A lo largo de toda su
historia, el cine no ha cesado de tematizar la representación del
espectáculo. Esta puesta en abismo de su propia condición ha dado películas
inolvidables sobre el teatro, el circo, la televisión y el mismo cine. Basta
recordar Ser o no ser, Noche de circo o Bailando bajo la
lluvia, por citar tres títulos emblemáticos –o la reciente El aviador–
sobre la representación de la representación, y la lista es extensa.
El
húngaro Istvan Szabó ya había desarrollado el tema en Mefisto, donde
trabajaba el vínculo entre política y espectáculo, y en Encuentro con
Venus, una indagación estética sobre las tribulaciones del artista.
Vuelve sobre el asunto una vez más en esta adaptación de una obra de
Somerset Maugham llamada, justamente, Teatro, por tercera vez llevada
a la pantalla. Y el guionista es el mismo de la célebre El vestidor,
otro film clásico sobre el mundo de la escena.
Ambientada en la Londres de los años '30, tiene como protagonista absoluta a
una diva de las tablas que junto a su marido manejan teatro y compañía
propios, y en la cima de su carrera goza del fervor y adoración de su
numeroso público. Pero el éxito no evita que Julia se debata entre la
insatisfacción y el temor por su juventud perdida; cuando aparece un joven
admirador que la adula, decide vivir una aventura que la renueve con sangre
fresca. Cabe decir que su matrimonio funciona aceitadamente, como una
empresa, pero cada uno vive su propia vida amorosa, como parece haber sido
costumbre entre la élite intelectual londinense de la época. La felicidad no
dura y la situación se complica con la llegada de una rival joven y actriz
talentosa (aunque no nos lo parezca). Sí, mucho recuerda a La malvada,
pero en este caso, la venganza será fatal, gracias a la ayuda del espíritu
de su maestro (Michael Gambon), quien le recuerda a Julia que teatro y vida
están inexorablemente imbricados, que el mundo es un escenario y ella una
diosa sobre él.
Annette
Bening es una excelente actriz, y todo el (escaso) mérito del film recae en
su sonrisa y talento, bien secundada por un correcto Jeremy Irons y por
Juliet Stevenson. Pero ni ellos ni el humor farsesco que ayuda a sobrellevar
la película son suficientes. No se produce la química imprescindible entre
Bening y el joven Shaun Evans, la narración presenta un conjunto de lugares
comunes para una historia sin demasiadas sorpresas, y la del final conspira
contra el verosímil. Fue agradable reconocer la aparición fugaz, en la
figura de la tía de Julia, de Rita Tushingham, actriz de la época beat del
cine inglés.
Conociendo a Julia
fue proyectada en el Festival de Mar del Plata, y en el tema y la recreación
de época coincidió con De-Lovely, sobre vida y obra de Cole Porter.
Incluso su música se oye aquí. Este parece un film realizado fuera de época,
y que confirma qué maravillosa es La malvada.
Para ver
tomando una taza de té con tarta tibia de manzanas (seguramente más
gratificantes).
Josefina Sartora
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