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CONFESIONES DE UNA MENTE PELIGROSA
(Confessions Of A Dangerous Mind)

Estados Unidos, 2002


Dirigida por George Clooney, con Sam Rockwell, Drew Barrymore, Julia Roberts, George Clooney, Rutger Hauer, Maggie Gyllenhaal, Kristen Wilson, Jennifer Hall.



Hay mucho para escribir acerca de Confesiones de una mente peligrosa, el film que marca la primera vez de George Clooney como director. Aunque tal vez lo más importante sea aclarar, desde ahora, que se trata de un film ambicioso. Y no estoy señalando un defecto, sino una virtud. Pese a que el mismísimo Clooney anda comentando por ahí que no es la dirección lo que más le interesa en este negocio, después de ver su opera prima queda claro que podrá volver a ponerse tras la cámara sin temor al ridículo.

Confesiones... narra la increíble historia (autobiográfica) de Charles Hirsch Barris, aquel célebre productor televisivo que, durante los años sesenta, innovó las grillas de programación estadounidenses al mismo tiempo que cometía asesinatos como agente de la CIA.

“La vida me sonrió... por un instante”, afirma ni bien comienza el relato un Chuck Barris resucitado en la Nueva York de 1981. Y es que, al principio, Barris se divierte coqueteando con el glamour de sus dos mundos. Uno le sirve como coartada para cumplir discretamente con sus patrióticas misiones, y el otro le sirve para escapar, cuando lo necesita, de las frustraciones y presiones de su vida.

Sin embargo, en algún punto difuso, entre que aprende a matar con sangre fría y que su fama crece con nombre propio entre los odios y los amores del público y la industria de la época, todo se sale de control. Barris es arrastrado por la fuerza centrífuga de la doble vida que él mismo se inventó, y camina borracho por la cornisa que lo separa de la locura.

Sam Rockwell (Los ángeles de Charly, Celebrity) es el encargado de interpretar al personaje principal. Rockwell hace con la actuación lo mismo que Clooney con la dirección: se tira de cabeza. Se disuelve en su rol. Y el resultado es un Chuck Barris genial, lleno de matices, de tics, de expresiones que potencian al máximo lo que hay de cínico y de conmovedor en el guión escrito por Charlie Kaufman (¿Quieres ser John Malkovich?).

Drew Barrymore, Julia Roberts y el propio George Clooney encarnan al resto de los personajes. Barrymore (como Penny) y Roberts (como Patricia) son las mujeres de Barris, una por cada mundo. En su interpretación, Barrymore no pierde ni su candor ni su dulzura, pero ya no juega a ser una nena tardía e inocente. Es la mujer que acompaña a Barris todo el camino, la que lo sufre, y la que intenta rescatarlo. Roberts, por su parte, aparece más glamorosa y elegante que nunca: una viuda negra del recontraespionaje. Tremenda.

Clooney se reservó el papel de Jim Byrd, el agente de la CIA que recluta a Barris y se convierte en su único contacto. Clooney y Rockwell también trabajaron juntos en Bienvenidos a Collinwood, film próximo a estrenarse en la Argentina y que, al igual que Confesiones de una mente peligrosa y Lejos del Paraíso, cuenta con la producción de Steven Soderbergh.

Como director –ayudado por la ironía y los golpes de efecto del guión de Kaufman– Clooney arriesga constantemente en su búsqueda estética. Arriesga (y gana) al reconstruir los mundos que Barris recorrió, cuando por momentos nos sumerge en una atmósfera tan pesada y sombría, tan llena de sobretodos oscuros y callejones desiertos, que logra casi drogarnos y hacernos creer que la pantalla no es otra cosa que un cómic enorme y en movimiento. Arriesga y vuelve a ganar al acercarse al documental, intercalando entrevistas actuales en el relato de la historia. Pero, sobre todo, Clooney arriesga y gana al reconstruir una época en la cual la Guerra Fría dividía al mundo entre buenos y malos, y en la que la televisión moderna recién estaba naciendo.

En este sentido, el film es casi una experiencia educativa que nos demuestra que no hay nada nuevo bajo el sol: recrea “The Dating Game” embrión del moderno “Cupido” de Much Music–, juego en el que una señorita tiene que elegir su cita entre tres caballeros a los cuales no puede ver, y que tiene a Brad Pitt y Matt Damon como tristes perdedores. También aparece “The Gong Show”, el programa que Barris condujo y que demostró que los Estados Unidos estaban llenos de americanos dispuestos a hacer el ridículo por cinco minutos de fama en televisión.

Es verdad que, por momentos, la película pierde todo sentido del ritmo. Es entonces cuando lo que era una secuencia atrapante se transforma, de pronto, en una escena que aburre y estorba. Pero, aun así, vale la pena verla.

Analía Crivello      


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