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7º Bafici (2005): Más películas


4 miradas, 17 films


Entre todo lo que vimos y lo que decidimos no ver (o no pudimos ver), más allá de las secciones que cubrimos en extenso, quedó un puñado de películas del 7º Bafici sobre las que quisimos decir algo, o algo más. Acá están, estas son.

Palindromes (Estados Unidos, 2004. Dirigida por Todd Solondz). Desde Mi vida es mi vida, Tod Solondz se manifestó como un ácido crítico del american way of life, si es que todavía existe algo así. Sus personajes de la sociedad suburbana están afectados por todas las taras y vicios posibles, y Solondz los retrata con una mirada impiadosa y lacerante, apelando a todos los recursos de la incorrección política para un mensaje moralista. Pero lo que en su primer film fue novedoso, irreverente e hilarante, en las sátiras que siguieron fue tornándose una burla descarada por sus propias criaturas y una incursión por las distintas lacras de la burguesía, sin aportar nada nuevo en cada versión. Palindromes viene a incentivar la discusión actual sobre el derecho a la vida por su historia del aborto que comete una adolescente, que en el film está interpretada por variedad de actrices de distinto aspecto, raza y edad. Este recurso que tal vez pretende ser universalista no funciona dramáticamente, y mucho menos en la oportunidad en que interviene una mujer negra adulta y pésima actriz. Como sus personajes palíndromes Aviva, Bob y Otto, Solondz ha vuelto al principio: más de lo mismo, pero peor. Josefina Sartora

Fallen (Alemania-Lituania, 2005. Dirigida por Fred Kelemen). En una absoluta coherencia con sus films vistos en la retrospectiva que le dedicó el Bafici 2003, este último film del alemán Fred Kelemen vuelve a transmitir sus mundos angustiantes, en permanente tensión. En este caso, narra una historia personal de redención de un hombre solitario ante la culpa por no haber impedido un suicidio. Con una fascinante fotografía en contrastado blanco y negro del mismo Kelemen, con unos largos planos secuencia que acompañan el deambular del protagonista y acentúan el realismo y el dramatismo de cada escena, construye un film sobre la soledad y el dolor del amor. En una ciudad atemporal y casi en ruinas (Riga en Lituania, ex Unión Soviética), que habla de una Europa que ya no será, maravillan sus juegos con la realidad y la fantasía que signan una búsqueda obsesiva en un camino hacia las profundidades de sí mismo. Josefina Sartora

3-Iron y Samaritan Girl (Ambas de Corea del Sur, 2004. Dirigidas por Kim Ki-duk). Pese a que casi no se han estrenado las películas del coreano Kim Ki-duk, los fans nos las ingeniamos para ver todas y cada una de ellas, por distintas vías. Las dos que realizó en 2004 y que se vieron en este Bafici muestran a un Kim siempre apegado al romanticismo violento, ahora con ciertas connotaciones religiosas. (Señales: además del título Samaria, la imagen de Jesús en ambas películas.) 3-Iron es el palo de golf que utiliza el protagonista para vengarse de las agresiones recibidas, pero también es una metáfora de este personaje, un muchacho fuerte, agudo y directo, en una historia de flechazo y amor incondicional. Como en La isla, los protagonistas no necesitan hablar para expresar sus sentimientos; la comunicación trasciende las palabras. Como en Bad Guy, éste es un joven que arrastra a su amada en su destino trágico. Como en Primavera, verano..., también hay una evolución e iniciación a través del entrenamiento y el trabajo físico. Una hermosa historia de amor, maravillosamente contada, donde el elemento mágico no está ausente. Más dura resulta Samaritan Girl, una narración estructurada en tres partes sobre dos muchachas que se prostituyen para juntar dinero y mudarse a Europa (Kim no cede en su misoginia). A la muerte de una de ellas, la otra iniciará un camino de expiación y redención mediante el autosacrificio, sin saber que también ella arrastrará a su padre en su tragedia. Las dos películas hablan del fracaso de la familia, del dolor en el amor y no hacen más que confirmar el talento de Kim tanto para narrar una historia romántica como para el tratamiento de la violencia, difícil combinación que sabe articular como pocos. Josefina Sartora

