SELECCION
OFICIAL INTERNACIONAL
Alamar (México, 2009. Dirigida por
Pedro González-Rubio). Un hombre y una mujer se conocen. Ella es italiana,
él es mexicano. Tienen un hijo y tiempo después el amor acaba. Ella quiere
regresar a su hogar cansada de la aventura de vivir casi en las fronteras de
la civilización. Y el pequeño debe estar con su madre. Pero antes de partir a
Europa pasará un tiempo (corto) con su padre y su abuelo; esa experiencia
es lo que relatará esta docuficción. Lo que uno en principio temía como
posibilidad cierta de un planteo que contuviera la eterna lucha entre
civilización y barbarie se diluye prontamente en una cámara que sólo busca
registrar una cotidianidad distinta, los quehaceres y labores de unos
hombres que viven en medio de uno de los más grandes arrecifes de coral, en
una casa-isla, pescando como oficio y razón de ser, construyéndose en la
soledad y la naturaleza. Un aprendizaje que no busca educar ni convencer al
neófito, un padre que ama a su hijo pero no lo quiere a su
imagen y semejanza. No hay reclamos ni cariños desmedidos (hay reto cuando
se lo cree preciso y atención en el peligro y la herida). No se reafirma el
clan ni el género. Hay naturalidad y la emoción se cuela sinceramente.
Un ave
aparece en escena y se convierte en personaje importante de la trama; en ese
acercarse lentamente pero sin miedos hacia el hombre uno podría leer algo de
la relación padre-hijo que se plantea central. Hay una
sensibilidad distinta, un no temor a mostrar los afectos que nos hace intuir
que algo se ha construido en esos días, algo inolvidable. Javier Luzi
Police,
Adjective (Rumania, 2009. Dirigida por Corneliu Porumboiu).
Hay dos películas en Police, Adjective. Una remite a la excelente
ópera prima del realizador (Bucarest 12:08),
y propone una comedia
que
se
sostiene exitosamente
en el cruce entre
un policía
y el sistema burocrático con el que debe
lidiar diariamente en su trabajo. Aquí el director desnuda con agudeza los
distintos comportamientos al interior de la institución policial y el uso
del lenguaje como herramienta de poder (de ahí el enigmático título).
Lamentablemente, la mayor parte del metraje se la lleva la otra
película,
aparentemente influiada por las
"necesidades festivaleras"
de
tedio y deambular errante. El protagonista debe seguir contra su voluntad a
un muchacho sospechado de dealer, y a Porumboiu no se le ocurre mejor idea
que filmarlo casi en tiempo real, persiguiéndolo lentamente de aquí para
allá, esperándolo a la salida del colegio o en la puerta de la casa. Es el
fin del cine como relato sintético, metafórico, narrativo. Para contarnos la
inutilidad de su tarea, el director decide hacérnosla sufrir en carne
propia, de principio a fin: mostrarnos la realidad...
negando al cine
como representación. No necesita creatividad para eso, sólo una cámara
movediza o un plano fijo interminable (al parecer las dos
grandes
opciones
estéticas en auge en el cine independiente actual). Por supuesto que el
mensaje se comprende a los dos minutos y el resto se torna insoportable.
Alguna vez Antonioni dijo que hacía películas aburridas para expresar el
aburrimiento;
Porumboiu parece habérselo tomado demasiado en serio. Con la
misma literalidad con la que sigue a un policía siguiendo a un sospechoso.
Ramiro Villani
Cuchillo de palo
(España-Paraguay, 2010. Dirigida por Renate Costa).
La directora de este film cuenta
su propia historia familiar y desentraña, a la vez, una madeja que pinta a
un país y a su gente. “Asunción es una ciudad de espalda al río”, dice
Renate Costa en el comienzo de este documental duro y emotivo, “y yo vengo
siempre al río a darle la espalda a la ciudad”. Y está todo dicho. El tío
Rodolfo muere. Solo. Lo encuentran desnudo, en su casa a la que pocos,
poquísimos tenían acceso. Pueblo chico, infierno grande. Y Paraguay aún hoy
es un pueblo chico o por lo menos así se maneja. “Yo no me quiero imaginar
nada”, “yo no te puedo explicar”, “no suelo preguntarme”, “a casi todos
ellos los matan así”. Ellos son los homosexuales. Renate parece
querer desarmar esa idea de su familia de que el tío murió de tristeza, él,
justamente, a quien ella recuerda siempre alegre. Pero no estamos ante un
policial en primera persona que busca encontrar un culpable, sino ante un
film que busca develar la culpabilidad que todos tienen por las
conductas, las hipocresías, los silencios, los prejuicios que han sostenido
y avalado.
En su
padre, la realizadora consigue un testimonio que no es más que el epítome de
la sociedad paraguaya. Lentamente la historia familiar de ocultamientos y
vergüenzas demuestra la imbricación que lo social y lo político tienen en
ella. La dictadura de Alfredo Stroessner y la religión católica se convierten en la
columna vertebral del prejuicio social, el dedo acusador y la fuerza
represiva que delimitan lo permitido y lo no, lo normal y lo que no lo es.
Pero seleccionando (el hijo del dictador y los amigos del poder son borrados
del libelo). El "caso Palmieri” (la desaparición y posterior asesinato de un
adolescente en 1982) se vuelve emblemático y de aquella lista de 108
homosexuales de 1959 se pasa a hojas y hojas de nombres, direcciones,
profesiones, listados que se fotocopian y reparten por toda la ciudad.
Secretos a voces que denigran, lastiman, exilian y acaban matando. Aún hoy no
hay direcciones con el número 108, ni habitaciones en los hoteles, ni chapas
de automóviles, ni celulares. No se quiere ver, no se quiere reconocer, se
teme.
Renate
aparece en pantalla de costado, de perfil, casi saliendo del cuadro, pero
está. En silencio, preguntando, replicando, no pudiendo entender que es lo
que sucedió, por qué un hombre puede hacerle tanto mal a otro hombre. “¡Qué
difícil es mostrar esta lista sin volver a hacer daño!”, dice. Y en esa
observación, en las dudas, en las palabras que se le atragantan sin poder
salir, en los testimonios que recogió, en la elección de darle voz a los que
han sido acallados durante mucho tiempo hay una fuerza inexpugnable. Y una
emoción que traspasa la pantalla y nos interpela sin miramientos.
