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CORONACION

Chile, 2000


Dirigida por Silvio Caiozzi, con Julio Jung, María Canepa, Adela Secall, Gabriela Medina, Jaime Vadell, Myriam Palacios.



El problema con este film es que su propuesta es vieja. Basado en la primera novela de José Donoso (1958), retrata la decadencia de la aristocracia chilena, lo que encierra un grave anacronismo ya que es bien sabido que la aristocracia es decadente. Muchos escritores hace cien años que vienen diciéndonos lo decadente que está, y la verdad que en el 2002 la idea de aristocracia, decadente o no, se ha quedado en el tiempo.

De hecho, los personajes de esta película son todos solitarios, viven en el pasado y sueñan con la bella vida que el lujo les negó. A partir de esta idea, empática, nostálgica, Coronación no termina diciendo ni criticando nada; al contrario, avala a esos personajes ya que los salva de su triste destino con redenciones de último momento. Dicho de otra forma, un terrateniente rodeado de sirvientes, que ignora el mundo que lo rodea porque básicamente no le importa, puede salvarse por su alma buena. Esta idea es esencialmente decadente –y de lo más conservadora–, con o sin aristocracia de por medio.

Parecería que lo que redime a estos ricachones con tristeza es su incurable melancolía, todo un lugar común entre los estancieros cultivados que la literatura se encargó de inventar. Será que de tanto hacer trabajar a otros se aburren en sus mansiones y, mientras hacen girar el hielo en sus vasos de whisky, se preguntan por los misterios del universo y por las vueltas de la vida.

Este planteo medio insostenible es Coronación. Prolija, detallista, la puesta en escena se convierte también en uno de esos personajes introspectivos y solemnes. Hay un intento de equilibrio (otro lugar común en este género clasista), y es la intrusión de personajes de la clase baja; simples, ignorantes, algunos de buen corazón y otros muy malos que roban y maltratan a sus hijos. Pero el equilibrio se pierde enseguida y la diferencia de clases se evidencia groseramente: el pobre vive por instinto; el rico sufre y filosofa sobre todo. Film crepuscular, carente de la ironía que el propio relato pedía a gritos, obliga a imaginar la mirada que otros directores –Buñuel o el mejor Chabrol, por ejemplo– hubieran posado sobre una historia así. Ellos sí se burlaron de lo que, sabían perfectamente, no valía la pena tomarse en serio: la clase alta y sus problemas.

Julián Monterroso     


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