Five Dedicated To Ozu (Irán-Japón-Francia, 2003. Dirigida por Abbas Kiarostami). Resultó una sorpresa mayúscula y otra de mis favoritas. La película de Abbas Kiarostami se compone de cinco largos planos del agua, c'est tout. En este homenaje a Yasujiro Ozu, cultor de la cámara fija (y también reverenciado en Café Lumière, de Hou Hsiao-hsien, que viéramos en Mar del Plata), el iraní filma la orilla del mar en cuatro oportunidades, a distintas horas del día, y  la superficie del agua en la noche, con el reflejo de la luna asomando entre las nubes de una tormenta nocturna. Como banda de sonido, el natural de las olas rompiendo, los cantos de animales e insectos, los truenos. Si bien aparece una secuencia temporal en el transcurrir del día, no falta el elemento alterador de ese orden. En la línea contemplativa de Samoa, y sin embargo en sus antípodas, la imagen va llevando al espectador (si permanece en su butaca, porque muchos se fueron) a un estado meditativo, descubridor de todo lo que implica cada plano. Los cambios de la luz, el pasar de unos patos maravillosos, de la gente, el juego de unos perritos, un tronquito a merced de las olas, el croar de las ranas, todo puede generar a un estado alfa de conciencia. Un film que además, con su propuesta radical, despierta toda una reflexión sobre las posibilidades y alcances del cine. Josefina Sartora

20 Fingers (Irán, 2004. Dirigida por Mania Akbari). Actriz de Kiarostami en Ten, Mania Akbari capitalizó esa experiencia al realizar 20 Fingers. La influencia de Kiarostami es muy evidente: como en Ten, se trata de unos pocos planos –siete– de una pareja en distintos medios de locomoción que discute sobre temas banales y no tanto, como cualquier pareja. Sin embargo, si bien siempre son los mismos actores, no necesariamente encarnan los mismos personajes. Cada conversación habla de la evolución de una pareja, sus coincidencias y diferencias, en las que se pone de manifiesto el poder y debilidad de cada sexo, y la rebelión femenina ante las convenciones. El film se ubica en la línea de las cada vez más numerosas directoras iraníes que reivindican el lugar social de la mujer musulmana. Josefina Sartora

20 Fingers (2). Film iraní que, a partir de mostrar cuán machistas y represores pueden ser los hombres en lo que respecta a temas como el aborto y las amistades de sus esposas, se convirtió en la película feminista del festival. Con sensatez y sentimientos, sin demagogia alguna, la directora Mania Akbari demuestra que la posición de la mujer en la sociedad no es algo que sólo deban discutir los iraníes, sino también el resto del mundo. Rodrigo Seijas

Ride In The Whirlwind (Estados Unidos, 1965. Dirigida por Monte Hellman). Escrito y protagonizado por Jack Nicholson, este film de Monte Hellman deja de lado toda ambición característica de los westerns para contar la historia de un grupo de vaqueros que son perseguidos simplemente por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Diálogos secos y mínimos, con personajes leales y sin dobleces, cimentan un pequeño relato del Oeste, de esos apenas murmurados por el viento. Rodrigo Seijas

China 9, Liberty 37 (Italia-España, 1978. Dirigida por Monte Hellman). Hellman introduce una historia de amor con toques eróticos en el contexto del spaghetti-western, a partir de la historia de un vaquero que se enreda amorosamente con la esposa del hombre al que le han encargado liquidar –y con el que encima simpatiza–. La pareja de enamorados (compuesta por Favio Testi y Jenny Agutter) no transmite demasiada credibilidad, pero Warren Oates como el marido despechado está excelente, como en todas las películas de Hellman vistas en la retrospectiva. Rodrigo Seijas

Two-Lane Blacktop (Estados Unidos, 1971. Dirigida por Monte Hellman). Casi legendaria, esta road-movie acerca de gente que se encuentra y desencuentra, corriendo picadas con sus autos, deambulando de aquí para allá, parece ser una respuesta a los films ruidosos y vacíos de contenido que tomaban a las carreras de autos como eje. Triste y melancólica, pero plena de un ácido humor, muestra al neoyorquino Monte Hellman –de 39 años por entonces– en la cima de su creatividad. Rodrigo Seijas

Vibrator (Japón, 2003. Dirigida por Ryuichi Hiroki). Espléndida historia de amor, que arranca con un encuentro casual en un negocio para continuar como una road-movie en la que la mujer, desde una posición claramente subjetiva, nos transmite sus sensaciones al enamorarse de un camionero. El deseo, la (in)comunicación, el contacto entre los cuerpos se transmiten al espectador de manera asombrosa, generando una inesperada identificación. Una experiencia difícil de repetir. Rodrigo Seijas

