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AQUEL MARTES DESPUES DE NAVIDAD
(Marti, dupa craciun)

Rumania, 2010



Dirigida por Radu Muntean, con Mimi Branescu, Mirela Oprisor, Maria Popistasu, Sasa Paul Szel.



Este admirable drama sentimental rumano fluye con la naturalidad que le confieren las interpretaciones (atinado primer premio compartido para sus dos principales actrices en el 25º festival de Mar del Plata), combinadas con un guión muy inquietante y con una puesta en escena en la que nada se ha librado al azar.

Paul anda cerca de los 40 años, goza de un buen pasar y tiene una esposa y una hijita con las que parece haber conformado algo parecido a la familia ideal. Sin embargo, o tal vez por eso (ya lo veremos luego), también tiene una amante diez años más joven, con la que llegará a plantearse emprender una vida nueva, blanqueando la relación y enfrentando una separación en regla.

El director Radu Muntean contó que quiso trasladar al film la sensación que uno tendría si espiase dentro de las casas de ciertas personas porque, según él, "la intimidad de pareja puede ser más cautivante que una buena película de acción". Una idea inteligente, que quizás Ingmar Bergman, más que ningún otro, llevó "hasta sus últimas consecuencias" en 1973, con su genial Escenas de la vida conyugal (qué cosa buena son estas películas, que valen por buenas pero más valen aun por todos esos diálogos y puentes que proponen. Hablando de dialogar: si todavía no vieron aquel film de Bergman, corran a verlo). Volviendo a Muntean, digamos que alcanzó su propósito. Aquel martes después de Navidad es un auténtico "drama de acción y suspenso", y las encomiables actuaciones han sido la llave para la impronta realista que dicha premisa reclamaba. Gracias a esas actuaciones las delicias y los horrores del amor infiel se van contando por sí solos, mediante gestos precisos y sutiles que a menudo van a contrapelo de lo que las palabras dicen (lo cual aporta una bienvenida cuota de tensión adicional). Y cualquier espectador está invitado a identificarse, a involucrarse.

Esta es una historia que trabaja sobre los matices: no es que Paul haya dejado de querer a su esposa, sino que algo, simplemente (complejamente), no le cierra; no es que pretenda hacerle daño a ella y a su amante, mucho menos a su hija, pero las expondrá a situaciones respectivamente dolorosas e incómodas. La secuencia en el consultorio del dentista, donde los cuatro personajes confluyen imprevistamente, es una espléndida lección de cómo elaborar un clima crecientemente espeso, tenso, típico de un thriller. El trabajo actoral allí también es la clave de toda una estructura de planos próximos, cercanos, que se sostienen largamente en el tiempo: cada ambiente o decorado, por lo general, se resuelve en un único, duradero plano que afianza y profundiza la intimidad del espectador con el personaje o los personajes que dominan la pantalla. Por este lado el film evoca a la formidable Extraños en el paraíso (Stranger than Paradise, 1984), en la que Jim Jarmusch elevó el concepto de "una secuencia=un plano" a alturas insospechadas. Y cuando cierta confesión terrible hiera de muerte la armonía conyugal asistiremos a un plano tan interminable, íntimo y angustiante que parece el correlato sentimental, también en tiempo real, de aquella violación que tanto dio que hablar de Irreversible (Gaspar Noé, 2002).

Aquel martes... abreva en el mejor cine rumano de tiempos recientes y, lejos de ocultarlo, lo agradece. Por eso hace reaparecer a Dragos Bucur, protagonista de Policía, adjetivo (Corneliu Porumboiu, 2009), en un personaje diferente que, sin embargo, vuelve a llamarse Cristi. Y aquella aparente felicidad que pronto se desvanece, o se revela falsa, remeda el admirable drama rodado en 1985 por la talentosa Agnés Varda, quien decidió darle justamente ese nombre: La felicidad (Le bonheur). Aquí, como allí, una filosa idea parece avivar el fuego, y es la que invita –nunca de manera explícita– a enlazar "familia tipo", "pareja estable" y otros ideales socialmente impuestos con unas relaciones entre las personas que terminan convirtiéndose en cáscaras vacías, órganos muertos. O en el mejor de los casos, condenados.

Guillermo Ravaschino      


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