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EL VERANO DE KIKUJIRO
(Kikujiro)

Japón, 1999


Dirigida y protagonizada por Takeshi Kitano, con Yusuke Sekiguchi, Yuko Daike, Kayoko Kishimoto, Kazuko Yoshiyuiki.



Una música primaveral, aunque muy nostalgiosa (como de primaveras viejas), envuelve al comienzo de El verano de Kikujiro, el film más cercano a la comedia de todos los de Takeshi Kitano que pudieron verse por aquí. Y no es que sea demasiado cómico. La nostalgia, sin ir más lejos, es mucho más que un dato de la música, y planea permanentemente sobre las imágenes. Pero el film está surcado de gags, o sketches, y el policial, ese otro género con el que se identifica desde siempre a este japonés, es como un guiño que se cuela cada tanto en la comedia. Al revés de lo que ocurre en sus otras películas.

Kikujiro –tal su título original– también es una road-movie, en la que un chico que se va haciendo grande se lanza a la ruta con un grande que parece un chico (ambos en la foto). El primero es Masao (Yusuke Sekiguchi), un niño de nueve años cuyo padre ha muerto, y que no se resigna a ser un huérfano completo. Sabe que su madre vive, aunque muy lejos, y nada lo entusiasma más que partir en su búsqueda. El segundo es Kikujiro, una variante del famoso personaje que Takeshi, Beat para los amigos, viene paseando por sus películas. Una variante extrema, se diría, ya que la comedia dramática le permite desatar del todo a esa especie de payaso tragicómico que le conocíamos, y al que el thriller obligaba a mantener una cuota mínima de compostura. No es el caso. Kikujiro camina como un oso borrachín, anda siempre ensimismado, se relaciona con el mundo sobre la base de un humor agresivo. Y no hace excepciones con los niños. Si acompaña a Masao es porque su esposa se lo solicitó. O tal vez, claro, porque en algún costado de su corazón palpitan el cariño y el afecto que sus caras y sus gestos –incluyendo sus ya proverbiales tics– niegan.

El resultado es desparejo.

Los chistes se apoyan mayormente en el menoscabo de los personajes que se cruzan en el camino de nuestra dupla. Los hay pelados, gordos, viejos, tontos, y Kikujiro los agarra por ahí, adjetivando, mofándose, insultando. "Pelado, tu cabeza me encandila", le dice a uno a poco de iniciado el relato, en un estadio de carreras de bicicletas que es lo más parecido a los hipódromos de nuestras pampas. Y hace reír. ¿Pero cuánto puede durar la complicidad con esta clase de burlas? Cierto es que una fresca rebeldía las acompaña: amén de mofarse del prójimo, Kikujiro transgrede todas y cada una de las normas que se le presentan. Pisa el césped, hurta en tiendas, deja cuentas sin pagar, se roba un taxi al que apenas consigue hacer avanzar unos metros. Como si fuese un niño... pero no lo es (Beat cuenta ya 52 abriles). De aquí surge aquella nostalgia que de tanto en tanto se apodera de la narración, siempre acunada por los acordes melancólicos. Volviendo a los chistes, algunos se desgastan por lo reiterados y otros, por lo indiscriminados. Es gracioso que Takeshi se ponga a pescar pececitos de colores en el estanque de un hotel cinco estrellas; que le robe el sandwich a un obrero, no tanto.

La presencia de Kitano en Kikujiro no es menos esencial que en cualquiera de sus otros films, aunque por momentos resulta opresiva, casi excluyente. Obturando a la del chico (Yusuke Sekiguchi no está nada mal) y al resto de los personajes, entre los cuales destaca un par de motoqueros muy simpáticos (que si no fueran orientales parecerían transplantados de alguna película de Alex de la Iglesia). Lástima que unos y otros deban agacharse tanto, y tantas veces, para potenciar las ocurrencias del protagonista.

Guillermo Ravaschino      

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