Capote y Hemingway, por nombrar algunas, el lector encontrará inverosímil que alguna vez estos señores hayan malgastado su tiempo en escribir una palabra.

Otro cantar es la autobiografía, el confesar que hemos vivido, donde el que la suscribe elige lo que va a contar y cómo. Sin embargo, en el cine existen pocas autobiografías confesas, si hay alguna; casi todas fueron confesiones manipuladas luego por un director. Eduardo Montes Bradley, que ya había tomado a Borges y a Soriano para sus documentales y que pronto tomará a Cortázar, en esta cinta presenta un acercamiento a la vida de Osvaldo Bayer, el periodista, escritor, guionista e historiador argentino cuya obra más famosa es "La patagonia rebelde".

Bayer es un hombre que vivió para escribir, y que, sin embargo, vivió. El título del film hace referencia al trabajo de marinero timonel en el que Bayer se desempeñó a los diecisiete años y que, caminando barbudo y lento por las orillas del Rhin, confiesa añorar. El film, por suerte, no intenta comprender o analizar la obra de Bayer; si en algún momento lo hace, es sólo por medio de la descripción de algún acontecimiento, intercalada con oportunas imágenes de archivo. Las anécdotas son, cómo no, el plato fuerte de los fluidos circunloquios de Bayer. Tres son imperdibles: la que se refiere al encuentro con el Che, la metida de pata de Norman Briski, y el feliz error de Cortázar.

Mientras dialoga con la cámara, Bayer recorre bosques nevados, orillas y cementerios, con el leit motiv de una secuencia que termina en un primer plano del escritor, como interludio entre el relato de los exilios que debió soportar.

Quizás el mayor mérito de Bradley sea el barajar los años más difíciles de nuestra historia actual, los obvios en todos los films nacionales, para repartirlos frescos y vivos, todavía incógnitos e indescifrables, de la mano de Bayer, a los agradecidos espectadores.

Adrián Fares     


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