Esta película de Frenkel es la mejor comedia argentina de las últimas
décadas, sin dejar por ello de ser un documental sobre el pasado de
Federación y el presente de Nueva Federación, la ciudad de Entre Ríos
trasladada a unos pocos kilómetros de su ubicación original en 1979 debido a
la construcción de la represa de Salto Grande.
Diseñado en base a
testimonios actuales de los habitantes y, en menor medida, a material de
archivo, el film se transforma en mucho más que una investigación objetiva
debido al uso del montaje, el casting y las intervenciones de la
cámara-director, que consiguen algunos de los mejores gags de la historia
cinematográfica nacional.
La película tiene un efecto innegable: hace reír y
mucho, para algunos quizá demasiado. Digo esto porque no son pocos los que
se preguntan si Frenkel –y con él los espectadores– no se ríe de sus
entrevistados en lugar de con ellos. El dilema no es menor, aunque en
mi opinión está saldado en favor del director. Frenkel no diseña situaciones
que ridiculizan a las personas filmadas, sino que registra las
particularidades muchas veces ridículas de las mismas, así como no tenía
empacho en convertir en el eje de su anterior película –Buscando a Reynols– a
un músico con síndrome de Down que vociferaba opiniones políticamente
incorrectas a cámara. En uno y otro caso, creo que asistimos al registro
fascinado de unas voluntades afirmándose desvergonzadamente sobre sí mismas
y lo que hace el director –mediante la edición, la filmación de silencios o
sus acotaciones– no es más que garantizar las condiciones para que esa
confianza se expanda hasta límites insospechados, no pocas veces incómodos
para todos los involucrados.
Marcos Vieytes
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