Javier Luzi
Les Beaux Gosses
(Los bellos niños. Francia, 2009. Dirigida por Riad Sattouf).
Les Beaux Gosses
es la versión francesa de
Supercool de Greg Mottola. Por suerte, no es la versión “afrancesada” de
Supercool: ninguna de las taras de la producción francesa “de arte”
está presente en esta comedia adolescente (que no púber). Claro que hay
diferencias con respecto a su par americana, en especial la aparición de la
generación de los padres y de las identidades étnicas, tan presentes en el
cine francés sobre estudiantes secundarios como las excelentes Juegos de
amor esquivo de Abdellatif Kechiche y Entre los muros de Laurent
Cantet. Hervé y Camel son dos adolescentes que buscan desesperadamente
“ponerla”. Claro que, en el fondo, lo de “ponerla” es una pose, un
imperativo masculino ineludible, y lo que realmente quieren es dar el primer
beso. Formar parte del grupo de los “nerds” no los ayuda mucho en su
objetivo, pero para fortuna de Hervé, a una de las chicas populares, Aurore,
parece gustarle. En su cosmovisión “nerd” una cosa así es impensable, por lo
que su frustración inicial se transforma en escepticismo y torpeza de
inexperto. Hasta que ella lo besa. Si por algo vale la pena Les Beaux
Gosses es por contener lo que probablemente sea el primer beso más
sincero jamás filmado: el cuerpo de Hervé tensionado, temblando del pavor
que representa una experiencia tan nueva (y placentera) como aquella. Y
cuando ella le pide que mueva más la lengua, el recupera su pose de
“ponerla” y le retruca que es un nuevo método que está perfeccionando. El
debutante (en el cine, porque tiene una carrera como historietista) Riad
Sattouf sale airoso en uno de los problemas más frecuentes del cine sobre
adolescentes: la dificultad para asimilar la mirada adolescente al discurso
de la película, sin ponerse por encima de los personajes ni sacrificar, por
inverosímil, su inocencia. Así se inscribe en la feliz tradición que revivió Mottola
pero que se remonta a John Hughes o, aun más lejos en el tiempo, al gran
Nicholas Ray.
De todos
modos, se insinúan momentos de malicia gratuita; recuerdo dos: la
cruel negativa de Hervé a salir con una chica (replicando la violencia
simbólica ejercida contra él por los más populares) que hasta entonces no
había tenido relevancia en la narración, y el suicidio del profesor de
química como remate de un gag. En esos momentos los hilos se exhiben más
superficialmente y la construcción caricaturesca y algo esquemática de
algunos personajes desactiva la sinceridad que Les Beaux Gosses
exhibe por lo general. En esos momentos, Supercool le gana en nobleza, humor y
emoción a su versión francesa. De todos modos, Les Beaux Gosses
representa una bocanada de aire feliz en un festival de películas menos
felices que “estéticamente relevantes”. La programación del Bafici se
puede anotar un poroto con Les Beaux Gosses.
Hernán
Ballotta
El ambulante
(Argentina, 2009. Dirigida por Adriana Yurcovich, Eduardo de la Serna y
Lucas Marcheggiano).
Hay un
momento de este documental en el que alguien le pregunta al protagonista –y
objetivo de la película– a qué se dedica. “Hago cine, y eso..”, contesta
este hombre de entre 65 y 70 años que hace ya un buen tiempo anda dando
vueltas por el interior de la provincia de Buenos Aires haciendo películas
en VHS. El modus operandi –la vida– de Daniel Burmeister consiste en ir de
pueblo en pueblo a bordo de su auto destartalado, presentarse en la
municipalidad, y ofrecer sus servicios para la realización integral de una
película con la gente del lugar como elenco, a cambio de techo y comida. Con
tres o cuatro guiones básicos en la mano, una vez aceptada su propuesta se
dedica a filmarlos concitando la atención y la participación de toda la
comunidad, para proyectarlos en público el último día y partir después. Lo
anacrónico del soporte con el que filma, su soledad (durante la filmación de
esta película, por ejemplo, recibe el llamado de un pariente al que no ve
hace años, justo en el momento en que está filmando un entierro), su
espíritu aventurero, la concepción que tiene del cine como algo equivalente
a la mecánica, la carpintería o cualquier otro oficio de naturaleza técnica
y raíz artesanal, las maneras en que se las ingenia para filmar un
travelling sin tener carro ni vías (¡siendo arrastrado sobre una sábana!) y
la potencia imprevista que se desprende de unas imágenes rodadas a lomo de
bicicleta son algunos de los elementos y circunstancias que hacen de esta
película un hecho único.
Marcos Vieytes
La bocca del lupo
(Italia, 2009.
Dirigida por Pietro Marcello).
Este segundo
largometraje de Pietro Marcello es una especie de documental ficcional y una
grandísima muestra de eso que la película dice al final: cómo el tiempo, el
mundo, la vida (y la sombra y el día y la luz) se miden en historias,
grandes o pequeñas, pero historias al fin. Por eso esta película de alguna
manera visita la historia del cine, la historia de una ciudad, la historia
de la gente de esa ciudad, la historia de sus imágenes... Porque este
relato, además, es una muestra de cómo las ciudades y sus
paisajes están hechos de relatos, sobre relatos.
Claro que lo que
principalmente se cuenta es la historia de los protagonistas:
Enzo y Mary. Ellos, dos enamorados que están juntos hace mucho tiempo, son
una pareja cuyo lugar de encuentro fue la cárcel. Ese excepcional lugar
marcó el desarrollo de la historia de esta pareja y marca hoy el relato de
la misma. La cárcel fue la geografía que hospedó su época de cortejo,
grabada por la necesidad de defenderse y la obligada distancia física entre
los amantes. De hecho, La bocca del lupo intenta recrear, de
alguna manera, la “distancia” a través de la cual estas dos personas se
amaron (primero, los dos en la misma cárcel; después, años separados
cuando Enzo quedó preso y Mary salió en libertad). Aquí se apela a la voz en off de ambos protagonistas,
leyendo cartas que
se mandaron en aquel entonces y coméntandolas. Mientras ellos
hablan, vemos imágenes de distintos lugares, momentos y personas;
imágenes que parecen contar esta historia pero a la vez otras, porque –como se
dijo– aquí son sólo las historias la unidad de medida.
