HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















CINEISMO en Chicago 2003: Reportaje a Tsai Ming-Liang


Agua va


Uno de los títulos sobresalientes del 39º Festival Internacional de Cine de Chicago realizado en octubre de 2003 fue, sin lugar a dudas, Goodbye Dragon Inn, la última realización del director malayo Tsai Ming-Liang, quien desde 1977 vive y filma en Taipei, Taiwan. El film ganó el tercer premio en la competencia oficial, una sección en la que años antes había conquistado el primero con El agujero.

Fiel a su preferencia por concentrarse en filmar los espacios, Tsai Ming-Liang eligió el ámbito de un viejo cine próximo a cerrar, y que en su última función al público presenta Dragon Inn, un clásico de artes marciales realizado por King Hu en 1996. De ese espacio que ha conocido épocas de gloria se vale el director para reflejar la melancolía de un modo de vida que está terminando. Hoy el lugar es refugio de solitarios, nostálgicos, fantasmas de tiempos pasados y homosexuales en busca de amor. La acción está reducida al mínimo, al igual que los personajes, y durante los primeros 45 minutos nadie dice una palabra. Tampoco hay música, tan sólo se oye el sonido directo, característico de un director devoto del realismo: el ruido de la lluvia incesante, el lento andar de una joven coja, el sonido del film dentro del film, que también tiene muy pocos diálogos. Filmada casi en tiempo real, la película empieza con la proyección de Dragon Inn, y termina pocos minutos después de su final, cuando el edificio queda totalmente vacío. En su transcurso, vemos historias apenas sugeridas, insinuadas, entre el público y empleados del teatro que dibujan una danza de constantes desencuentros. La narración de lo (poco) que sucede en la sala de cine, en largas, hermosas tomas fijas, rigurosas, en las que se siente el flujo del tiempo, se monta en paralelo contrastante con la acción violenta y heroica del film que se está proyectando. Nuevamente en el cine de Tsai Ming-Liang, encontramos la incomunicación, la soledad, la nostalgia, la imposibilidad del amor.

Al finalizar la proyección de Goodbye Dragon Inn, el cineasta se prestó al debate con el público que colmaba la sala. Es un hombre muy calmo, que parece más joven de lo que es –nació en 1957– y en el diálogo con los presentes se mostró humilde y sincero. “No me gusta que me pidan significados para mis films: lo que está allí, es eso.” Bastó que me le acercara al finalizar la presentación de su película para que me citara para una charla informal al día siguiente.

Pocas horas antes de que se anunciara su premio, en el bar de su hotel compartimos un café y un agradable diálogo gracias a la mediación de su traductora, una joven china estudiante en Chicago. TML tiene una mirada afable y franca, y mientras conversa conserva a mano su pulsera de cuentas, a la que recurre mientras piensa una respuesta. Recuerda su visita a Buenos Aires, en ocasión del Festival de Cine Independiente de 2000, y confiesa desconocer las razones por las que su anteúltima creación, ¿Qué hora es allí? –una de las películas más admirables que vi en 2002–, aún no se ha estrenado en Argentina.

–En Goodbye Dragon Inn vemos llover persistentemente a través de las ventanas. Una vez más, la presencia recurrente del agua en sus películas, que recuerda tanto a su admirado Tarkovski. ¿El agua es para usted un motivo visual, o proviene del hecho de que llueve mucho en Taiwan?
–Taiwán es una isla, y allí llueve muchísimo, lo cual es un motivo de preocupación, pero a veces no llueve, y entonces también nos preocupamos. La lluvia es un tema siempre presente para los taiwaneses. Claro que el agua como elemento no tiene un solo significado simbólico sino varios: miedo, consuelo y amor.

–En sus películas se la encuentra relacionada también con la enfermedad y la locura.
–Justamente, eso representa el miedo para mí. El agua es incontrolable, como lo es el tiempo en la cultura china. A veces incluso utilizamos el agua para describir el tiempo: corre como él. Generalmente pienso que mis actores son como plantas: necesitan agua, necesitan amor. Por eso siempre aparecen tomando agua en mis películas. Me preocupa que se sequen si no lo hacen. Me gusta mucho el tratamiento del agua que hace Tarkovski, es muy hermoso. Es como la mano de una madre. Pero no sé cómo diferenciar nuestros films. En todo caso, considero el agua como un elemento necesario.

