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AU3 (AUTOPISTA CENTRAL)

Argentina, 2010


Largometraje documental dirigido por Alejandro Hartmann.



Una de las poco recordadas ignominias de la dictadura militar asesina que gobernó este país entre 1976 y 1983 es la autopista que nombra a este documental: sobre el final de ese período el régimen expulsó de sus hogares a cientos de familias porteñas a lo largo de una traza de varios kilómetros, para demoler esas viviendas y levantar en su lugar la AU3 o Autopista Central. El proyecto del tristemente célebre Osvaldo Cacciatore, intendente de Buenos Aires por aquellos años, nunca llegó a concretarse, pero muchas casas fueron demolidas, obligando a los expropiados, que habían sido indemnizados con montos ridículamente bajos, a ir en busca de viviendas mucho más modestas, a veces en el Gran Buenos Aires, cuando no a quedar directamente en situación de calle. Con el tiempo, los baldíos y las casas destruidas a medias se fueron convirtiendo en el botín de unos cuantos actores sociales en disputa: familias de bajos recursos que llegaron –y algunos expropiados que retornaron– para quedarse en calidad de okupas; "vecinos bien", por ejemplo de Belgrano R, que nunca vieron con buenos ojos semejante degeneración (léase: desmonetización) de sus respectivos barrios; funcionarios de distintos gobiernos democráticos que lejos resolver el tema lo han venido estirando, y en algunos casos agravando...

El documental de Alejandro Hartmann tiene una genealogía extraña, que él mismo, en el diálogo con los espectadores que se estableció al finalizar la proyección, detalló. Durante mucho tiempo lo fascinó el paisaje: aquella inquietante geografía conformada por los restos de edificaciones, graffitis, murales y otras cicatrices fragmentadas de la vida previa; aquellas gigantescas máquinas viales (protagonistas de esta historia en diferentes épocas, y no sólo bajo Cacciatore) que cual impíos monstruos parecen capaces de tirar abajo cualquier cosa que se les ponga delante. Esto podría haber dado lugar a un (excelente) documental poético, pero con el tiempo Hartmann fue ganado por la idea de meterse en un paisaje muy otro, que es el caldo social del conflicto que describíamos más arriba.

El resultado es un film que tiene poco del documental poético que no llegó a ser (algunas muy buenas y sugestivas imágenes), y mucho del documental social convencional, o si se quiere clásico, en el que las "cabezas parlantes" que comunican su opinión a cámara son las que llevan adelante el relato. Esto no esta mal ni bien; es una elección formal entre otras posibles, y en la ocasión se apoya en un importante trabajo de investigación y producción que le da voz a los actores sociales que habíamos enumerado. Han de saber ustedes que ninguno de ellos ha quedado conforme: el Estado (hoy con Mauricio Macri a la cabeza) porque todavía no consigue expulsar a la chusma de la traza para lotearla a precios internacionales, dando lugar a un nuevo negociado inmobiliario; los okupas porque nadie les ofrece una salida digna, que sería en todo caso –como mínimo– una vivienda digna; los vecinos de pretendida sangre azul porque tienen que seguir conviviendo con esos otros que, además de no ser de su estirpe, le bajan el precio a sus bienes raíces. El film da cuenta de este malestar multipolar... pero a la vez parece condenarse a meramente transmitirlo, transferirlo, contagiárselo al espectador.

Esta película genera una mezcla bastante fuerte de angustia e impotencia que tiene que ver con el criterio, o con la falta de un criterio, para ordenar y seleccionar las voces. Funcionarios correctamente repugnantes, "soldados de Belgano R" y vecinos brutamente discriminadores, a los que el entrevistador no repregunta ni confronta casi nunca, obtienen el mismo tiempo (y lo que es más importante, el mismo trato) que expropiados y okupas. Yo sé, también se nota, que Hartmann no se identifica exactamente con los funcionarios ni con los discriminadores. ¿Pero qué razón había para darle a tanta gente tan abominable toda esa "vidriera", todo ese tiempo de pantalla? En el film, y para el film, todos parecen estar en el mismo plano. (La excepción que confirma la regla es el testimonio de un joven ex pibe chorro y presidiario, que suena tan desgarrador, emotivo, sincero, tan fuerte en suma, que se impone solo y funciona como un pequeño drama por derecho propio.)

A mirar este escenario ayuda el inesperado curso que adoptó la charla posterior a la proyección, al fin y al cabo mucho más viva, movida y reveladora que las habituales. Cierta mujer entrevistada por el film que se encontraba en la sala (creo que preside una sociedad de fomento) le cuestionó a Hartmann haber reducido el conflicto, convirtiéndolo en una especie de "Belgrano R vs. okupas" que deja afuera nada menos que a todos los demás vecinos o propietarios de clase media que no son refractarios, sino solidarios, con los de clase baja. Algo de eso hay: se ven pocos solidarios y durante muy poco tiempo. Pero la respuesta que a la objeción dio el director es la que arroja verdadera luz. Hartmann contó que él mismo fue habitante de "la traza" durante años, y que le costó tomar distancia porque se sentía tironeado por las posiciones entre las que se polarizaba el conflicto: por un lado no quería ver personas expulsadas de sus hogares, pero tampoco le simpatizaba que todas esas almas de escasos recursos se instalasen justamente allí, frente a sus narices, en su propio barrio. Bajo esta luz, el documental poético nonato perfilaba la promesa de una fuga hacia el terreno de la sublimación. El documental social ante el que finalmente estamos también acusa una fuga, pero otra: la "clase media" que le falta a AU3 es en realidad la persona, la mirada, del propio Hartmann. Que si se hubiese definido o inclinado claramente hacia alguno de los campos en conflicto, habría ordenado y jerarquizado de otro modo el material. Que aun sin definirse, podría haber optado por mostrarse en su contradicción, en su impotencia, en su angustia de partícipe, colocando su propio cuerpo, convirtiendo su propia y tironeada voz en otro personaje más, acaso el principal, de este relato. Pero no lo hizo.

Guillermo Ravaschino      


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