La película sigue y, por fin –luego de escuchar las voces de Mary y Enzo, y
luego de verlos en las imágenes de una ciudad, de un puerto y sus
alrededores–, podemos verlos en persona, frente a la cámara. Ahí están los
dos, sentados uno junto al otro, respondiendo preguntas, contando anécdotas.
Y ahí es donde se conecta esta historia con aquellas voces en off y con
aquellas imágenes que (ahora sabemos) escondían tantas cosas. Porque en
aquella (des)conexión entre lo que escuchábamos y lo que veíamos, La
bocca del lupo fue anticipando lo que íbamos a ver, a escuchar y a
descubrir cerca del final de la película: una historia atomizada, una
historia que es miles de historias sin dejar de ser una sola. Hay idas y vueltas
en el tiempo. Hay encierros hechos película en la ausencia visual de esas
voces sin rostro. Hay espacios construidos y reconstruidos por esta
película. Hay pasado, hay presente, hay futuro. Y hay historia, porque hubo,
hay y habrá relatos.
Josefina
García Pullés
Mary and Max (Australia, 2008.
Dirigida por Adam Elliot). Para los que tuvimos el privilegio de ver el
corto
Harvie Krumpet (no es un privilegio exclusivo: googléenlo que
está para ver online) de Adam Elliot, la existencia de Mary and Max, su
primer largometraje, era una promesa de felicidad del otro lado del oscuro
túnel que es nuestra existencia. La ternura que el pobre de Harvie Krumpet
sostenía contra todo pronóstico (y eso que le sucedían las más diversas e
inverosímiles desgracias) era una brújula moral con la cual transitar
nuestros pesados días. Afortunadamente Elliot no nos traicionó: Mary &
Max no sólo pertenece al mismo universo que Harvie...,
sino que sólo la separa de aquella película una fina pared de plastilina.
Mary (con
voz de Toni Collette) es una niña solitaria con padre ausente y madre
alcohólica un poco aburrida de su existencia en un suburbio de Australia que
decide enviar una carta al azar a un neoyorquino para preguntarle si, como
sucede en su país, los bebés salen de las jarras de cerveza o, como ella
supone por los hábitos alimentarios de la población estadounidense, en Nueva
York salen de latitas de gaseosa, y, en tal caso, ¿cómo es que los sacan de
la latita?. La carta le llega a Max (voz de Philip Seymour Hoffman), un
obeso y también solitario hombre que sufre de Asperger y que recibe la carta
con una mezcla de curiosidad y ansiedad que lo empuja a una crisis nerviosa
(que en Mary and Max las hay en cantidades generosas). La
correspondencia continúa, y mientras la vida de ambos se va oscureciendo de
a poco, ellos siguen adelante con la certeza de que hay al menos alguien en
alguna parte del mundo que está pensando en ellos. Lamentablemente, una
crisis nerviosa particularmente intensa de Max pone fin (provisorio) a las
correspondencias.
Si animar
etimológicamente significa darle un alma a aquello que carece de ella, Adam
Elliot tiene suficientes almas como para repartir a todo el cine desalmado
que pulula por los festivales prestigiosos (a vos te digo, La mujer
sin piano). Su estilo de animación stop motion, similar al de la
factoría Aardman, es particularmente elocuente con respecto a las
expresiones faciales de los personajes, lo que le permite delinear los
complejos estados emocionales de sus personajes en unos pocos gestos. La
genial voz en off de una especie de narrador de cuento
infantil pasado de irónico (Barry Humphries) termina por redondear esa poesía de la felicidad
de los perdedores que Mary and Max esconde en su interior. Y si bien
por momentos el patetismo se vuelve, por decirlo ligeramente, un poco
excesivo, es la emoción la que termina primando. Porque, bueno, si no
lagrimeás ni siquiera un poco en el final, debés estar un poco muerto por
dentro.
Hernán
Ballotta
Os famosos e os duendes da morte (Brasil,
2009. Dirigida por Esmir Filho).
Un emo que
parece salido de Peter Capusotto y sus videos, la inminente presencia de Bob
Dylan, una pareja que sella un pacto suicida pero falla en el intento (después del cual uno sobrevive y la otra no), un pueblo chico del interior
brasileño que oprime al protagonista adolescente acosado por las
indefiniciones, una puesta en escena que oscila entre la representación de
la realidad y la de diversos estados alternativos a ella: son elementos más
que suficientes para generar aprensión en el espectador, si no lisa y
llanamente ganas de irse un par de veces del cine. Y sin embargo, hay algo
en esta película que funciona a pesar de todos esos lugares comunes y unos
cuantos más, o justamente debido a ellos. De hecho, la película tiene un
"acabado mainstream" que contrastó con el resto de la programación del
festival, y puede que ello también haya influido en el impacto que me
produjo. Después de haber visto una buena cantidad de títulos que le dan
la espalda a las convenciones narrativas industriales para generar unas de otra índole, encontrarse con
esto, que cree en sus clisés
con tanta ingenuidad estética, o con tan intencionada convicción mercantil,
funciona como contrapunto liberador. Claro que todas estas consideraciones
dicen más del contexto en que fue vista la película que de la película
misma, por lo que habrá que esperar a su estreno (el logo inicial de Warner
le augura buenas posibilidades de distribución internacional) para tener una
idea más concreta sobre ella como objeto cultural autónomo.
