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Más grande que el cine



Podría decirse que el martes 11 de septiembre de 2001 los efectos especiales invadieron el mundo.

También vinieron a demoler uno de los más famosos malentendidos que circulan sobre el cine. Ese de cuño estadounidense que reza: Larger than life ("Más grande que la vida"). Esta pavada, mayormente invocada para ensalzar al cine hollywoodiano, se ha derrumbado tan estrepitosamente como las torres gemelas de Manhattan. Lo del 11 de septiembre fue filmado con muy bajo presupuesto, improvisadamente, sin retomas ni iluminación especial. Pero es real, y su impacto supera a mil largometrajes de cine catástrofe.

Por lo demás, nadie debería creer que a los guionistas y productores de Hollywood no se les hubiese podido ocurrir algo así. Lo que pasa es que en los Estados Unidos hay muchas cosas que no pueden hacerse, ni siquiera en las películas, y esta es una de ellas.

Es muy posible que sí, que a Hollywood esto se le haya ocurrido antes. No un ataque contra los Estados Unidos en tanto "líderes del mundo" (como los de tanta invasión extraterrestre, incluyendo a Día de la independencia), ni una masacre genéricamente despreciable por sesgar miles de vidas inocentes. No. Estoy hablando del más espectacular y simbólico acto de terrorismo... contra el imperialismo yanqui. Aquí no cayó la Estatua de la Libertad ni el Lincoln Center. Aquí cayeron (y es una de las pocas cosas sensatas que se dijeron y escribieron) los más contundentes símbolos del poder financiero y militar del capitalismo de nuestros días. De la meneada globalización. De la voluntad omnímoda, intocable, ante la que sólo cabe la resignación universal. Aquí se puso en jaque a la expresión de la fuerza bruta de las armas y el dinero, razones últimas de la aldea global. Se lo hizo a pura sangre, a puro fuego, es decir en su mismo idioma, y en su propio terreno.

La verdad es que Hollywood jamás se permitiría montar un espectáculo de semejante poder metafórico.

Por un lado porque es mucho menos execrable (no para mí, para ti o para aquel, sino objetivamente) que cualquiera de las otras variantes. Es decir: al mismo componente Muerte, estos atentados lo combinan con un componente político que figura entre los más genuinos y potentes. En este sentido la destrucción de las torres gemelas y el Pentágono es un acto tan racional, y hasta occidental, como la Guerra del Golfo emprendida por la Fuerza Aérea yanqui contra Saddam Hussein: otro gran símbolo, el de las tiranías bestiales en las antípodas. Esos aviones sembraron 100 mil cadáveres; estos, entre 5 mil y 10 mil. Pero si de contar muertos se trata, otros aviones del imperio vienen dejando muchos otros miles en diversos rincones del planeta. Hablo de vidas inocentes, de civiles tan civiles como los del World Trade. Los más de ellos, en los últimos años, habitantes de lo que se denomina mundo árabe. Mucho más amplio, e inocente si cabe, es el reguero de cadáveres que esparcen las odiosas y famosas recetas fondomonetaristas con su secuela de concentración de capital, desocupación, desnutrición, desprotección y hambre. Esas recetas que aplican, y de ser necesario con sangre las aplican, los últimos orejones del tarro burocrático mundial, esos que están ya prestos –de puro coherentes nomás– a reforzar la retaguardia de la nueva cruzada imperial. En Argentina los hay de a miles y el más famoso, yo no diría exitoso, gusta que lo llamen don Fernando de la Rúa.

Osama Bin Laden puede ser un tipo monstruoso. Pero hay otro ente mucho más monstruoso y es el Estado que lo armó, lo entrenó y lo financió para que echara a los rusos de Afganistán. O sea, los Estados Unidos de Norteamérica. O hablando en metáfora: el Pentágono y el World Trade Center. La condición de ex pupilo y aliado de la CIA de Bin Laden es una de las grandes y sencillas verdades que las cadenas de televisión yanqui, que con la CNN a la cabeza deben ser el conglomerado comunicacional más integrado a un Estado desde la época de Goebbels, esconden miserablemente a sus espectadores. La otra cosa que le vienen escamoteando a la población local y foránea es la exhibición de cadáveres. En el caso de Irak, porque son cómplices de la masacre: la CNN borró a las víctimas para diluir la escala humana de la catástrofe desatada por los bombardeos. (Dicho sea de paso, contra otro monstruo made by USA, ya que Hussein había sido socio y amigo toda vez que resultaba útil para masacrar a Irán). En el caso de Manhattan, si fuera por pudor o compasión sería comprensible.

La otra razón por la que Hollywood nunca lo habría hecho es porque hubiese podido dar ideas a los terroristas reales. La paradoja es que aunque los objetivos se les ocurrieron a ellos solitos, muchas otras ideas (básicamente las enormes y multifacéticas "ventajas" de secuestrar aviones repletos de pasajeros) es muy posible que las hayan tomado o enriquecido a partir del cine de acción hollywoodiano, típicamente yanqui. Que en la última década, para variar, privilegió a los fundamentalistas-musulmanes-árabes (¿hay alguna distinción para el "ciudadano americano medio"?) a la hora de repartir los roles de villanos.

La segunda paradoja es que mientras los malos se valieron del cine hollywoodiano para sus planes, los buenos de la película no lo aprovecharon para nada. Cero prevención, o casi cero, poca o nula inversión en seguridad aeronáutica on board. "El capital es el límite del capital", dijo cierto barbudo que no era talibán, ni musulmán, y tenía toda la razón. El capitalismo yanqui no costeó la seguridad aeronáutica que se merecía la población estadounidense porque eso hubiera bajado drásticamente los márgenes de ganancia de las compañías aéreas yanquis. Muchas de esas compañías ahora también se están yendo a pique.

Imposible predecir qué ocurrirá en las próximas horas, los próximos días, los próximos meses. La guerra ha sido declarada, pero no se sabe bien a quién. Los buques han zarpado, pero no se sabe bien adónde.

Guillermo Ravaschino, martes 18 de septiembre de 2001