Se sabe que las instituciones del Estado suelen serlo del gobierno de turno;
no debería sorprender, pues, que el Bafici se haya convertido en un
festival de derechas. Lo que llama la atención es el punto, el grado
de derechismo que alcanzó en esta, su decimocuarta edición. Esa
cuestión de grado explica que el fenómeno haya sido percibido por una
heterogénea, no pequeña, cantidad de espectadores, estudiantes de cine y
críticos a los que el festival macrista irritó de variados modos. El
paso al costado de Sergio Wolf, director artístico durante toda la etapa
Pro, y el hecho de que su partida haya sido anunciada inmediatamente después
de la finalización del evento podrían ser consecuencias de lo extendido de
esa percepción, de esa irritación. (Ya se comunicó que su reemplazante será
el periodista Marcelo Panozzo, de quien se dijo que ama el rock, entre
otras cualidades que se descuentan nodales para el cargo de marras. Ahora
habrá que hacer lo que un detective le sugería a Cliff Robertson en Obsesión:
esperar lo mejor, y prepararse para lo peor.)
Pero...
¿por dónde pasa el derechismo del 14º Bafici? Muchos repudiaron la actitud y
las acciones intimidatorias de unos men in black que parecían
vigilantes de la División Fornida de la Metropolitana haciendo horas extra
en los rincones más inapropiados del Hoyts. Narices de lo más diversas
olieron una mezcla rancia: la de los intereses de la principal empresa de
enseñanza de cine con unos criterios de programación que medirían con una
vara a los candidatos de la FUC y con otra, menos generosa, al resto. Otros
señalaron que no por casualidad al ministro de Cultura porteño, Hernán
Lombardi, se le da
tan bien presidir ceremonias junto al director del festi, mientras que
en otras circunstancias se le da tan mal, habida cuenta del escaso
afecto que desde el campo cultural le prodigan. Hubo reacciones, en fin, contra el
esponsoreo a mansalva, ese que tiñe a los premios más importantes con los
nombres de compañías a las que el cine independiente les importa un belín...
¿será tal esponsoreo imprescindible para cubrir un exiguo
presupuesto festivalero? Pues el exiguo presupuesto, en un evento
sociocultural de este porte, no es otra cosa que un rasgo derechista.
Algo de
todo aquello hubo (¿algo no hubo, acaso, de todo aquello?). También hubo,
entre medio millar de títulos, algunos buenos films de esos que
nunca faltan. Pero corrió la sensación de que esta ha sido una de las
ediciones más flojamente programadas desde 1999, año en que comenzó esta
historia. Y es
allí, esencialmente allí, donde su derechismo reluce. Este Bafici promueve
una modalidad del cine que podríamos denominar portfolio: un cine que
no se aboca a narrar historias (aunque las toma, como mal menor, y hace de
cuenta que las narra), sino que se postula como vidriera de ciertas
aptitudes profesionales que confluyen en la materialización de las
películas: buena iluminación, buena toma de sonido, buen trabajo de cámara. ¿Qué más podría desear "el cine",
en cuanto negocio publicitario, ficcional o documental, que tener a su
disposición a profesionales capaces de esas correcciones técnicas? Si
para muestra basta un botón, presento dos. Igual si llueve, desde la
competencia argentina de largometrajes, invierte más de una hora en contar
la historia de dos pibes que van al río... ¡y no les pasa naranja! O sea: no
cuenta ninguna historia (más cuenta, por caso, "Juan y Pinchame"), pero
parece decir: "estoy hecha por unos tipos que podrían hilvanar
prolijamente cualquier relato audiovisual... ¡contrátenlos!".
Tormenta, que hace lo mismo pero en menos tiempo (su título lo dice
todo: muestra nomás que se viene una de esas), fue recompensada con el
pasaporte a la competencia local de cortos. Claro que podríamos ensayar otra
lectura, y considerar que estas películas nos están diciendo, pura y
brutalmente, que no hay ninguna historia que contar. Por cierto que también
es eso lo que hacen, pero eso se parece demasiado al consabido "fin de la
Historia" que ya no propaga casi nadie. Y tiene todos los ingredientes de una proclama
reaccionaria: la que invita a revivir los tiempos de los hermanos Lumière.
Con tecnología de punta, claro está, y vuelta de tuerca desfavorable,
porque los hermanos testimoniaban todo mientras que el cine portfolio simula
testimoniar nada. Un festival de cine que postula a esta clase de no-cine
para los premios grandes, además de acogerlo y desperdigarlo por muchos
otros rincones de su inflacionada programación, muestra que perdió la
brújula.
Ahora les
propongo una de terror realista: imaginen cinco años más de Macri
para Buenos Aires y otros tantos para un Bafici cuya evolución ideal, a
partir de su momento actual (digo momento en sentido cinemático:
peso, dirección, velocidad), lo transforma en la bolsa de trabajo a la que
acude el Mainstream para seleccionar la mano de obra profesionalmente
apta, y artísticamente desahuciada, necesaria para convertir en realidad sus
bodrios rutilantes. La buena fama del profesionalismo
criollo logra que se arrimen al Hoyts los capitanes de Hollywood, para posar
la lupa
y
optimizar así su selección de personal (nuestros matones de negro se sentirán menos
solos, porque los yanquis traerán sus propios patovicas y los pondrán a
patrullar los pasillos del shopping). El cine portfolio
Pro se fusiona conceptualmente con el compre cine
nacional K para enchufarle cine argentino al mundo mediante un trámite
asombroso: la exportación de cineastas argentinos independientes. Esto
naturalmente provoca una sangría de recursos humanos (los independientes
exportados exitosamente sin solución de continuidad) y la consiguiente
necesidad de formar constantemente nuevas camadas... ya saben cuál será la
escuela que se hará felizmente cargo de entrenarlas y cobrar las
cuotas. Por si fuera poco, quienes preconizan un cine
argentino "popular y profesional" celebrarán a lo pavote (¿no son acaso
populares y profesionales los tanques de Hollywood?), los que lo quieren
profesional a secas se darán por satisfechos, y los que lo reclaman
provocador a como sea bailarán en una pata. "Clarín" contento, "La
Nación" contenta, Antín contento, y lo más
importante: la Ciudad y la Nación habrán cerrado al fin su lastimoso y prolongado
enfrentamiento gracias a los baficidólares (vía retenciones a la
exportación de independientes) que aportarán cuantiosa caja para ambas
bandas. No queda claro si Cristina seguirá de presi y Macri de alcalde, o
viceversa. El
resto de Argentina, en cualquier caso, seguirá cagándose de frío y hambre, pero
qué quieren: nunca se puede conformar a todos. Ay, me olvidaba: se montará
también un Mini Bafici offshore... ¡para beneplácito de los kelpers!
Este paisaje explica que el mayor debate despertado por la presente edición del
Bafici no girase en torno de ninguna película programada sino de una que quedó
afuera, descartada por el festival: Tierra de los padres, del ex
colaborador de este sitio Nicolás Prividera. Y aunque aún no he podido
verla, sospecho que la ola de indignación suscitada por su rechazo no tiene
tanto que ver con los valores intrínsecos de la película como con el
festival de miserias que hemos ido recorriendo.
Abordamos puntualmente
varias decenas de películas. Vean los links al pie.
Guillermo Ravaschino
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