Marcos Vieytes
Lo que
más quiero
(Argentina, 2010. Dirigida por Delfina Castagnino). Con el correr de los
días de festival, mi primera y positiva impresión sobre Lo que más quiero
se fue diluyendo, y una sensación de desencanto e insatisfacción la fue
reemplazando. Eso no quiere decir que la película no
tenga aciertos: la dirección de actores es extraordinaria, detallista,
virtuosa, infrecuente en el cine argentino actual. Lo que más quiero
es una historia pequeña contada en unos pocos largos y generalmente
estáticos planos secuencia sobre dos amigas veinteañeras, una de ellas
residente en la Patagonia y cuyo padre acaba de morir. La otra transita los
últimos tramos de una larga relación amorosa y viaja al sur como vía de
escape y para hacer compañía a su amiga en duelo. Allí la última conoce a un
joven con quien congenia (casi) inmediatamente, dejando momentáneamente de
lado a su amiga que, a su vez, no parece ser demasiado receptiva a ayuda
exterior alguna.
Los planos
secuencia de Lo que más quiero son de una belleza velada, sin la
obviedad del plano postal patagónico, y hacen copioso uso del fuera de campo. Y sin
embargo, quien queda adherido a ese fuera de campo es el espectador, porque,
como es común en cierta tendencia de la "producción FUC", los personajes y la
puesta en escena parecen manejar unos códigos que los aísla no sólo del
mundo exterior (el problemático plano de la lugareña “despidiendo” a los
empleados del aserradero de su padre, la cámara concentrándose en el drama
del duelo de ella e ignorando adrede el drama del desempleo del Otro social) sino también del espectador. Es un cine de “ejercicio
formal e interpretativo” con graves posibilidades de volverse elitista o,
en los peores casos, autista. En ese encierro voluntario, los momentos de
comicidad muy logrados entre los tres personajes principales pierden
contundencia, se remiten demasiado a sí mismos como para encontrar un marco
de referencia exterior que involucre al espectador. Y así, los recursos
formales como el plano secuencia parecen funcionar por defecto, sin
mayor justificación. En lugar de cuestionarse, de desafiarse a sí mismos.
Hernán
Ballotta
Red Dragonflies
(Singapur, 2010. Dirigida por Liao Jiekai).
Alguien,
una artista, vuelve a Singapur. Tres adolescentes pasan las horas siguiendo
las vías de un tren en desuso, vestidos con su uniforme de colegio,
atravesando bosques y lugares inhóspitos de la ciudad. Hay una pérdida. Dos
historias que avanzan en paralelo y buscan recuperar ese instante que se ha
ido, la infancia. El título da cuenta de ello, las libélulas rojas son
símbolo en Oriente de la niñez y en general de la fragilidad y la fugacidad del tiempo.
Lamentablemente la evocación se apega en demasía a un lirismo poético que a
la larga agota y se agota. Un guión algo errático y bastante derivativo, con
elipsis inquietantes pero incomprensibles, desvíos y atajos, complica toda interpretación y nos deja apenas algunas sensaciones que trascienden lo
visual.
Javier Luzi
The Robber
(Alemania-Austria, 2010.
Dirigida por Benjamin Heisenberg).
The Robber comienza con un prisionero corriendo en círculos en el
patio de una cárcel. Plano revelador y ajustado, contiene todos los
ingredientes de la trama. Esta es la historia de un ladrón de bancos que
además es un excelente atleta. Si quisiera podría vivir del atletismo (en
cierto momento
se
presenta a una carrera y se transforma
automáticamente en el mejor corredor de Austria). Sin embargo, se dedica a
asaltar bancos. Y aprovecha su ventaja deportiva para escapar sin ser visto.
Heisenberg lo retrata con estilo bressoniano:
imitando su bella
meticulosidad. La película no baja nunca el ritmo necesario para transmitir
el vértigo de su carrera contra el mundo, que inevitablemente lo dejará sin
escapatoria. Cuando lo siga toda la policía de Viena, y llegue tan alto como
pueda llegar, se encontrará
con una cruz en lo alto de una sierra y
comenzará a descender religiosamente hasta llegar a su fin...
pero no es
seguro que ante la cruz el protagonista
haya
encontrado algún tipo de
revelación. El poco interés que le dedica, y su condición de perseguido
cercado, causan más desesperanza que otra cosa. Sólo el amor de una antigua
novia le permite al héroe llegar al final con cierto desahogo espiritual.
Ramiro Villani
Bummer Summer
(Estados Unidos, 2010.
Dirigida por Zach Weintraub).
Pocas veces uno puede rescatar
de una película independiente estadounidense sobre jóvenes contrariados algo
más que la “naturalidad de las interpretaciones” o “la inmediatez”.
Bummer Summer es una de esas raras ocasiones. Filmada enteramente con
una cámara de fotos y en blanco y negro, “cuenta” un
verano en la vida de Isaac, el último antes de la obligada mudanza por
ingresar a la universidad. Su hermano mayor Ben vuelve a su casa para pasar
las vacaciones y allí se encuentra con su ex-novia Lila, a quién dejó cuando
se fue a la universidad. Isaac sigue los pasos de su hermano, y termina la
relación con su propia novia para irse con Ben y Lila en un viaje en auto en busca de
un laberinto que encontraron en una antigua guía de carreteras. Tal vez lo
que diferencia a Bummer Summer de sus pares “Mumblecore” de la costa
Este
–más allá de su contención dramática– sea su estatismo reflexivo (salvo
el último, un travelling lateral por un autocine, todos los planos son
fijos), que termina privilegiando la composición pictórica sobre la
sensación de espontaneidad de la cámara en mano. Eso no quiere decir que
Bummer Summer no sea espontánea: todas las situaciones y los diálogos
(doblados, ya que la calidad de captura de sonido de la cámara era muy mala)
son improvisados en locación.
