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CUENTO DE OTOÑO
(Conte D'Automne)

Francia, 1998



Dirigida por Eric Rohmer, con Marie Rivière, Béatrice Romand, Alain Libolt, Didier Sandre, Alexia Portal, Yves Alcais, Matthieu Davette.



Pasaron doce años de El rayo verde, que fue su único film comercialmente estrenado en la Argentina. Y más de cuatro décadas desde que el hombre, hoy octogenario, empezó a filmar. Pero Eric Rohmer sigue siendo el mismo. Cuento de otoño, con la que cierra la serie "Cuentos de las cuatro estaciones", iniciada en 1990, trasunta el realismo y la caligrafía que lo desvelaron desde siempre. Que lo hicieron célebre y discutido. Lo que llama la atención es que sigue siendo célebre... pero ya nadie lo discute. ¿Signo de los tiempos? ¿Pragmatismo finisecular? ¿Conformismos que el cine mundial, cada vez más flojo e impersonal, supo conquistar con el paso de los años?

Dios sabrá. En cualquier caso, no voy a ser la excepción. Este cuento de Rohmer está deliciosamente narrado, y no hace falta contarse entre sus fanáticos para disfrutarlo. Transcurre en la campiña francesa, más precisamente en una zona de viñedos. Allí viven Magali (Béatrice Romand), que heredó una pequeña plantación, e Isabelle (Marie Rivière), que vive con su marido hace 24 años. Son dos cuarentonas vitales, atractivas. Magali es viuda y, aunque le cuesta reconocerlo, está muy sola. Se queja de que no hay hombres para ella, aunque la verdad es que no plantea condiciones caprichosas ni imposibles. Lo cierto es que no hay muchos hombres a la redonda, y ella no se decide a salir a buscar. ¿Pero para qué están las amigas? Isabelle publica un aviso sentimental por cuenta y orden de Magali. Y cuando pica el primer candidato, sigue con el juego. ¿Cómo y cuándo le pondrá fin?

El candidato en cuestión está animado por Alain Libolt mediante un trabajo memorable: Gérald es sereno, ingenuo, inteligente, insuperablemente tierno, absolutamente transparente. Y por supuesto, creíble. Es decir, lo más parecido a un antídoto contra el cinismo de tantos héroes y antihéroes del cine contemporáneo. Al realismo de Rohmer tal vez haya que ponerlo entre comillas. La cuestión no es si existen o no existen los tipos como Gérald (yo estoy seguro que sí). Rohmer, en todo caso, los quiere así. La transparencia y la generosidad de Gérald no son un dato realista como una contagiosa –y muy emotiva– expresión de deseos. Un interés del realizador.

Una cuestión significativa es que aunque la historia transcurre en provincias, los personajes piensan y hablan como cualquier miembro de la clase media urbana. Con lo que Cuento de otoño se parece a la invitación a pasar un día de campo intercambiando infidencias, pensando en voz alta los problemas del amor. Más allá del aviso clasificado, que es algo así como la pimienta o el disparador de la trama, las tribulaciones de Isabelle y Magali cubren un amplio arco de problemáticas amorosas, que una atractiva galería de personajes secundarios (encabezada por sus respectivos hijos) extiende en un sentido generacional. El mérito de Rohmer es mucho menos "filosófico" y más narrativo de lo que se dice por ahí. Pasa por el inusitado rigor con que se atiene a escribir y a exponer las conversaciones, los actos y los no actos de sus criaturas. Filma –monta– sin apuros, ya que tampoco los tienen sus personajes. Pero no incluye planos redundantes, minutos de sobra ni roles descolgados. Gran observador, preciso calígrafo, los cuentos que Rohmer cuenta fueron contados muchas veces. Pocas, muy pocas, con el rigor que exhibe aquí. Eso es lo que permite palpitarlos como si fueran propios.

Guillermo Ravaschino     

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