The Big Red One: The Reconstruction (Estados Unidos, 2004. Dirigida por Samuel Fuller). Versión ampliada del clásico de Samuel Fuller, que permite confirmar las enormes virtudes de este film bélico, que entrega frases memorables sobre la inutilidad y las miserias de la guerra y que en pantalla grande deja verse y oírse de manera sencillamente espectacular. Es difícil precisar donde están los minutos agregados, pues el relato sigue siendo igual de épico, entretenido, insólito, hilarante, conmovedor. Fuller estaba loco. Qué suerte. Rodrigo Seijas

El amanecer de los muertos (Estados Unidos, 1978. Dirigida por George A. Romero). Esta versión del clásico de horror de George A. Romero, presentada como su "director´s cut", deja entrever demasiado explícitamente los 12 minutos adicionales, lo que conspira contra la fluidez del metraje. Sin embargo, se pueden rescatar todavía los rasgos de lucidez en la crítica social, el humor casi infantil pero efectivo y el gore que causa risa sin herir a nadie. Ni más ni menos que un film de culto, un tanto envejecido ya. Rodrigo Seijas

The Last Bolshevik (Francia, 1992. Dirigida por Chris Marker). A partir de la poco conocida historia de Alexander Medvedkin, un director soviético que era demasiado marxista y honesto para el régimen hipócrita bajo el que vivía, Chris Marker traza un magnífico paralelismo con la historia del comunismo en la Unión Soviética y su propia biografía, a la vez que plasma una lúcida reflexión sobre la necesidad de revisar el pasado y los factores que lo determinaron. Rodrigo Seijas

I Married A Strange Person (Estados Unidos, 1997. Largometraje de animación dirigido por Bill Plympton). Bill Plympton confirma y liquida todas las presunciones al mismo tiempo, con una historia que va escalando en su locura, apelando a lo escatológico con inteligencia y quebrando todo valor moral que se le cruza en el camino. Hay momentos en que parece que todo se va a ir al diablo, pero el film consigue mantener el equilibrio gracias a lo elástico de su estilo de animación. Rodrigo Seijas

Surprise Cinema (Estados Unidos, 1999. Cortometraje de animación dirigido por Bill Plympton). Entretenido aunque algo redundante corto de animación, que nos deja ver situaciones cada vez más insólitas, que por momentos rozan la crueldad extrema. Divertida, sin ser una maravilla, deja entrever una estructura narrativa típica en Plympton, que consiste en una rápida escalada hacia un caos de proporciones dantescas. Rodrigo Seijas

The Wayward Cloud (China-Francia-Taiwán, 2005. Dirigida por Tsai Ming-Liang). He estado con Tsai Ming-Liang desde la primera hora, desde el momento en que vi en El agujero a un realizador que venía a traer al cine una renovación en las ideas y una capacidad creativa pocas veces vista. Cada película superaba la anterior, y tuve la fortuna de entrevistarlo para CINEISMO y comprobar personalmente la seriedad (en el mejor sentido) de su propuesta. Creo que su última película no está a la altura de todo lo anterior. Esta vez, Tsai ha elegido un camino más fácil, aunque no menos duro. Retoma la historia romántica de los protagonistas de ¿Qué hora es allí? y de The Skywalk Is Gone, quienes se reencuentran y por fin entablan una relación afectiva. Toda la transgresión de Tsai en el terreno sexual está aquí llevada al extremo de la pornografía, vista con una mirada fría y distanciada en toda su imposibilidad. De la misma manera el agua, recurso permanente en sus películas, toma aquí la forma envasada, exagerada hasta el absurdo. Mucho recuerda a El agujero, sin llegar a su perfección: la soledad, la imposibilidad de comunicación (son contadas las líneas de diálogo) y el uso de la música, utilizada como vía de escape de la situación dramática, con una estética de gran musical, funcionan muy bien. Y sin embargo, este Tsai no es el que era, y fue una de mis decepciones en este festival. Josefina Sartora