Aunque el
viaje en blanco y negro pixelado recuerda al granulado de Extraños en el
paraíso de Jim Jarmusch, la referencia (al menos visual) parece ser algo
aun más prestigioso: los paisajes brumosos de Béla Tarr, pero, eso sí, sin
la virtuosa movilidad y los largos planos del húngaro. Hay en particular una
cadena de planos realizados en una playa desierta que aprovechan la
profundidad focal de la cámara de fotos para generar composiciones de una
belleza apabullante y trascendental. Lo más curioso es que la película no se
reconoce en esa expresividad pictórica, y prefiere continuar espiando los
pormenores del triángulo amoroso improvisado entre los hermanos y la
ex-novia del mayor, apostando por un tono leve que contrasta positivamente
con su atractivo visual. Y aun si Bummer Summer no se siente
original, se ve y se percibe única, algo que podemos decir de muy pocas
películas.
Hernán
Ballotta
La mujer sin piano
(España-Francia, 2009. Dirigida por Javier Rebollo).
Luego de haber
exhibido su primer largometraje, Lo que sé de Lola, en Bafici 2007,
el español Javier Rebollo vuelve a este festival con su segunda película.
Aquí estamos, entonces, frente a La mujer sin piano, nueva entrega de
la dupla de guionistas Rebollo-Mayo, una película más dinámica, menos rígida
y bastante más disfrutable que la anterior.
Aquí se cuenta la historia de Rosa,
una mujer casada y cansada de la monotonía de sus días. Por eso una de las
primeras cosas que hace es descolgar un cuadro que tiene sobre la cama, en
su habitación. Es que necesita cambiar algo, no importa qué. Y eso, el
cuadro, es lo que tiene a mano, lo que puede cambiar. Y por algo se empieza,
pero a Rosa pronto no le alcanza con ese minúsculo cambio. Entonces una
noche se pone una peluca (lo primero que ella cambia siempre es la
apariencia de las cosas), deja a su marido durmiendo y se “fuga” hacia la
terminal de colectivos.
Entonces comienza la larga aventura de una noche que parece una vida.
Durante interminables horas Rosa se pasea por distintos rincones de Madrid,
yendo y viniendo, prácticamente sin rumbo. Y es que su andar tiene que ser
itinerante para contrastar con lo programado de su vida. Por eso, antes de
salir de sus casa, ella se “disfraza”: Rosa se viste de aventura, y la
aventura reclama su ropa de gala (vean si no Mal ejemplo
de David Wain, un homenaje, entre otras cosas, a la ropa de aventura).
Y esa noche se encuentra con un hombre que está perdido, como ella pero
quizá de otra forma. Ambos quieren perderse y, perdidos al fin, se sientan,
caminan, comen, beben y pasan el rato. La diferencia es que a ese andar
itinerante el hombre le pone un rumbo que él llama “Polonia”. Rosa, en
cambio, nunca le pone rumbo a su caminar o, al menos, nunca menciona ese
rumbo. De hecho, durante aquella noche, Rosa habla muy poco. Dice lo
necesario y muchas veces, incluso en situaciones que ameritan hablar,
permanece callada. Hay sólo un intento de esta mujer por romper ese silencio
(y entonces hay un solo intento suyo por marcar el rumbo de su noche): una
serie de llamadas telefónicas que ella hace durante toda la noche a alguien
que nunca le responde. El silencio, entonces, permanece; y su rumbo también
permanece, innombrable, indefinido. Ya desde el título esta película anuncia
cierto tipo de silencio al proclamar la ausencia de un instrumento musical,
una ausencia quizás impulsada por la omnipresencia de ese pitido molesto que
Rosa no deja de sentir en su oído. Entre el silencio circundante, el pitido
no la deja escuchar el piano, el piano que entonces se marcha. Entre el
silencio circundante, la monotonía no la deja vivir la aventura, la aventura
que entonces se marcha.
Josefina García Pullés
La quemadura
(Chile-Francia, 2009.
Dirigida por René Ballesteros).
El
director René Ballesteros era un niño cuando su madre se fue de Chile y de
su lado y del de su hermana. Ahora, ya grande, quiere saber qué pasó. Y
pregunta a su familia, sólo que frente a la cámara. Docuficción que revela
su condición, La quemadura es una manera de recuperar un pasado que
no ha sido saldado. Con la pantalla en negro emergen unas voces en off, que
resultan un llamado telefónico actual entre la madre desaparecida y el hijo,
y acto seguido vienen las fotos que serán un eje en la posibilidad del recuerdo. La
memoria y los olvidos construidos comenzarán a resquebrajarse, a mostrar su
artificio. “Se me borró”, “lo borré”, “es triste no poder recordar” suenan
como leit motiv permanente. Una familia que no habla, no cuenta, no
dice. Una abuela que maneja la enfermedad a conveniencia para confundir a su
hija con su madre y hacerle un ole a las preguntas. Un padre que asegura que
ese no es tema para poner en el documental, que eso es familiar, es
personal. Una madre exiliada en Venezuela que olvidó los sabores, los
paisajes, los tiempos. René siempre recurre a la pileta de natación en busca
de quién sabe qué efecto sanador del agua. Si bien el material a trabajar es
inquietante y pinta una época (los '70 en la América Latina de los golpes de
Estado), algo no termina de cerrar en el resultado final. La misma editorial
Quimantú (fundada durante el gobierno de Allende y con la que se enlaza el
tema de la madre buscada), que se puede rastrear en las librerías de viejos, en
sus ediciones populares de libros y en su desarrollo y final desaparición
con el pinochetismo, queda bastante confusa en su inserción en el film y ve
diluida su potencialidad.
Javier Luzi
SELECCION
OFICIAL ARGENTINA
Invernadero (Argentina, 2010. Dirigida por Gonzalo Castro).
Invernadero
es la historia de un escritor (Mario Bellatin)… en realidad es la historia
de la cotidianidad de un escritor, de sus horas en casa, de sus visitas al
médico, de sus diálogos con su agente, con sus colaboradores, con su hija,
con sus amigos… Y también es la tercera película de Gonzalo Castro, un
escritor y editor devenido cineasta (y que presentó una película en cada uno
de los últimos tres Bafici). Con tanto escritor dando vueltas (y con
Resfriada como antecedente), podía preverse que Invernadero
desbordara de Literatura y de amor por lo escrito. Y, de hecho, lo hace.
