Basada en los escritos de un médico
acerca de la práctica de su profesión nos llega la última, inteligente
película de Michel Deville, un realizador sutil y poco exhibido en la
Argentina, a quien se le acaba de hacer justicia con un ciclo de revisión
en la sala Leopoldo Lugones.
El film presenta una serie ágil de viñetas sobre la actividad del
médico en un pueblo de Francia. En una estructura episódica y de índole
descriptiva, asistimos a la presentación de los habitantes del pueblo y
de la actividad del médico en el consultorio, mientras se va construyendo
la imagen que de él tienen sus pacientes y vecinos, a través de sus
propios registros. Sachs es un solitario heredero de Hipócrates. Su
ética médica no tiene la aprobación del colega más experimentado,
envidioso porque aquél no traiciona sus ideales, ni del farmacéutico del
pueblo, a causa de su reticencia a recetar medicamentos. Pasa el día en
su consultorio, o visitando a sus pacientes, o en el hospital, donde
realiza abortos. Podría decirse que es éste un film sobre la ética y
sobre la función social, casi religiosa, que cumple Sachs como arquetipo.
Al mismo tiempo, hay una actualización del proceso de producción del
texto: cada noche el protagonista escribe sus impresiones, las anotaciones
que dieron origen al film, o las vuelca en un pequeño grabador cuando
maneja. Reflexión sobre la tarea creativa, que excede lo específico de
la profesión de la salud.
La película tiene momentos excelentes, de profunda humanidad,
testimonios de la empatía entre médico y pacientes: el cuidado que
brinda a la anciana preocupada por la suerte de su hijo, enfermo mental;
el amor que se prodiga una pareja de viejos al final de su vida; el sabio
tratamiento que practica Sachs a madre e hija, enfrentadas por insalvables
diferencias generacionales. En todo está presente la referencia
comunicacional del médico, escucha comprensivo, paño de lágrimas,
enunciador del límite. El por su parte, se aparta del modelo para vivir
una evolución personal que lo pondrá en contacto con su propia
afectividad postergada.
La estructura es cíclica, forzosamente fragmentaria; cada momento
tiene su propia tensión, y su propio narrador: a veces es el soliloquio
de un paciente, otras un diálogo con el médico, otras las observaciones
de Sachs, interpretado por el excelente Albert Dupontel. Concebida como
una unidad, cada secuencia está en ocasiones plasmada en un solo plano,
que lleva de manera fluida a la escena siguiente. En La lectora
Deville había concebido una estructura similar, con otra serie de
episodios que conformaban el mundo de la protagonista. Esta película
estupenda se desliza de un modo tranquilo, intimista, y es más cálida
que la mayor parte del cine francés de este género. La extraordinaria
música de Jean-Fery Rebel parece su mejor expresión sonora.
Encontramos en esta obra ciertas resonancias de La humanidad, el
film de Bruno Dumont: detrás de su intelectualidad, se siente a flor de
piel el amor al ser humano.