The Wayward Cloud (2). Tsai Ming-Liang asombra y en-canta. Nada de lo esperable sucede en este film que conjuga lo sexualmente explícito con la ingenuidad más naive posible. Dos personajes se encuentran después de buscarse infructuosamente en otras películas (¿Qué hora es allí? y el corto The Skywalk Is Gone). El es actor porno y vende relojes y ella pasa sus horas viendo televisión; ambos se hallan tan desesperados como el resto de la población por la falta de agua. La escasez es apenas un elemento más que acabará ahogando en un mundo que ya de por sí sofoca, donde el calor se adueña de todo y la sandía se convierte en el bien más preciado. De repente, el musical se planta y los personajes comenzarán a danzar y hacer mímica construyendo esas escenas que el cine no nos brindaba desde las mejores épocas del Hollywood clásico. Porque más allá de Woody Allen o de Resnais o de Luhrmann, la clasicidad y los colores puros, las coreografías matemáticamente calculadas, el espíritu de la inocencia jamás perdida es lo que destilan estas puestas en escena. Más cerca de la recuperación del tiempo que de la renovación genérica. Si el sexo de alguna manera se licúa derivando en la risa y el acto fallido, que rompen la maratón sobrehumana para reducirla a un modelo más cercano a las posibilidades terrenales, también debe reconocerse una provocación cierta que incomoda o produce un afecto en nuestros sentidos. Hay más erotismo en las escenas sexuales de la pareja central que en las pornográficas, y más vida en éstas de lo que estamos acostumbrados a ver o prejuzgamos equívoca y rápidamente. La comida se vuelve afrodisíaca (toda, cualquiera) y un elemento indispensable en cualquier intercambio, pero con una naturalidad que sorprende.

Igualmente quiero dejar sentadas mis diferencias éticas con el final, que me provoca enormes reparos. La violencia –neta violación– que se nos ofrece a la mirada no tiene excusa. Se destroza la relación que se venía construyendo, denigrando a la mujer de una forma que desentona con el resto. Es todo un riesgo y una posición ideológica plantear un primer plano de una fellatio, pero en semejante contexto resulta más que repudiable. Javier Luzi

A Dirty Shame (Estados Unidos, 2004. Dirigida por John Waters). Un pueblo conservador y típico de Estados Unidos. Familias que lucen tan candorosas que resulta suficiente para saber que son de esas que no hay. En el altillo se oculta la vergüenza, el pecado, la deshonra. Una hija, con unos senos enormes, perteneciente a una secta de "desaforados sexuales". Una contusión en la cabeza –cabeza que deja de responder y se libera o libera al cuerpo– resulta la causa de todo el cambio y el pasaje de un bando a otro (que de ninguna otra cosa más que de un binarismo así de simple se trata): los excedidos sexuales, los freaks y los que quieren recuperar los valores perdidos. La feliz ama de casa y madre de esa familia se convierte, entonces, en una ninfómana, nueva discípula y practicante, comprensiva ahora de su hija.

Una caza de brujas en la que la exageración paródica comienza a repetir tics y el poder revulsivo de lo sexual se disuelve en la risa que, igual, mengua cada vez más. Presentado como un catálogo de anormales, este acaba poniendo la lupa sobre una normalidad cuya construcción jamás se cuestiona, y es el trazo grueso el que termina balanceando ambos "lados".

Al final, no más que un juego de chicos o de adolescentes, que descubierto el sexo se permiten cierta experimentación que, a la larga, no hace otra cosa que reforzar el statu quo. Hay chistes que causan gracia pero, en general, nada que no se haya visto en "Todo por 2 pesos". Waters se volvió facilista, y/o su público connacional está cada vez más infantilizado, atrasado o moralista. Javier Luzi

A Dirty Shame (2). Waters último modelo: en paralelo con la exhibición (primero en Mar del Plata, ahora en Buenos Aires) de The Raspberry Reich (Bruce LaBruce), se proyectó por estos pagos la Revolución según el gran provocador norteamericano. Y nada de andar hablando de política o andar predicando hippismo por ahí; nada de paz y amor. O por lo menos nada de paz. De amor, todo lo que quieran: los protagonistas del film de LaBruce proclamaban la revolución sexual, tildaban al amor heterosexual de contrarrevolucionario, habitaban un mundo en el que el sexo era el nervio a tocar. Más o menos lo mismo piensa Waters: el director de Pink Flamingos construye un universo en el que Johnny Knoxville viene a ser Jesús y su comunidad polisexual sus apóstoles. Sus enemigos, los llamados "neutros", son manifestantes enfervorizados que agitan pancartas reclamando el cese de la diversidad y cosas afines. Waters se maneja con estereotipos radicalmente definidos y situaciones y actuaciones que conviven con lo grotesco para hacer lo que mejor sabe: reírse de todos, no respetar nada y –de paso– declarar sus principios fundamentales.

En tiempos en los que la diversidad parece importar poco y a muy pocos, el cineasta camp moldea sexualidades que se apoyan en la gracia de lo incómodo pero que apuntan a un trascendentalismo hedonista. A los neutros, Waters les eyacula a cámara: el paraíso y la transustanciación se reducen en su visión de las cosas a una buena –y libre– revolcada. O, en realidad, a una expresión más allá de corsés autoritarios. Placer y libertad, nos dice; anarquía del pensamiento, de los sentidos. El futuro ya llegó. Tomás Binder


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