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ADIOS QUERIDA LUNA

Argentina, 2005


Dirigida por Fernando Spiner, con Alejandra Flechner, Gabriel Goity, Alejandro Urdapilleta, Horacio Fontova, Claudio Rissi.



La historia de estos tres astronautas argentinos que parten desde la base espacial Temperley a bordo del Estanislao, con el objetivo secreto de dispararle a la luna para restablecer el clima terrestre, y quedan varados en el espacio permanece, también como película, en un lugar indefinido y errante. Es cierto que Sergio Bizzio –dramaturgo de la obra original y uno de los guionistas de esta versión fílmica– ha hecho del desplazamiento semántico y la mutación genérica una marca de estilo literaria personal y fértil, pero al menos en sus novelas eso no suele impedir la identificación del lector con los avatares de la trama ni el goce estético de la misma, casi siempre por la vía del humor. En la película, en cambio, esto no sucede seguido ni tan fluidamente.

Con todo, hay unos cuantos hallazgos dignos de mención: las económicas pero funcionales imágenes alla Carpenter del exterior de la nave y del espacio que prologan la película; los estimulantes efectos sonoros que remiten al más artesanal cine clase B; la introspección traumática del comandante Delgado (Gabriel Goity); el mismo comandante orbitando alrededor de la nave durante media película; y muy especialmente, los veinticinco minutos de contaminación estilística que coinciden con el traspaso del punto de vista desde los hombres a la subcomandante Rodulfo (Alejandra Flechner), e incluyen a una especie de vampiro extraterrestre, un número musical anacrónico y efectos visuales deliberadamente rudimentarios pero efectivos.

Lo que pasa es que aun estos méritos terminan jugándole en contra. Teniendo en cuenta la afición del cineasta Fernando Spiner por la ciencia ficción (recordemos que es el director de La sonámbula) y la más que aceptable puesta en escena espacial exterior a la nave, a uno le queda la segura de sensación de que podría –y puede– filmarse una buena película de género si se desea hacerlo. Optar por subvertir y parodiar un género como este en un país que nunca lo produjo parece, al menos, una decisión inconsistente. Como si se subestimara un esquema narrativo por el sólo hecho de saber que el cine argentino no cuenta con el presupuesto necesario para filmarlo suntuosamente, cuando lo único que se necesita es un guión que disponga las fórmulas genéricas con prolijidad e imaginación.

Me dirán entonces que la intención no fue burlarse de un género sino de ciertos defectos típicamente nacionales. Peor para la película y para el cine argentino todo. El altarcito de la virgen de Luján puede hacernos sonreír por la contradicción entre ciencia y superstición –y porque no está subrayado por la cámara–, pero que la clave para regresar a la Tierra de una nave argentina sea Miami, o que sólo puedan hacerlo impulsándose a puteadas acaban por ser nada más que viñetas costumbristas, recursos tan pobres como aquellos defectos que se quiere criticar. Porque en esos momentos la película no se toma en serio y refiere directamente a elementos que están afuera de la historia y no dentro de ella, lo que impide al espectador consustanciarse definitivamente con la obra. Esta desconfianza –o desprecio– por la capacidad narrativa cinematográfica obliga al exhibicionismo de los actores, el giro hacia el grotesco y el chiste fácil, todo lo cual puede estar relacionado con el teatro, el sainete o la televisión pero tiene poco que ver con el cine.

Marcos Vieytes      


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