–¿Sus planos tan largos son una respuesta a la velocidad actual o al uso de la cámara en mano?
–Las tomas largas crean una cierta atmósfera, donde priman la emoción y el sentimiento, mientras que la velocidad crea presión. Deseo que no se sienta la presencia de la cámara. En muchas películas podemos ver la cámara, vemos a los actores actuar para una cámara que los está filmando. Justamente eso es lo que yo no quiero.

–Se ha comparado su relación con su actor, Lee Kang-sheng, con la que unía a Truffaut con Jean-Pierre Léaud: ambos actores funcionan como una suerte de alter ego de los directores, y son personajes a seguir en varios films. ¿Lo siente verdaderamente así; es su homenaje a Truffaut? (En ¿Qué hora es allí? Léaud actúa en un rol secundario.)
–No sólo Truffaut tenía su actor favorito: Fassbinder, Ozu y otros japoneses estaban interesados en trabajar siempre con los mismos actores. Pero claro, Truffaut es el paradigma. La diferencia conmigo es que yo no hago una autobiografía. Lee es tal vez una mitad de mí. Estoy interesado en observar el personaje, su expresión, su cara, sus reacciones.

–¿Le da libertad?
–No exactamente. Sólo en condiciones precisas, mis personajes tienen un margen de libertad. Por ejemplo: doy determinada dirección, y ellos están libres para desarrollar el diálogo. Yo nunca he escrito un diálogo en mis guiones. Los conozco, pero no quiero escribirlos, porque creo que los diálogos deben ser creados por los propios actores, a su propia manera.

–¿Cuál era su interés particular en Dragon Inn?
–La audiencia china siempre ha amado las películas de artes marciales, así como la americana se divierte con los westerns. Esas películas tuvieron su época dorada en los años ‘50, ‘60 y ‘70. Tanto en Taiwan como en Hong Kong la audiencia era exclusivamente masculina. Cuando era chico, vi 200, 300 o más películas, y entre ellas, Dragon Inn era la más especial, la vi a los once años. Su actor, King Hu, era muy popular, y este film batió los records de taquilla. Es una realización de alta calidad realmente, eleva el nivel de las artes marciales en el cine. La narración se basa en un hecho histórico y el vestuario y la actuación son resultado de una investigación muy seria. Las acciones y la actuación provienen de la ópera china y los actores se parecen a los de la ópera. Nunca se ve sangre, y las escenas de lucha son muy hermosas. Los personajes son muy reales, de manera diferente al resto. Por ejemplo, comen como lo hace una persona real. Los americanos filman la acción de manera parecida a nuestros films de artes marciales, pero no me gustan porque no son reales. El protagonista es un hombre solitario, que resuelve un problema y se va. Por todas esas razones elegí Dragon Inn, y este es mi tributo.

–¿Por qué eligió un rol tan breve como el del proyectorista para Lee Kang-sheng?
–Fue su propia elección. El sugirió qué actor debía interpretar el papel del espectador japonés y prefirió para sí el del proyectorista. Y yo también prefería que interpretara ese papel. En realidad, el verdadero protagonista de este film es la sala cinematográfica. Además, Lee estaba preparando la dirección de un nuevo film. El primero que realizó como director, The Missing, fue premiado como el mejor film en el Festival de Pusan (Corea) y yo soy su productor. Somos como una familia: el chico que aparece en Goodbye Dragon Inn es sobrino de Lee y yo soy su padrino, y el viejo que lo acompaña es Miao Ten, el actor de El río. Y por fin, los dos viejos que se encuentran al terminar la proyección son los actores que luchan en Dragon Inn, para ambos aquel era su primer film.

Josefina Sartora     

ARTICULOS RELACIONADOS:
   >Balance del Festival de Chicago 2003
   >Nota de cierre