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LAS CONFESIONES DEL DR. SACHS
(La Maladie De Sachs)

Francia, 1999


Dirigida por Michel Deville, con Albert Dupontel, Valerie Dreville, Marie-France Santon, Marianne Groves, Dominique Reymond.



Basada en los escritos de un médico acerca de la práctica de su profesión nos llega la última, inteligente película de Michel Deville, un realizador sutil y poco exhibido en la Argentina, a quien se le acaba de hacer justicia con un ciclo de revisión en la sala Leopoldo Lugones.

El film presenta una serie ágil de viñetas sobre la actividad del médico en un pueblo de Francia. En una estructura episódica y de índole descriptiva, asistimos a la presentación de los habitantes del pueblo y de la actividad del médico en el consultorio, mientras se va construyendo la imagen que de él tienen sus pacientes y vecinos, a través de sus propios registros. Sachs es un solitario heredero de Hipócrates. Su ética médica no tiene la aprobación del colega más experimentado, envidioso porque aquél no traiciona sus ideales, ni del farmacéutico del pueblo, a causa de su reticencia a recetar medicamentos. Pasa el día en su consultorio, o visitando a sus pacientes, o en el hospital, donde realiza abortos. Podría decirse que es éste un film sobre la ética y sobre la función social, casi religiosa, que cumple Sachs como arquetipo.

Al mismo tiempo, hay una actualización del proceso de producción del texto: cada noche el protagonista escribe sus impresiones, las anotaciones que dieron origen al film, o las vuelca en un pequeño grabador cuando maneja. Reflexión sobre la tarea creativa, que excede lo específico de la profesión de la salud.

La película tiene momentos excelentes, de profunda humanidad, testimonios de la empatía entre médico y pacientes: el cuidado que brinda a la anciana preocupada por la suerte de su hijo, enfermo mental; el amor que se prodiga una pareja de viejos al final de su vida; el sabio tratamiento que practica Sachs a madre e hija, enfrentadas por insalvables diferencias generacionales. En todo está presente la referencia comunicacional del médico, escucha comprensivo, paño de lágrimas, enunciador del límite. El por su parte, se aparta del modelo para vivir una evolución personal que lo pondrá en contacto con su propia afectividad postergada.

La estructura es cíclica, forzosamente fragmentaria; cada momento tiene su propia tensión, y su propio narrador: a veces es el soliloquio de un paciente, otras un diálogo con el médico, otras las observaciones de Sachs, interpretado por el excelente Albert Dupontel. Concebida como una unidad, cada secuencia está en ocasiones plasmada en un solo plano, que lleva de manera fluida a la escena siguiente. En La lectora Deville había concebido una estructura similar, con otra serie de episodios que conformaban el mundo de la protagonista. Esta película estupenda se desliza de un modo tranquilo, intimista, y es más cálida que la mayor parte del cine francés de este género. La extraordinaria música de Jean-Fery Rebel parece su mejor expresión sonora.

Encontramos en esta obra ciertas resonancias de La humanidad, el film de Bruno Dumont: detrás de su intelectualidad, se siente a flor de piel el amor al ser humano.

Josefina Sartora     

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