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LOS CHICOS DE MI VIDA
(Riding In Cars With Boys)

Estados Unidos, 2001


Dirigida por
Penny Marshall, con Drew Barrymore, Steve Zahn, Adam García, Brittany Murphy, James Woods, Lorraine Bracco.



Para quienes solemos elegir películas de acuerdo a quienes las firman, Los chicos de mi vida podía despertar varias sospechas. Dirigida por la hermana de Garry (el de Mujer Bonita y Novia Fugitiva) y producida por el edulcorado James L. Brooks, sólo la presencia de Drew Barrymore acaparaba una mínima esperanza.

Pero, tomando una frase futbolera que suelo repetir con mis amigos cada vez que un resultado nos sorprende –por ejemplo el triste campeonato de Racing–, "el cine es así, puede pasar cualquier cosa".

No nos olvidemos que fuera del cine Brooks produce Los Simpson. Y Penny, bueno, parece que finalmente se independizó: hizo una película humilde, querible y desconectada de los cánones de Hollywood que su hermano tan bien representa.

La película, basada en una novela autobiográfica, cuenta la vida de Beverly desde su infancia hasta su madurez como madre. A través de permanentes flashbacks, la historia de Bev es narrada según la consigna de que son cuatro o cinco días a lo largo del tiempo los que marcan la vida de una persona para siempre. De esta manera, recorreremos los infortunios amorosos, familiares, estudiantiles y laborales de Bev. Porque muy bien a la chica no le va. Producto del conservadurismo de su padre policía (James Woods), Bev tiene que encontrarse con los chicos a espaldas de casa, lo que la lleva a cometer un pequeño desliz: quedar embarazada de un muchacho no muy lúcido que digamos. Nuevamente por presiones de papá, la pobre Bev debe abandonar su sueño de ir a estudiar a New York y convertirse en escritora (talento no le faltaba). En cambio, se casa con la peor boda que yo recuerde y comienza la crianza de su primer hijo a regañadientes.

Ahora bien, lo más sorprendente del film es el relato sincero de la relación madre-hijo, mostrando claramente y sin trazos gruesos la negación de Bev a aceptar su destino. El solo verla fumar con la panza hinchada a más no poder es un ejemplo de la transgresión que comete Marshall, que jamás juzga a la protagonista. Los constantes descuidos maternales de Bev no la transforman en un monstruo, sino que describen la lucha interna no resuelta de Bev por su independencia.

El relato se mantiene sin fisuras y sorprende el cuidado en el delineamiento de los personajes, que jamás se alejan de su propia lógica. Drew Barrymore está perfecta y la acompaña un buen elenco, con Steve Zahn y Brittany Murphy (esposo y mejor amiga) a la cabeza. Demás está decir que James Woods cumple con dignidad su pequeño papel.

¿Por qué –se preguntarán– no estamos recomendando este film calurosamente? Más allá de algunos retratos estereotipados de la adolescencia y la juventud, lo que aquí resta es la duración.

A ver, cómo decirlo: en manos de un especialista, esta ligera y honesta comedia dramática hubiera durado, a lo sumo, una hora y cincuenta minutos; en los garfios de un productor amante de estatuillas doradas, se hubiera transformado en una épica lucha contra el destino de, con suerte, dos horas y media de extensión. Imagino a Marshall y Brooks –uno de cada bando, tras varias discusiones– sacando la cuenta y diciendo: "ma' sí, la hacemo de dos horas diez, y listo".

Resultado: al film le sobran veinte minutos, dispersos a lo largo del relato, lo que implica que, dos o tres veces, la platea se distraerá mirando la hora o estirándose en la butaca.

Ramiro Villani     


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