Por eso es quizá
pertinente la comparación de esta película con aquella que abrió el
festival, Secuestro y muerte, de Rafael Filippelli. Es que resulta
que en ambas hay un tema con la “erudición”: en Invernadero,
las citas y menciones a libros, escritores, cuadros, películas resultan
naturales, tan naturales que se vuelven casi necesarias. Y eso aquí no se
debe sólo a que el mundo de los personajes (el mundo de un escritor como
Bellatin) justifique esos temas de conversación
otorgándoles “naturalidad”.
Más allá del contexto, esas conversaciones se justifican por sí mismas
porque resultan verdaderas, como engendradas en la entraña de quien las
articula. En la película de Filippelli, en cambio, eso no sucede. La mayoría
de las citas, los fragmentos recitados y las conversaciones que sobrevuelan
la Literatura y sus alrededores resultan forzados, sintéticos. ¿Cuál es la
diferencia? Quizá la forma,
acaso el contenido, pero seguramente el origen, la
motivación que llevó en cada caso a incluir citas, fragmentos o referencias
de ese tipo. Invernadero no sólo
suena más sincera
a la hora
de abordar esos temas;
también
resulta
más amigable en la forma de
tratarlos.
El protagonista
de Invernadero es el escritor Mario Bellatin.
El hace de sí mismo aun
sin serlo del todo (la hija no es su hija, la agente no es su agente,
y así…).
Hay estos juegos entre ficción y realidad,
pero
los límites entre lo real y lo ficticio nunca dejan de hacerse notar. Es
que esta película es sobre un escritor, y los escritores son
seres en los que conviven ambos mundos dándose la mano pero sin fundirse uno
con el otro. Y lo mismo ocurre
con este film: por momentos las fronteras
realidad-ficción pueden ser borrosas, pero al rato se descubren y se sabe
que siempre estuvieron allí, que nunca se intentó borrarlas.
Justamente, aquí Castro hace uso
intensivo
de la cámara fija, como mostrando que
“eso está ahí”, priorizando los movimientos del cuerpo. Lo único que se mueve son las personas en el cuadro: salen y entran,
se las ve o no se las ve, pero siempre se las escucha. El trabajo con el
sonido es clave, e impecable, en esta película (lo era también en Cocina).
Esos encuadres fijos
también
priorizan
de algún modo
las palabras
a
los cuerpos, las voces
a los rostros. Muchas veces, vemos sólo alguna parte de quien
habla (sus piernas, sus brazos), y parece que esta película nos estuviera
diciendo que el lenguaje compone a las personas, que las recorre, que
estamos hechos de lenguaje. Y entonces este hermosísimo relato es casi un
manifiesto sobre lo que Castro cree que es el uso de la palabra en el mundo,
en la Literatura y en el cine.
Josefina García Pullés
El Rati Horror Show
(Argentina,
2010. Dirigida por Enrique Piñeyro).
Enrique Piñeyro ya se ha
constituido a esta altura en una especie de Michael Moore de las pampas.
Con todo lo que eso implica, ya en virtudes, ya en defectos. Tomando un caso
paradigmático y sumamente mediático como lo fue “La masacre de Pompeya” (una persecución
policial a un auto que (hu)yendo varias cuadras en contramano termina
atropellando a tres personas y generando un caos), procura desentrañar otro
acto de corrupción nacional. A partir de esos hechos revisa el material de
archivo de los noticieros, las pericias, las declaraciones de los testigos,
las actuaciones de los abogados y fiscales y la sentencia de los jueces y va
replicando, respondiendo, preguntando, desarmando, deconstruyendo y
reconstruyendo el caso. Hasta dejar en evidencia los groseros errores que en
cada instancia fueron cometidos. Develando un entramado de impericias, falta
de profesionalismo, negligencia, ilícitos y actos directamente delictivos
en el proceso que lógicamente vician de nulidad la sentencia.
Para
ello despliega un arsenal de gadgets (teléfonos,
cámaras, monitores, aparatos de escucha, etc.) y una producción que no desperdicia oportunidad de exhibirlos
(todos fueron aportados por la marca de la manzanita). Es evidente
que el montaje ágil y televisivo despierta adhesiones fáciles y empáticas, y
que la manipulación de los datos no quita ni un ápice de verdad a lo que se
intenta demostrar, pero la misma intención por dejar sentado el horroroso
accionar
de la policía (algo que ya desde el mismo título se nos anticipa) va quedando a mitad de camino
en favor, aunque en detrimento también, de una denuncia
sobre el Poder Judicial que tampoco acaba por concretarse del todo (de hecho,
se avisa de un próximo capítulo necesario y polémico).
La
egolatría del protagonista-guionista-productor-director Enrique Piñeyro es soportable merced a cierto halo de buena gente que lo
constituye y a las buenas intenciones que lo mueven. Aun así hay ciertos
comentarios que además de sus propias contradicciones pintan alguna mirada simplista
sobre las cosas: cuando descubre que las huellas digitales sólo se comparan con las de los condenados, cree ver una falla del sistema (“ladrones nuevos roben tranquilos, que nunca los van a agarrar”, dice).
Pero ante semejante panorama descripto por él mismo, ¿quién se
anima a exigir que todos dejemos nuestras huellas en un banco de datos donde
la que maneja la información es esta policía denunciada?
Javier Luzi
Las pistas - Lanhoyij -
Nmitaxanaxac
(Argentina, 2010. Dirigida por
Sebastián Lingiardi).
¿Y si una
remake o una variación de Invasión, de Hugo Santiago, se filmara en
Chaco? ¿Y si ese clásico del cine argentino moderno, acaso la más compleja
operación metalingüística realizada en nuestro país, fuera usado como
matriz dramática para darle voz a dos lenguas marginadas del discurso
cultural dominante en la Argentina? Eso es lo que la película de Lingiardi
intenta ya desde su título, en el que se dan cita el castellano, el toba y el
wichi, lenguas pertenecientes a las comunidades que aquí conspiran para
hacerse oír en medio de un paisaje generalmente ajeno a la mirada
cinematográfica. Lo que resta saber es si esta operación más semiológica que
estética es capaz de cumplir alguna otra función que de la de probar la
competencia intelectual de sus hacedores, habida cuenta del hermetismo de
una puesta en escena que tiende a clausurar toda posible comunicación con el
espectador. Sería una lamentable paradoja que esa
intersección, ese punto de encuentro que aspira a ser toda lengua viva, y
más aun aquellas que han sido silenciadas durante largo tiempo, quede oculta
por un sistema de representación excesivamente opaco.
Marcos Vieytes
Los labios (Argentina, 2010. Dirigida por Iván Fund y Santiago Loza).
Los
labios
nos presenta a tres mujeres de distintas generaciones viajando hacia el
interior del país, para hacer relevamiento y asistencia de salud pública
para los más necesitados, en
sitios
donde la pobreza
y la
marginación
alcanzan
las instalaciones sanitarias donde se hospedan. Cruzando la
ficción con el documental, las actrices que protagonizan la película se
entrevistan con las personas reales que habitan el lugar. Las ayudan,
revisan y curan dentro de las posibilidades de su escaso presupuesto. El
resultado es en principio gratificante, porque Loza y Fund eligen una mirada
positiva y alegre
ya que
no carente de emoción. Y para ello se sirven de
pequeños destellos de la vida y convivencia de las protagonistas. Y de un
encargado municipal realmente entrañable y honesto, aunque
con
casi
todos los vicios
que puedan
imaginarse. El problema que hace que Los
labios
nunca termine de construirse como una historia atractiva es que los
directores se niegan a contarla. Los hilos narrativos y enigmas de la
intimidad de las protagonistas son dejados de lado
deliberadamente.
Y Los
labios
termina dejando sabor a poco, aun
cuando haya logrado entusiasmar a lo largo del relato.
Ramiro Villani
Los
actos cotidianos
(Argentina, 2010. Dirigida por Raúl Perrone).
La última
película de Raúl Perrone puede describirse como una serie de conversaciones
sostenidas por dos hermanos, en una casa precaria del conurbano bonaerense,
sin que medie entre ellos intercambio alguno de miradas (lo que recuerda
ciertas estrategias que van de Straub-Huillet a De Oliveira). Pero también
es válido decir que es uno de los mejores tratados sobre la mirada fuera de
campo, que es una de las más rigurosas series de retratos que se hayan
filmado en nuestro país, que exprime un espacio hasta explotar todo su
potencial pictórico, que hace de un televisor y unos celulares algo más que
meros decorados, y que consigue uno de los más felices momentos musicales
dados por el cine argentino en este Bafici (junto al del final de Los
labios, de Santiago Loza e Iván Fund). Con la película de Perrone me
pasó algo que nunca antes me había sucedido: el sueño contribuyó, afirmó,
completó la valoración que tengo de ella. Cuando hablo del “sueño” no me
refiero a dormir, sino a soñarla. Fue en sueños que aprecié la continuidad
plástica de la película, esa relación homogénea entre figura y fondo que le
da una consistencia estética notable y que, con el tiempo, se revela como
una de las operaciones más sofisticadas y menos ancladas en el realismo de la
filmografía de su director. Además, Perrone encuentra –tanto como busca– esa
belleza en donde el grueso del cine argentino escolástico no llega ni
llegará nunca.
Marcos
Vieytes
Ocio
(Argentina, 2010.
Dirigida por Juan Villegas y Alejandro Lingenti).
Juan Villegas supo debutar con una muy buena película, Sábado. Abordó
las dinámicas de la comunicación –e incomunicación– con un humor particular,
siempre esquivando la desmesura, elaborando a partir de nociones
extraídas de la cotidianidad. El resultado eran personajes chocándose –por
momentos literalmente– más que encontrándose, que se expresaban y
configuraban no tanto por sus palabras sino por sus silencios. El público
podía reconocerlos e identificarlos no por sus dichos y acciones,
sino por lo que no lograban decir o hacer.
Con Los suicidas
Villegas siguió por el mismo sendero, pero con un formato más ambicioso y
grave. Era la ausencia de humor y el hincapié en el drama lo que
paradójicamente le quitaba potencia, amén de frescura, al relato. En
consecuencia, exceptuando algunas escenas muy logradas entre la pareja
protagónica encarnada por Daniel Hendler y Leonora Balcarce, el conjunto del
film era fallido y hasta intrascendente.
Con su
tercer opus, codirigido con el debutante Alejandro Lingenti, Villegas
retrocede aun más, revisitando las debilidades de Los suicidas pero
ninguna de las virtudes de Sábado. Ocio es, entre otras cosas,
una obra que trasunta un esfuerzo importante en términos de escenografía y vestuario en pos de una reconstrucción de época que no
tiene razón de ser. También, un largometraje de apenas setenta minutos que da
la impresión de ser un mediometraje muy pero muy estirado. Por último,
una película aburrida, vacía, que no cuenta nada, que no impacta en el
espectador. Es poco lo que hay para decir de ella, y ese es su peor defecto.
Rodrigo Seijas
El pasante
(Argentina, 2010. Dirigida por Clara Picasso).
Hay muchos elementos admirables en esta opera prima de Clara Picasso; en
especial el placer lúdico que encuentra en la fabulación, heredera de la
narración sin límites fijos del cine de Mariano Llinás, pero también el
intento loable de realizar cine de género que se desmarca del lugar común
industrial. Ignacio Rogers interpreta a un joven pasante de botones en un
hotel céntrico en Buenos Aires en su primera noche en el trabajo. La
encargada de introducirlo en los pormenores del trabajo es la recepcionista
(Ana Scannapieco), más interesada en tener un cómplice de fechorías que un
nuevo empleado. De ese modo, el botones más que una educación laboral
recibirá una educación sentimental. A medida que la recepcionista lo
involucra en las tramas secretas de los huéspedes del hotel (en especial la
de un empresario y su amante), la tensión sexual entre ellos se eleva,
amagando con una comedia romántica que no se termina de concretar.
Acaso
porque el timing cómico no funciona del todo. No es un problema de las
actuaciones, en clave deadpan en el caso de Rogers (es notable cómo se
ajusta a dos contextos tan diferentes como El pasante y el cine de
Ezequiel Acuña sin modificar significativamente su interpretación) y en un
efectivo punto medio entre lo natural y lo excesivo en Scannapieco,
sino de la concepción visual de los gags (sólo eficaz en la secuencia del
bar, narrada y complotada enteramente en off) y de la ejecución del montaje.
Como si Clara Picasso no se sintiera del todo cómoda en el registro
cómico o romántico. Y en esa unidad de tiempo precisa y ese espacio único en
el que transcurre El pasante, la sensación de encierro no es casi
nunca
inclusiva sino, por el contrario, centrífuga. No es sencillo involucrarse
con un film que genera distancia a partir de una mirada externa,
“fabuladora” de lo que sucede, pero que no se hace del todo cargo de esa
distancia. Por suerte no llega a los niveles de hermetismo expulsivo de
películas como Todos mienten y Castro, ambas salidas, como
El pasante, de la Universidad del Cine. Y en sus apenas 65 minutos de
duración, la película se antoja precoz, apresurada, como si fuera un
borrador de una película posterior que, esperemos, Clara Picasso alguna vez
realice.
Hernán Ballotta
Somos nosotros
(Argentina, 2010. Dirigida por Mariano Blanco).
Todo el
mundo habló de esta película por una razón biográfica: su director tiene
entre 19 y 20 años, pero realizó un film con un sentido del ritmo y una
pericia técnica dignos de un veterano, además de extremadamente raros en una ópera prima. Pero además de la precocidad también se discutió
a propósito de esta película sobre si hay algo más detrás de tanta eficacia
estilística virtuosa, atribuible al talento "natural" del cineasta tanto
como a la cada vez más generalizada y, por lo tanto, institucionalizada
enseñanza cinematográfica. En Somos nosotros hay, evidentemente, una
mecánica que pone en riesgo la conexión emocional con el espectador. Al fin
y al cabo, está dividida en tres partes conectadas entre sí por pequeños
ritos de pasaje, postas o relevos entre personajes que son miembros de un
grupo de skaters y a los que la cámara sigue sucesivamente. Pero el ritmo de
los desplazamientos, el sentido del humor y la ligereza del tono, además de
una lógica espacial juguetona que se violenta a sí misma sobria pero
felizmente, dejan un sabor placentero en los ojos. En la toma larga del
final con los jóvenes llegando a la playa al filo del amanecer (aquí Mar del
Plata es tan protagonista como los personajes, y resta analizar
minuciosamente qué continuidades y rupturas se observan con respecto a la
representación de esa ciudad que el Nuevo Cine Argentino ha generado hasta
el momento) se cifran muchas de las virtudes y de los peligros de tanta
autoconciencia cinéfila oscilando entre la sublime ilusión del azar y la
gravedad del amaneramiento. Un gesto, un segundo de más, suelen ser lo único
que separa a un extremo del otro. Instalar esa disyuntiva en la mente del
espectador es poco menos que prodigioso. Marcos
Vieytes
El recuento de los daños
(Argentina, 2010. Dirigida por Inés de Oliveira Cézar).
Inés de
Oliveira Cézar había fallado con Extranjera, una
adaptación de "Antígona" que se revelaba mecánica y calculada, sin vida.
Ante la adversidad, la directora hizo lo más saludable y valiente: redoblar
la apuesta, tomando por asalto "Edipo Rey" para adaptar la obra al
contexto actual argentino, con referencias a la apropiación de niños durante
el Proceso.
La secuencia inicial es
sugerente primero, impactante después, como todo el film. Oliveira Cézar va
configurando las escenas a partir de la unión y confrontación de los cuerpos,
y reproduce a la perfección el clima de incomodidad y tragedia anunciada del
texto de origen. Sin embargo, El recuento de los daños alcanza esos
logros a partir de la sutileza, de la distancia y de un encuadre que
significa a partir del recorte y el fuera de campo, de lo que no se ve.
De hecho, los diálogos que
hacen más ruido son los que explicitan el basamento en la obra de Sófocles,
porque redundan en vez de aportar algo más. Aquí pareciera que
Oliveira Cézar no es conciente de que ya logró su propósito, y entonces
agrega nuevos elementos que al final terminan restando.
El recuento de los daños
se destacó entre lo mejor del cine argentino en este Bafici. Su
pasión, su compromiso con la trama, su construcción de un mundo plagado de
dolor, donde no hay salida, chocaron enérgicamente con buena parte del cine
abúlico porteño que se viene presentando últimamente en el festival.
Rodrigo Seijas
Gorri
(Argentina, 2010. Dirigida por Carmen Guarini).
Gorri le
decían al pintor Carlos Gorriarena, y la película de Guarini muestra lo que
sus cuadros dicen del autor como lo que el autor decía de la Argentina a
través de ellos, pero, sobre todo, lo que ellos decían de su concepción
plástica. Esto último viene a cuento de la etiqueta de pintor político o
pintor social que se le calzó y sobre la que el propio Gorriarena se
explaya en imágenes de archivo que aparecen viradas al blanco y negro. Esos
registros son lo más interesantes de la película, ya que permiten ver al
pintor de cuerpo presente, así como escucharlo, verlo caminar, hablar con el
cuerpo, ocupar de un modo particular el espacio de su taller, así como
juntarse con amigos a beber y conversar, entre otros temas, del peronismo como
entidad irrefutable. El resto de las imágenes tienen a diversos conocidos,
admiradores y responsables de su patrimonio artístico preparando una muestra
con los trabajos realizados por Gorriarena entre el año 2000 y la fecha de
su fallecimiento. Impresiona, sobre todo, entrar en el depósito donde están
guardadas las pinturas, además de diversos bocetos, dibujos, materiales y
papeles de variada índole, y participar de su minucioso inventariado y
clasificación. Sin que la película remarque musicalmente o de cualquier otra
manera lo excepcional de la situación, algo del orden de lo sagrado amaga
con aparecer en esos instantes. Algo que el discurso apasionado de sus
admiradores desbarata involuntariamente.
Marcos
Vieytes
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